La bronca de los rusos y la negra guerra

Los mercenarios del grupo Wagner se rebelan contra los que gobiernan una guerra desde la distancia e ignoran la crueldad en los campos de batalla

Yevgueni Prigozhin, líder del grupo mercenario Wagner.Associated Press/LaPresse (Associated Press/LaPresse)

Grupos mercenarios oscuros, en guerras oscuras. La secuencia en la que se ve a Yevgueny Prigozhin echando pestes contra la cámara, fuera de sí y pegando gritos, mostró de manera diáfana el malestar de los combatientes rusos en la guerra en Ucrania. Prigozhin estaba enfadado y di...

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Grupos mercenarios oscuros, en guerras oscuras. La secuencia en la que se ve a Yevgueny Prigozhin echando pestes contra la cámara, fuera de sí y pegando gritos, mostró de manera diáfana el malestar de los combatientes rusos en la guerra en Ucrania. Prigozhin estaba enfadado y dirigió sus reproches contra los jefes militares del Kremlin, acusándolos de enviar a los soldados regulares a la “picadora de carne” mientras ellos se lucran en la retaguardia. El sábado, el jefe de los mercenarios del grupo Wagner condujo a sus fuerzas para tomar Rostov del Don, una ciudad rusa en la frontera de Ucrania que es un importante centro logístico del ejército invasor, y dirigió después desde ahí a su gente hacia Moscú en lo que llamó “marcha por la justicia”. Todo quedó en nada. Abatieron unos cuantos aviones en el camino, pero se detuvieron a unos 200 kilómetros de la capital y volvieron sobre sus pasos.

Vladímir Putin contestó a la maniobra del grupo Wagner tachándola de “traición interna” y avisó de que su Gobierno respondería a estas acciones de manera contundente. Al llegar la noche del sábado, y tras la intervención como mediador del presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, la crisis se había resuelto. No se castigaría a los rebeldes y Prigozhin podía instalarse en Minsk sin mayor problema. Fin de la historia.

El tiempo dirá de qué manera termina afectando este episodio a cada uno de sus protagonistas: Prigozhin, los mercenarios del grupo Wagner, Putin, la cúpula militar rusa y, claro, habrá que ver cómo influyen todos estos movimientos en el propio desarrollo de la guerra en Ucrania. Mientras baja la resaca y se reacomodan las piezas, lo que la revuelta ha mostrado es la monumental distancia que hay entre los frentes de batalla y los salones de retaguardia donde se decide la suerte de los soldados. El caso resulta todavía más inquietante porque los mercenarios de Wagner actúan como les da la gana. Todo lo que los rodea es oscuro. Como también era oscuro el desangelado lugar desde el que Prigozhin mostraba a los cámaras los cadáveres de sus hombres caídos en Ucrania.

Todo es oscuro en una guerra. Y todavía más oscuro cuando opera a sus anchas un grupo de mercenarios. Hay una pieza del escritor ruso Isaak Bábel que muestra hasta qué punto puede ser abominable lo que sucede cuando cae la noche. Año 1918, la guerra civil se ha desatado en Rusia. El narrador de El camino —incluido en Historia de mi palomar y otros relatos (Minúscula)— consigue abandonar Kiev tras los bombardeos de las fuerzas zaristas. Se dirige a San Petersburgo. El tren en el que viaja se detiene en plena noche en mitad de la nada, todo está lleno de nieve. Al lado del narrador, dormita el maestro Yehudá Veinberg junto a su joven esposa. El telegrafista de la estación entra al vagón y exige los documentos. Lee una orden de Lunacharski, uno de los comisarios bolcheviques, mientras un mujik grande y encorvado le protege las espaldas. Luego saca una pistola de cañón largo y le dispara al maestro a la cara. “El jefe le hizo un guiño al mujik, este colocó el farol en el suelo, desabrochó los pantalones al muerto, le cortó los órganos sexuales con un cuchillo y los metió en la boca de su mujer”. He ahí uno de esos puntos ciegos de una guerra. “No quieres de la nuestra”, le dijo después el telegrafista a la mujer, “pues come de la kosher”.


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