El dolor de Sudán
La comunidad internacional debe cambiar su estrategia de acción en la zona para mitigar la catástrofe humanitaria que padece
A las puertas de cumplirse tres meses del inicio de las hostilidades en Sudán, la guerra entre el Ejército y las Fuerzas (paramilitares) de Apoyo Rápido se está adentrando de forma alarmante y sin perspectivas de resolución en una nueva fase crítica. Ambos bandos continúan atrincherados en una feroz lucha de suma cero por el poder que ya ha dejado miles de muertos y heridos, al menos 2,8 millones de desplazados, incluidos más de 600.000 refugiados, ...
A las puertas de cumplirse tres meses del inicio de las hostilidades en Sudán, la guerra entre el Ejército y las Fuerzas (paramilitares) de Apoyo Rápido se está adentrando de forma alarmante y sin perspectivas de resolución en una nueva fase crítica. Ambos bandos continúan atrincherados en una feroz lucha de suma cero por el poder que ya ha dejado miles de muertos y heridos, al menos 2,8 millones de desplazados, incluidos más de 600.000 refugiados, y devastadas la capital del país, Jartum, y la región de Darfur.
Las consecuencias humanitarias de la guerra están siendo devastadoras: la mitad del país, casi 25 millones de personas, de los cuales más de la mitad son niños, necesitan ayuda urgente, el sistema sanitario ha colapsado y la escasez de productos básicos, incluidos alimentos y agua, es generalizada, en medio de una gigantesca destrucción de infraestructuras. A pesar de esta situación, tanto el Ejército como los paramilitares están obstruyendo e instrumentalizando de forma activa la labor de agencias de ayuda humanitaria, incapaces de ofrecer una respuesta a la altura de la crisis.
Hasta ahora, la guerra se ha confinado en gran medida dentro de las fronteras de Sudán y no se ha producido un contagio regional. Pero su prolongación, atomización y la creciente inestabilidad interna que está acarreando representan un grave riesgo para la seguridad de al menos el Sahel y el Cuerno de África, y sus efectos amenazan con hacerse sentir en el norte de África, el estratégico Mar Rojo y la zona del Mediterráneo.
Los intentos de mediación internacional que se han producido hasta la fecha, liderados sobre todo por Estados Unidos y Arabia Saudí, han sido en gran parte estériles, y desde finales de junio se encuentran suspendidos por la falta total de compromiso de las partes beligerantes. Es verdad que no hay salida fácil del conflicto, pero la comunidad internacional no puede ni menospreciar esta crisis ni desentenderse de lo que ocurre en Sudán. Está en su mano redoblar esfuerzos, además de intentar involucrar a países clave como Egipto, el principal aliado del Ejército sudanés, y Emiratos Árabes Unidos, que cuenta con estrechos vínculos con las Fuerzas de Apoyo Rápido.
En todo caso, limitar los esfuerzos de mediación a los dos bandos enfrentados con el fin de lograr una tregua y algún tipo de acuerdo político posterior, como ha ocurrido hasta ahora, repite la misma receta que llevó a Sudán al desastre: se basa en pactos secretos entre élites que premian a los actores violentos y favorecen la impunidad. Esta fórmula cortoplacista se ha demostrado frágil e ineficiente desde hace décadas. La comunidad internacional debería concentrar su acción de apoyo cerca de las iniciativas civiles locales para lograr definir y ejecutar una acción humanitaria indispensable, y eventualmente explorar negociaciones políticas para el futuro.