Picasso y Rando: encuentro en el ruedo

La reunión entre estas dos figuras, uno cumbre de la modernidad y el otro expresión postmoderna, ofrece un recorrido por el modo de mirar el arte del siglo XX

El artista Jorge Rando durante la inauguración en Málaga de la exposición 'Encuentro en la arena. Pablo Picasso y Jorge Rando'.Carlos Díaz (EFE)

Hace tiempo que Paul McCartney narró cómo su Picasso’s Last Words (Drink to me) tuvo por origen un feliz encuentro que él y su esposa Linda tuvieron con Dustin Hoffman en Jamaica. El actor se encontraba allí rodando Papillon —adaptación del relato homónimo autobiográfico de Henri Charrière, emblema de la lucha por la libertad—, en tanto que los McCartney tomaban unas vacaciones. Corría abril de 1973. El exbeatle se presentó en el rodaje in...

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Hace tiempo que Paul McCartney narró cómo su Picasso’s Last Words (Drink to me) tuvo por origen un feliz encuentro que él y su esposa Linda tuvieron con Dustin Hoffman en Jamaica. El actor se encontraba allí rodando Papillon —adaptación del relato homónimo autobiográfico de Henri Charrière, emblema de la lucha por la libertad—, en tanto que los McCartney tomaban unas vacaciones. Corría abril de 1973. El exbeatle se presentó en el rodaje iniciando una grata conversación con el actor, que se prolongaría aquella noche en animada cena. Avanzada la velada y acompañado de su guitarra, el autor de Yesterday, haciendo alarde de su capacidad creativa, sugirió al protagonista de El Graduado que eligiese una noticia cualquiera del periódico del día con la que compondría una canción. El azar, musa de la historia, quiso que aquel día coincidiera con la muerte del genio español, Pablo Picasso, noticia que entonces daba la vuelta al mundo. El artículo elegido por el actor relataba que las últimas palabras del creador de Las Señoritas de Avignon fueron: “Beban por mí, beban a mi salud, ya saben que yo ya no puedo beber más”. Y así fue cómo nació la balada folk que iba a ser parte de un nuevo y exitoso álbum, el tercero, Band on the run, de la banda que hacía apenas dos años habían conformado el exbeatle y Linda, Wings.

Picasso’s Last Words (Drink to me) es la música elegida para ambientar la exposición que, con ocasión del cincuentenario del fallecimiento de Pablo Ruiz Picasso (nacido el 25 de octubre de 1881 y muerto el 8 de abril de 1973), enfrenta algunas de las numerosísimas tauromaquias del maestro cubista con la única secuencia sobre el mundo del toreo salida de la mano del también malagueño universal, el expresionista Jorge Rando (nacido el 23 de junio de 1941).

La muestra está recogida en uno de los rincones más bellos y sugestivos de Málaga, el Museum Jorge Rando, cuyo luminoso patio central —coronado por un magnífico mandarino— al que rodean las salas expositivas, son el corazón de este espacio cultural que, bajo la ejemplar dirección de Vanesa Diez Barriuso, se ha convertido en un paisaje prometido de la ciudad mediterránea —por emplear la expresión de Ortega y Gasset—. Este entorno ofrece un marco incomparable para reflexionar a propósito de una de las cuestiones que más controversia han generado en nuestro mundo cultural: el auge, declive y cuestionamiento del mundo de los toros a lo largo del siglo XX.

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Tema local de proyección universal, los toros han sido motivo de inspiración para los diferentes pueblos que habitaron la Península Ibérica, desde la cultura argárica en la Edad del Bronce hasta nuestro tiempo. Para Picasso, referencia plena de la modernidad, con cuya obra cubista dialogarían, de una u otra manera, todas las vanguardias, la tauromaquia es la única temática que, de hecho, atraviesa todas sus etapas. De manera paralela a su propia biografía, el mundo de los toros transitó, en apenas unas décadas, desde un periodo de esplendor a su inmediata decadencia. Aquel que había sido el espectáculo más nacional —título de un libro del conde de las Navas (1899)—, presenció entonces una época en la que coincidieron figuras como Joselito, Juan Belmonte, Guerrita —Rafael Guerra—, Lagartijo, y, un poco más tarde, Domingo Ortega o Manolete, muerto en el ruedo en 1947 y convertido, desde entonces, en mito.

Desde mediados de los cincuenta en el mundo de la tauromaquia triunfaban Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, cuya antológica rivalidad gestó una de las páginas más brillantes de la historia del toreo. En la siguiente década, España y la Fiesta ya eran otras. El desarrollismo había generado una cierta apertura —sobre todo económica—, que dotó al país de un dinamismo que sería esencial para la posterior Transición democrática a la muerte del dictador. En esas dos décadas finales del franquismo, también llegó la atención internacional por la especificidad española en la que no poco tuvieron que ver las obras de hispanistas que, tras la pionera obra de Gerald Brenan, El Laberinto español (1943), asistió a la aparición de una serie de trabajos decisivos como La Guerra Civil española de Hugh Thomas (1961), La España Imperial y La Rebelión de los catalanes (ambas de 1963) de John H. Elliott, Falange. Historia del fascismo español (1965) de Stanley G. Payne o España 1808-1939 de Raymond Carr (1966), entre otras. De manera paralela a esa atención académica, también llegaron estrellas de Hollywood en busca de los espectáculos más estereotipados por los viajeros ingleses y franceses del siglo XIX, flamenco y toros, con Ava Gadner a la cabeza, cuyo tórrido romance con el propio Luis Miguel Dominguín, se convirtió en todo un acontecimiento social.

Paradójicamente fue entonces cuando el mundo del toreo comenzó a ceder definitivamente su trono al fútbol. Al tiempo que el Real Madrid iniciaba su reinado en Europa, se atisbaba el declinar de la Fiesta. Mientras Picasso asistía al atardecer de su vida en plenitud de su reconocimiento, Rando, en su más temprana juventud y al igual que miles de españoles, salía del país en busca de las oportunidades que España no le daba. En Alemania, cuna del expresionismo, al tiempo que se ganaba la vida haciendo de todo un poco, inició su fructífera carrera plástica, comenzando a transitar el camino del expresionismo español, tal y como él mismo lo ha denominado. Fue por entonces cuando Rando, que frisaba la treintena –apenas dos años antes de la muerte de Picasso-, asistió a su primera y única corrida, una Goyesca —nada y nada menos que en el Coso de Ronda—. Con referentes lejanos como Goya o, ya en el inicio del XX, Gutiérrez-Solana, que también tuvieron la tauromaquia como motivo recurrente, Rando, a diferencia de estos y de Picasso, solo se asomó a los toros tangencialmente: “[Nunca] consideré mis dibujos y pinturas sobre las corridas como uno de mis ciclos, pero sí decidí dejar constancia de todas esas sensaciones que me produjeron el ambiente, los movimientos sobre el ruedo, el colorido, la conjunción de lo masculino con lo femenino, el baile, el beso… y al final la muerte… ¿y el público?”. Casi sin darse cuenta, al explicitar que el público “le sobraba”, que solo le interesaba su propia experiencia de la Fiesta como nervio para su propia experiencia artística, expresaba también el nuevo paradigma cultural al que respondía su propia obra, la postmodernidad.

Este encuentro en el ruedo entre Picasso, cumbre de la modernidad, y Rando, expresión postmoderna, en Málaga, ciudad que los vio nacer y que hoy es referencia cultural ineludible en el escenario internacional —acaba de anunciar que pronto tendrá su CaixaForum—, nos ofrece, al enfrentar ambos estilos y con este discutido tema como telón de fondo, un recorrido por el modo de mirar el arte del siglo XX. Es para no perdérselo.

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