Aprender del error

La cumbre de la OTAN, Alemania y el Parlamento británico han alertado sobre las difíciles y asimétricas relaciones con China

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, durante la cumbre en Vilnius.TIM IRELAND (EFE)

Si atendemos a los acuerdos de Vilnius, a la estrategia del Gobierno alemán sobre China y al informe del Parlamento de Westminster sobre la penetración china en la economía británica, conocidos los tres casi en los mismos días, algo está cambiando en Europa como fruto de la guerra de Ucrania. Ahora es plenamente perceptible el error del que han participado todos los socios europeos y atlánticos, ...

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Si atendemos a los acuerdos de Vilnius, a la estrategia del Gobierno alemán sobre China y al informe del Parlamento de Westminster sobre la penetración china en la economía británica, conocidos los tres casi en los mismos días, algo está cambiando en Europa como fruto de la guerra de Ucrania. Ahora es plenamente perceptible el error del que han participado todos los socios europeos y atlánticos, y los gobiernos de derecha e de izquierda, respecto a la trayectoria de colisión en que se situó Rusia a los pocos años de la desaparición de la Unión Soviética, todavía con Yeltsin, rumbo a una autocracia militarista y mafiosa y a una guerra imperialista como la que ahora está en marcha.

Hay que entenderse con China, naturalmente, pero sin repetir el error cometido con Rusia. Lo ha dicho la OTAN y lo dicen Alemania y el Parlamento británico, como antes la Unión Europea. Una y otra vez van a Pekín a decírselo a los chinos una procesión de altos responsables estadounidenses y europeos, a la vez que señalan el ventajismo de unas relaciones que se han convertido en asimétricas.

La cumbre atlántica ha sido explícita: las ambiciones y las políticas coercitivas de Pekín afectan a todos. En manos chinas, la globalización tecnológica, las cadenas de suministros, las materias primas sensibles y las infraestructuras críticas son instrumentos de doble uso, armas por tanto, como lo han sido el gas, el petróleo, las migraciones y las redes sociales para Putin. Ahí están la amistad sin límites con Putin y el proyecto mancomunado de destrucción del orden internacional basado en reglas.

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Además de rival estratégico y competidor, China es una potencia imprescindible, para la economía mundial y para casi todo, con la que hay que ponerse de acuerdo. En medio ambiente tiene literalmente la llave del futuro, como líder tanto en contaminación como en energías renovables. Pero no puede repetirse la jugada infame de Rusia. De ahí la claridad y la contundencia europeas.

La seguridad es global. La OTAN como alianza defensiva cubre el área euroatlántica, pero le conciernen y afectan las tensiones en cualquier lugar del planeta y, sobre todo, en la emergente región del Indo-Pacífico, sea Taiwán, Hong Kong, Xingjiang o los islotes del mar de China meridional ocupados por Pekín. Asia y sus mares circundantes no son un predio chino, de donde hay que expulsar a europeos y estadounidenses. Los derechos humanos tampoco son asuntos internos.

China ha cambiado. ¿Realmente? Hay dos teorías al respecto. Una, la más benévola: iba por buen camino, pero Xi Jinping ha dado un golpe de timón autocrático. La otra, la más recelosa: es la China de siempre, que resguardó sus ambiciones a la espera de que llegara la oportunidad. Pero la respuesta práctica debe ser la misma: Europa no puede equivocarse como con Rusia, y encontrarse un día con una guerra que China gane antes de librarla gracias a sus armas de doble uso.

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