Turquía: los otros vencedores
Las elecciones refuerzan el nacionalismo turco, que no solo ha alcanzado importantes cuotas de representación sino que ha logrado imponer su agenda al resto
Recep Tayyip Erdogan ha ganado, una vez más. Desde la oposición se insistirá en que no deja de ser una victoria en la segunda vuelta y con pocos puntos de diferencia. Quizás especulen sobre qué habría pasado si el actual presidente no hubiera tenido todos los resortes del poder de su lado,...
Recep Tayyip Erdogan ha ganado, una vez más. Desde la oposición se insistirá en que no deja de ser una victoria en la segunda vuelta y con pocos puntos de diferencia. Quizás especulen sobre qué habría pasado si el actual presidente no hubiera tenido todos los resortes del poder de su lado, si el recuento electoral de la primera vuelta se hubiera desarrollado sin irregularidades o si su candidato hubiera sido otro. Erdogan no es invencible, dirán para no desanimarse y con la vista puesta en las elecciones municipales de 2024. Poco importan estos matices. Desde la reforma constitucional de 2017, el sistema político turco concentra todo el poder en el presidente y este solo necesita el 50+1 de los votos en las elecciones presidenciales. Erdogan los ha conseguido, se siente vencedor y es evidente. Quizás lo sea menos que hay otros que se sienten ganadores o, cuanto menos, respiran aliviados.
Aunque Erdogan esté en la cúspide del sistema su partido, el AKP, obtuvo poco más del 35% de los votos en las elecciones parlamentarias. Para superar el 50% necesita apoyarse en partidos más pequeños, entre los que sobresale el MHP, el ultranacionalista de derechas Partido de Acción Nacional que aspira a ser algo más que una muleta política. Erdogan también se apoya en un entramado social y económico, con hombres de negocio, empresas de armamento y construcción, opinadores, fundaciones caritativas y redes educativas que habrían visto tambalearse su posición si la oposición hubiera vencido. La victoria, aunque menos abultada de lo que hubieran deseado, permite a esta compleja amalgama de intereses seguir cohesionada y seguir reproduciendo una tupida red de dependencias.
Un vencedor indiscutible es el nacionalismo turco. Aunque el nacionalismo es consustancial a la política turca, el 14 de mayo pudo comprobarse que el nuevo Parlamento turco se derechizaba y era más desacomplejadamente nacionalista. Con todo, la victoria del nacionalismo más extremo no radica solo en alcanzar cotas de representación sino en imponer su agenda al resto. En la campaña para la segunda vuelta de las presidenciales, la oposición abrazó también desacomplejadamente la agenda nacionalista del tercer candidato, Sinan Ogan, en su intento por alcanzar la mágica cifra del 50%. Es probable que refugiados e inmigrantes fueran a dormir más aliviados de lo que lo hubieran hecho si Kemal Kiliçdaroglu se hubiera proclamado presidente el domingo, pero deberían estar preocupados de que el debate político les haya convertido en el gran chivo expiatorio de los males del país.
Fuera del país, las sonrisas se perfilaron en las caras de quienes han contado con el apoyo activo de Erdogan y podían temer que una victoria opositora lo pusiera en duda. En su discurso de victoria, Erdogan compartió con sus votantes que ya le habían felicitado desde Azerbaiyán, Qatar, Libia y Uzbekistán. Nicolás Maduro, desde los 10.000 km de distancia que separan Caracas y Ankara, también fue de los primeros en celebrar el triunfo de un presidente al que calificó como “hermano y amigo”.
Mención aparte merecen quienes hacen el cálculo de que un Erdogan reforzado contribuye a insuflar tensión o incluso dividir la Alianza Atlántica y que esto son buenas noticias. El Kremlin no ha ocultado que prefería a Erdogan de presidente y con medidas como el aplazamiento de la factura del gas ha puesto de su parte para que continuara en el poder. No obstante, sería un error pensar que Erdogan va a situarse en la órbita rusa. Su valor estriba en que es capaz de hablar con todos, también con Ucrania. Y si Turquía es un socio interesante para Moscú, es precisamente porque está dentro, no fuera, de la alianza.
Por último, y aunque quizás no podamos darles la etiqueta de “vencedores” hay que pensar en todos lo que ya se han acostumbrado a tener a Erdogan como interlocutor. Puede que las formas de Erdogan generen rechazo en Bruselas y otras capitales europeas y que incluso algunos dirigentes se sientan personalmente agraviados por cosas que él ha hecho y dicho. Pero es algo que ya conocen. En cambio, si el candidato opositor hubiera cumplido su promesa y hubiera devuelto el país a la senda de la democratización y la reforma, les habría obligado a mover ficha. La política hacia Siria y en materia de refugiados de Kiliçdaroglu también habría podido crearles quebraderos de cabeza. Ya no hay motivo para pensar en esos escenarios. Pero incluso si respiran aliviados deberían estar pendiente de si Erdogan lee el resultado como una invitación para mantener una actitud más desafiante, dentro y fuera del país.
La lista de los perdedores es tan o más larga y merecería otro artículo. Es intelectualmente complicado imaginar cómo habría cambiado si se hubiera producido un vuelco político. Sin embargo, la realidad nos obliga a pensar cómo será Turquía con un Erdogan vencedor y cómo se inserirá en un mundo en el que no todos se alegran con igual entusiasmo por su victoria.