La batalla del destino

A Ucrania no le basta la victoria, sino que Putin debe ser derrotado, humillado, y quizás derrocado, una posición que no todos los aliados comparten

Una señal avisa del riesgo de minas cerca de una zona inundada tras el derrumbe de la presa de Nova Kajovka, en la región de Jersón este jueves.STRINGER (REUTERS)

Con la guerra clásica, regresan las grandes batallas decisivas. Se diría que en Zaporizyia, como antes en Normandía, Gettysburg o Waterloo, se va a jugar el destino de la humanidad. Ucrania ha empezado una ofensiva en la que Rusia tiene como única aspiración mantener sus posiciones. Vista la imposibilidad de zamparse al país vecino entero, tal como Putin se había propuesto, ahora solo opta por retener el territorio conquistado y en todo caso b...

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Con la guerra clásica, regresan las grandes batallas decisivas. Se diría que en Zaporizyia, como antes en Normandía, Gettysburg o Waterloo, se va a jugar el destino de la humanidad. Ucrania ha empezado una ofensiva en la que Rusia tiene como única aspiración mantener sus posiciones. Vista la imposibilidad de zamparse al país vecino entero, tal como Putin se había propuesto, ahora solo opta por retener el territorio conquistado y en todo caso buscar el triunfo político mediante el cansancio y la división de los aliados.

La recuperación de todo el territorio ucranio es el objetivo máximo de Zelenski, pero el umbral de una victoria útil es más modesto. Le basta con recobrar la provincia de Zaporizyia y la salida al mar de Azov. Crimea quedaría conectada con Rusia solo por el puente sobre el estrecho de Kerch, de fragilidad ya demostrada. Sin conexión terrestre ni suministro de agua, cortado por la destrucción de la presa de Nova Kajovka, Putin se vería empujado hacia la negociación antes de perderlo todo.

Queda la posibilidad de un prolongado estancamiento de las posiciones hasta el invierno, que enlace con el año de la elección presidencial en Washington, con Trump al acecho. Sería un éxito para un ejército como el ruso, incapaz de avanzar y consolidar posiciones, y concentrado en la acción desmoralizadora de sus misiles, su artillería y sus dinamiteros, de demostrada eficacia en la destrucción de ciudades y de uno de los mayores embalses de Europa, un enorme revés táctico para el ejército ucranio justo cuando empezaba su contraofensiva.

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Tratándose de una batalla decisiva hay que saber qué significan para unos y otros tanto la victoria como la derrota. A Ucrania no le basta la victoria, sino que Putin debe ser derrotado, humillado, y quizás derrocado, una posición que no todos los aliados comparten. Buena parte de los europeos, dispuestos a ayudar a Ucrania hasta la victoria, quieren dejarle una vía de escape porque temen que sea peor quien le suceda y aún más peligrosa la caída caótica del último imperio europeo. Washington se contenta con que Ucrania no sea derrotada y la OTAN no entre en guerra con Rusia. Pekín quiere evitar la derrota completa de Moscú y acotar la tensión con EE UU para que no se produzca una ruptura también con Europa. Preocupa a ambas superpotencias que Putin no cometa una insensatez nuclear.

Para la victoria que quiere Ucrania, en cambio, Rusia debe quedar incapacitada para repetir la jugada infame de invadir el país cuyas fronteras se había comprometido reiteradamente a respetar. La única garantía para que no suceda tal cosa es su ingreso cuanto antes en la OTAN, exactamente la excusa de Putin para desencadenar la guerra. Esta opción tiene cada vez más partidarios, estará sobre la mesa en la cumbre de Vilnius de la Alianza los próximos 11 y 12 de julio y, al final, es lo que se juega en la batalla de Zaporiyia.


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