Tribuna

Un Gobierno sobre el Río Kwai

El voto progresista del 23-J no va de bipartidismos, va de apostar por reeditar un Gobierno de coalición. Cosa que no va a hacer el PSOE si no le alcanza con Sumar. Por tanto, quien hace la diferencia es Sumar

Yolanda Díaz, candidata de Sumar a las elecciones del 23-J, en Madrid durante un momento de la campaña.FERNANDO ALVARADO (EFE)

Si no fuera por la amenaza de probable catástrofe, la campaña electoral del 23-J puede ser la más anodina y desatendida que los más ancianos del lugar recuerden.

Quizá no fue la mejor de las ideas adelantar las elecciones. Tampoco alimentar las desavenencias en el Gobierno de coalición. Es muy ...

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Si no fuera por la amenaza de probable catástrofe, la campaña electoral del 23-J puede ser la más anodina y desatendida que los más ancianos del lugar recuerden.

Quizá no fue la mejor de las ideas adelantar las elecciones. Tampoco alimentar las desavenencias en el Gobierno de coalición. Es muy probable que la creencia de que Feijóo era más dialogante que Casado ha alejado al PSOE de ser más firme en la defensa del área izquierda. Pretender que la derecha española podría parecerse a Angela Merkel es como suponer que el líder de Desokupa se sabe de memoria poemas de Cernuda.

El final de 1984 de Orwell cierra, implacable, con una bomba de racimo en los mecanismos más profundos de la angustia. El poder autoritario no solo vigila las 24 horas del día, sino que conoce el más íntimo de tus miedos. Cuando quiera quebrarte, sabrá dónde tocar para causarte el mayor de los dolores.

Cada país gestiona sus miedos en virtud de su memoria. En ese cuaderno desmemoriado de miedos, que hoy celebran reencontrados tanto Abascal como Feijóo, falta sitio. Está la reivindicación orgullosa de la conquista, la ejecución borbónica de los liberales españoles en las playas de Cádiz, cada uno de los retrocesos de la historia de España —germanías, comuneros, cordón sanitario de Floridablanca o, dios mediante, la Contrarreforma—, los 114.000 asesinados en la Guerra Civil y aún desaparecidos, regresarnos a misa a hostias, los muertos en Vitoria, la ejecución de antifranquistas y la tortura de demócratas cuando Fraga era ministro de Franco, los abogados de Atocha, Tejero en el Parlamento, el tamayazo que ascendió a la gloria a Esperanza Aguirre y a la community manager de su perro Pecas, las mentiras de la guerra de Irak y de los atentados de Atocha, la cárcel para altos cargos del PP, desde el autor del “milagro económico” de Aznar hasta el del volquete de putas, pasando por los que se robaron el dinero de la fundación Miguel Ángel Blanco, asesinado por Txapote, al que cantan con jolgorio, y que, alguno pensará, tuvo el detalle de no robarle, como otros, la cartera.

Miedos que no se gastan si se piensa en la foto de Feijóo de vacaciones con un narco mientras las madres contra la droga lloraban en las calles de Galicia, si se recuerda a Ortega Smith disparando en un cuartel barriga en tierra como si le tuviera ganas a alguien o si se piensa en la cantidad de falangistas, nazis, negacionistas del cambio climático y de la violencia machista que pueblan las sedes, los despachos y las curias de las derechas ibéricas.

El puente sobre el río Kwai es una película de David Lean sobre un grupo de prisioneros ingleses, comandados por un ordenancista coronel de bigote reglamentario, a quienes se obliga a construir en Tailandia un tren esencial para los intereses militares japoneses. El coronel inglés, un hombre de palabra, se compromete con el oficial japonés responsable del campo a disciplinar a su silbadora tropa para que, en plazo, se entregue el puente. El coronel, enredado en su honra castrense, no se da cuenta de que cumplir su palabra le contradice como militar. ¿Permitir a los japoneses transportar armas y tropas? Su fidelidad a lo que piensa termina traicionando sus objetivos. ¿A quién escuchar?

Y, por cierto ¿a quién va a votar la izquierda?

Sumar nació también restando. Por el dedo de Iglesias y la aceptación de Díaz, por las faltas de respeto a la fuerza más numerosa, por la falta de fe en todo lo realizado por el Gobierno de coalición —pese a las dificultades, uno de los más decentes desde que España recuperó la democracia—, por la falta de mordiente en la campaña. Sabido esto ¿otra vez los desencuentros en la izquierda van a hacer naufragar un Gobierno de progreso?

El voto progresista del 23-J no va de bipartidismos —el debate de Sánchez y Feijóo es el estertor de ese fraude alimentado por el oligopolio mediático—, no va de damnificados de Podemos (que arrastran el dolor del veto y del ninguneo), no va de izquierdas periféricas a las que les termina siempre pesando más lo nacionalista que lo izquierdista. Va de apostar por reeditar un Gobierno de coalición. Cosa que no va a hacer el PSOE si no le alcanza con Sumar. Por tanto, quien hace la diferencia es Sumar. Y ya solventará después la izquierda sus cuitas.

En El puente sobre el río Kwai, en el último minuto el comandante burócrata se da cuenta de que su palabra dada va a mandar a la muerte a miles de soldados aliados. Y dinamita él mismo el puente. Es decir: frena el paso a los reaccionarios. Lo paga con su vida. La honra es así. Que nadie me diga que la izquierda, que se ha jugado tantas veces el pellejo, no puede ahora hacer un gesto para frenar a los que nos quieren renovar nuestros miedos más personales.

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