Feijóo, cuestión de estilo

Los “cinco ejes estratégicos” del PP y Vox en la Comunidad Valenciana muestran el desprecio que tienen a la obligación de explicar su proyecto

Carlos Flores, de Vox, junto a Carlos Mazón y Miguel Barrachina, del PP, responsables de la negociación para el pacto en la Comunidad Valenciana.Mònica Torres

Ahora que ha muerto Silvio Berlusconi, sorprende hasta qué punto el empresario (y político) italiano supo conectar con una importante parte de la sociedad que se sentía postergada y despreciada. No sientan complejos, vino a decirles, está muy bien que quieran ganar dinero de cualquier manera, ...

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Ahora que ha muerto Silvio Berlusconi, sorprende hasta qué punto el empresario (y político) italiano supo conectar con una importante parte de la sociedad que se sentía postergada y despreciada. No sientan complejos, vino a decirles, está muy bien que quieran ganar dinero de cualquier manera, que les arrastre el fútbol y celebren el griterío contra ese enemigo que se va a barrer en el campo, tampoco padezcan ni se sientan mal si en la televisión lo que más les gusta son las largas piernas y la ligereza de unas mujeres que van prácticamente desnudas y que transmiten una felicidad instantánea y una vida sin complicaciones, cómprense un piso, descorchen una botella de champán, desconfíen de los políticos que se aprovechan de su ingenuidad y de su buen corazón, indígnense con todos esos jueces que ponen por delante unas leyes abusivas. Ya está bien de tanto chorizo. Berlusconi arrasó, era la encarnación del éxito, el que cantaba en los cruceros e iba de puerta a puerta para vender lo que hiciera falta con tal de labrarse un futuro, uno más de los nuestros, que pelea por lo suyo y que no siente vergüenza.

Berlusconi no tuvo nunca mucho que ver con aquellas figuras que hace un siglo conectaron también con el resentimiento y la sensación de humillación que encharcaron los ánimos de quienes se sentían derrotados en los años veinte y treinta. De Mussolini se decía que educaba a los italianos “simplemente con mirarlos a los ojos” y Hitler llegó a afirmar que lo que estaba “podrido en el Estado” debía desaparecer y que eso solo podía conseguirse “mediante el terror”. Eran líderes bravucones, reclamaban de los suyos un entusiasmo épico, exaltaban la violencia como un camino de purificación. Berlusconi tuvo otro estilo para seducir a los suyos, también es distinto el que tiene Donald Trump. Lo que tienen en común es transmitirles a sus seguidores un fuerte sentido de pertenencia.

Lo que llegó junto a esa exaltación de los deseos más primarios que ofrecía Berlusconi —goles, velinas y dinero— fue la obstinada y progresiva liquidación de cualquier otro esfuerzo que no tuviera compensaciones inmediatas. Antonio Scurati lo explicó en un reciente artículo publicado en estas páginas: “Por el camino hemos perdido la capacidad de educar a nuestros hijos (nos han sustituido primero la televisión y luego internet) y a nuestros alumnos (al fin y al cabo, ¿para qué sirve el conocimiento?), así como la capacidad de luchar colectivamente por un mañana mejor (la narrativa berlusconiana no admite más que el enriquecimiento individual)”.

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Hoy existe una creciente inquietud por la capacidad de contagio que puedan tener las formaciones de ultraderecha, como Vox, en los partidos conservadores tradicionales, como el PP. Quienes gritan “que viene el fascismo”, y piensan en aquellos grotescos iconos del siglo XX, igual se equivocan. El estilo importa, y conviene fijarse bien en las señales que acaba de mandar Alberto Núñez Feijóo. Lean los “cinco ejes estratégicos” que van a definir las políticas de Vox y el PP en la Comunidad Valenciana. “Libertad, para que todos podamos elegir”, por citar solo el primero. Forma y fondo son lo mismo, y lo que muestran es una actitud: “No pretenderá usted que nos expliquemos, ¿no?”. Pues sí. ¿Qué planes tienen? Es lo que deberían explicar las fuerzas políticas ante una cita electoral y, sobre todo, cuando van a gobernar.

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