Tribuna

América Latina y la política industrial de Estados Unidos

Los países de la región, lejos de dogmas, deben considerar la implementación de sus propias políticas industriales

Una planta de fabricación de semiconductores.

“Los trabajos están regresando, el orgullo está regresando debido a las decisiones que tomamos en los últimos años”, declaró el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en su más reciente discurso del Estado de la Nación.

Biden hizo esta afirmación sustentada en una política industrial agresiva de parte del gobierno estadounidense durante los últimos dos años, emblematizada por la aprobación de tres leyes con...

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“Los trabajos están regresando, el orgullo está regresando debido a las decisiones que tomamos en los últimos años”, declaró el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en su más reciente discurso del Estado de la Nación.

Biden hizo esta afirmación sustentada en una política industrial agresiva de parte del gobierno estadounidense durante los últimos dos años, emblematizada por la aprobación de tres leyes con miles de millones de dólares en estímulos.

Una ley (Bipartisan Infrastructure Investment and Jobs Act) para impulsar la infraestructura en los próximos 5 años con una inversión de 110.000 millones de dólares. Otra (Chips and Science Act) con 52.000 millones de dólares para el desarrollo doméstico de semiconductores e investigación en tecnológica. Además, la Inflation Reduction Act invertirá 369.000 millones de dólares en industrias estadounidenses para la transición energética hacia la descarbonización y para la lucha contra el cambio climático.

Esta política industrial del Gobierno federal -haciendo inversiones millonarias e interviniendo sectores estratégicos para atraer empleos de regreso a los Estados Unidos- pretende limitar a China en las cadenas de valor críticas en el contexto de la competencia geopolítica, alejándose de la narrativa del libre comercio, la cual ha perdido su carácter dominante en Washington desde la administración anterior.

Demócratas y republicanos están enfrascados en un combate político de diferenciación simbólica. No obstante, frente a sus electorados, la mayoría de los demócratas y republicanos están coincidiendo en la narrativa de traer los empleos de regreso a los Estados Unidos, de reindustrializar al país.

“Durante demasiadas décadas, importamos proyectos y exportamos empleos. Ahora, gracias a lo que todos ustedes han hecho, estamos exportando productos estadounidenses y creando empleos estadounidenses”, dijo Biden al defender su nueva política industrial.

Esta ha generado las críticas de sus aliados europeos y otros como Japón, señalando que los subsidios y exoneraciones que Estados Unidos está dando a sus industriales genera competencia desleal y viola el libre comercio.

Como lo sintetizó Derek Thompson en la revista The Atlantic: “la era del libre comercio en Estados Unidos ha terminado. La política industrial es la nueva moda. Después de décadas de comercio con China y la disminución del empleo manufacturero, EE UU está adoptando una nueva teoría económica: construir más y construirlo todo aquí”.

Más allá del plano ideológico, en la práctica hay que preguntarse cuál es el mejor posicionamiento de América Latina frente a esta política.

En este contexto, del concepto original de offshoring (basar servicios o procesos de una empresa en una locación con mejores costos) se pasó al concepto de near-shoring (basarlos cerca de la sede), y luego a friend-shoring (basarlo en un país amigo cercano), este segundo con un claro matiz explicado por la competencia geopolítica.

Inicialmente hay al menos dos áreas de oportunidad para América Latina:

- Una es derivada de esta política de friend-shoring, en la cual la región puede beneficiarse de estos movimientos de la inversión, que parece solo se incrementarán en el futuro. Países como México, Colombia, Chile y Costa Rica están en posiciones privilegiadas para hacerlo.

- La segunda es que los países de la región, lejos de dogmas, deben considerar la implementación de sus propias políticas industriales. En el contexto de la descarbonización de la economía mundial y la transición energética, la digitalización y el despliegue de la inteligencia artificial y la competencia geopolítica, surgirán nuevas oportunidades de desarrollo.

Como EE UU lo demuestra con el ejemplo, estas no nacen solas en el mercado, y deben acompañarse con políticas de gobierno que incentiven a los sectores que se definen como estratégicos.

Esto conlleva la búsqueda de nichos estratégicos. Y nuestras escogencias deben ser sabias, porque nuestros márgenes de inversión no se comparan con los del mundo desarrollado.

Nuestra peor desventaja en este campo es ideológica. A diferencia del pragmatismo asiático, ahora adoptado por EE UU e incluso por Europa, en América Latina solemos quedarnos atascados y ser siervos de los dogmas extremos entre el libre mercado o el estatismo sin más. Siendo una región derivada del mestizaje, es curioso que nos cueste tanto ser eclécticos. Pero mejor lo aprendemos, y rápido.

Debemos caer en cuenta regionalmente en que, en este contexto de transformación y competencia, hay una ventana para reinventar nuestro desarrollo como región.

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