Doñana ‘latte’
Weber y Feijóo juegan a marcarse un ‘win-win’: tú me ayudas con las elecciones nacionales y yo contribuyo a mantener la cuota de poder que el PP aún tiene en Bruselas. El ruido da igual. El medio ambiente da igual
En EE UU se asocia el café latte con ideologías progresistas: los norteamericanos hablan del liberal latte. En Bruselas, el PP Europeo se empeña en hacer algo parecido con Doñana, como si la disputa por la conservación del parque natural fuera una manía progresista. Nuestro PP lleva cuatro años dinamitando los consensos europeos y, de paso, una de las reglas no escritas de las instituciones comunitarias: evitar que Bruselas sea el escenario de encarnizados debates partidistas nacionales. La formación de Feijóo ha comparado en la Eurocámara a España con Turquía por nuestra supuest...
En EE UU se asocia el café latte con ideologías progresistas: los norteamericanos hablan del liberal latte. En Bruselas, el PP Europeo se empeña en hacer algo parecido con Doñana, como si la disputa por la conservación del parque natural fuera una manía progresista. Nuestro PP lleva cuatro años dinamitando los consensos europeos y, de paso, una de las reglas no escritas de las instituciones comunitarias: evitar que Bruselas sea el escenario de encarnizados debates partidistas nacionales. La formación de Feijóo ha comparado en la Eurocámara a España con Turquía por nuestra supuesta vulneración del Estado de derecho; ha criticado con dureza la reforma de las pensiones, y ha ido construyendo en la capital europea una suerte de teoría de la conspiración por el mal uso de los fondos europeos. Ni uno solo de los partidos de oposición con posibilidades de gobernar en ningún país comunitario ha hecho nunca nada parecido. Lejos de levantar el pie del acelerador, ahora sube la apuesta.
El alemán Manfred Weber, líder de los populares europeos, ha denunciado esta semana la parcialidad de la Comisión —cuya jefa es la también popular y alemana Ursula von der Leyen— al acusarla de “hacer campaña para Pedro Sánchez”. No se salva ni el joven comisario de Medio Ambiente, el lituano Virginijus Sinkevicius, que en su día recibió el visto bueno del Parlamento Europeo y que ahora, al parecer, juega con “camiseta roja” en lugar de “buscar soluciones”. A Weber no parece preocuparle que exista una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE, que dio un fuerte tirón de orejas a España por no proteger el humedal. Nada de esto importa si la erosión de los consensos comunitarios básicos y de sus instituciones permite dar rienda suelta al politiqueo. Weber apoya a Feijóo, a pesar de que pueda gobernar con Vox en España, mientras él mismo coquetea con formaciones de ultraderecha en Italia y otros países para contrarrestar la pérdida de poder de los populares en Europa: el PPE no gobierna en ninguno de los países de peso. Así que, con Doñana, ambos, Weber y Feijóo, juegan a marcarse un win-win: tú me ayudas con las elecciones nacionales y yo contribuyo a mantener la cuota de poder que el PP aún tiene en Bruselas. El ruido da igual. El medio ambiente da igual.
Este cínico compadreo partidista derrumba algunas de las normas no escritas que, hasta ahora, regían las instituciones comunitarias, pensadas para funcionar bajo la lógica de los grandes consensos: aislar a los extremistas, resistirse a usar las instituciones en beneficio de intereses partidistas y no jugar a la posverdad. La realidad y el realismo nos dicen que, en cuestiones climáticas, nos tendremos que entender incluso con autocracias como China. El argumentario de Moreno Bonilla —nuestra agua la controlamos nosotros— recuerda peligrosamente al Trump que afirmaba que fue “elegido para representar a los habitantes de Pittsburgh, no de París” para justificar su salida del acuerdo internacional contra el cambio climático. No sé qué produce más miedo: el cambio climático o en manos de quiénes estamos.