Yolanda Díaz no enterró a Podemos, ni al 15-M

No es de extrañar la incomodidad de ciertos sectores afines a Podemos con Sumar, como símbolo que les obliga a mirarse ante el espejo de sus propias contradicciones

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.Isabel Infantes (Europa Press)

Yolanda Díaz no enterró el 15-M. Es la suspicacia levantada entre ciertos sectores de la izquierda tras la presentación de Sumar. Afirman que su opa a Podemos busca sepultar la “impugnación al régimen del 78″ que Pablo Iglesias encarnó tras la ruptura del bipartidismo en 2015. La autocrítica no abunda entre quienes jamás admitirán sus propios errores, o que Díaz quizás solo sea un síntoma del cambio político de estos años, que algunos quieren obviar.

Y es que Podemos ...

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Yolanda Díaz no enterró el 15-M. Es la suspicacia levantada entre ciertos sectores de la izquierda tras la presentación de Sumar. Afirman que su opa a Podemos busca sepultar la “impugnación al régimen del 78″ que Pablo Iglesias encarnó tras la ruptura del bipartidismo en 2015. La autocrítica no abunda entre quienes jamás admitirán sus propios errores, o que Díaz quizás solo sea un síntoma del cambio político de estos años, que algunos quieren obviar.

Y es que Podemos sigue aferrado a la idea del 15-M como inicio de un período destituyente en España. Los morados se articularon como fuerza de oposición a varios de los cimientos del pacto constitucional de la Transición —entre ellos, la Monarquía— acusando al PSOE de connivencia con las élites y blandiendo una idea de plurinacionalidad paralela al desafío del independentismo catalán. Entre 2011 y 2017 nuestra democracia fue sacudida tras los ecos de un profundo malestar.

Si bien sería falaz creer que aquel momentum sigue en carne viva, tal y como lo estuvo entonces, o que sea Sumar la izquierda que ha venido a enterrar la indignación con su estrategia del posibilismo, de la no confrontación. La realidad es que nuestro sistema ha ido mutando hasta metabolizar, en menor o mayor medida, muchos de aquellos ejes que detonaron su cuestionamiento. Y, precisamente, el resultado de esa transformación no gusta a quienes solo entenderían por cambio una ruptura total.

Ejemplo es que el PSOE se fue moviendo desde 2016 para acoger ciertas demandas o estética de sus competidores morados, como el discurso contra los poderosos en la lucha contra la desigualdad. La Monarquía se renovó en caras y formas. El caso Gürtel provocó una moción de censura basada en el afán de regeneración. Pedro Sánchez superó el marco mental de un bipartidismo que solo podía fraguar una gran coalición, legitimando en su bloque de poder a podemistas e independentistas, tras el fracaso del procés.

Así que no es de extrañar la incomodidad de ciertos sectores afines a Podemos con Sumar, como símbolo que les obliga a mirarse ante el espejo de sus propias contradicciones. La figura de Díaz solo constata el nuevo tiempo político que hace tiempo se abrió en España: amortizado el período de impugnación total a los cimientos del sistema, lo que pervive de forma transversal en nuestra sociedad es la precariedad. Tan centrada en las cosas del comer, Díaz solo cristaliza —con estilo más amable— el mismo pragmatismo que otros vienen asumiendo pese a su gesticulación.

Primero, porque Podemos no se puede presentar ya como la verdadera izquierda antisistema. El relato que les hacía los únicos valedores de una “República plurinacional” salta por los aires desde que su permanencia en el Ejecutivo no ha estado nunca en riesgo, pese a que no vaya a haber referéndum de autodeterminación pactado en Cataluña, o no se les informara de la salida del rey emérito de España —según deslizó Iglesias en la SER en 2020—. Su proceso de institucionalización culmina como socio subalterno del PSOE en la coalición, impulsando leyes desde sus pocos ministerios.

Por eso, resulta llamativo que los morados hagan gala de su “rebeldía” en un vídeo reciente, como si tanto les diferenciase de Sumar. El hecho es que su retórica de la confrontación ya solo encuentra salida en forma de populismo dedicado a señalar a colectivos como los medios, los jueces o empresarios. En la práctica, la contestación podemita no ha alterado la senda del Ejecutivo en temas clave como la no derogación de la ley mordaza, la política migratoria, la postura sobre el Sáhara o el apoyo a Ucrania en el marco de la OTAN.

Segundo, Podemos no está para dar lecciones sobre purismo a la izquierda de herencia sindical, que existía previamente al 15-M. Fue cómodo dividir la sociedad entre pueblo y casta, patrimonializando un sentir de la “gente” en 2015. Pero la democracia pluralista no opera con esos códigos. La reforma laboral de Trabajo es el resultado de lidiar con la complejidad de los distintos grupos de interés: trabajadores, pero también las pymes, en un contexto económico determinado. No todo en nuestro país son magnates del sector alimentario o textil.

Así que es curioso ese enfado por que la vicepresidenta segunda crea que la política es “negociación”, y no conflicto permanente, de parte de quienes están hoy plenamente incardinados en el tablero institucional. Quizás lo que disgusta de Díaz en verdad es que supera la lógica de bloques desde la izquierda a la izquierda del PSOE. A saber, que la polarización es lo que necesita Podemos para seguir aparentando impugnación, mientras juegan a las reglas del paradigma constitucional.

Donde Díaz se equivoca es al afirmar que puede desprenderse de Podemos para el espacio de Sumar. La grandeza de nuestra democracia en estos años fue la capacidad de acoger los reclamos de cada esquina del tablero político. El partido morado apela a una serie de temas sobre derechos, libertades e identidad, un imaginario crítico desde el extremo del progresismo y contra el poder, que de ser obviados, dejarían a un nicho de ciudadanos huérfanos de representación. Díaz no puede enterrar lo que el propio sistema ha metabolizado ya.


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