Psicópatas al poder
¿Se siente superior a los demás? ¿Esto es, tiene un sentido exagerado de su propia valía, que le confiere, en su opinión, el privilegio de no tener que respetar las mismas normas o leyes que el común de los mortales?
Se dice que, en los primeros tiempos del Tercer Reich, algunos cómicos y detractores, en lugar de gritar Heil Hitler!, “salve a Hitler”, farfullaban Heilt Hitler!, esto es, “curad a Hitler”. También es célebre el ataque de risa que padecieron Hermann Göring y Joaquim von Ribbentrop, mientras aseguraban, en los juicios de Núremberg, que habían actuado “de buena fe”, cuando las grabaciones de las conversaciones telefónicas que mantuvieron en aquella época evidenciaban lo contrario. De perdidos, me río. Pues no estaría mal averiguar cuáles de nuestros políticos y de aquellos que los...
Se dice que, en los primeros tiempos del Tercer Reich, algunos cómicos y detractores, en lugar de gritar Heil Hitler!, “salve a Hitler”, farfullaban Heilt Hitler!, esto es, “curad a Hitler”. También es célebre el ataque de risa que padecieron Hermann Göring y Joaquim von Ribbentrop, mientras aseguraban, en los juicios de Núremberg, que habían actuado “de buena fe”, cuando las grabaciones de las conversaciones telefónicas que mantuvieron en aquella época evidenciaban lo contrario. De perdidos, me río. Pues no estaría mal averiguar cuáles de nuestros políticos y de aquellos que los votan, o votamos, necesitan ser curados o se ríen de nosotros en nuestra cara.
Hablamos mucho en estos días del test de Turing, que establece el punto en el que puede hablarse de inteligencia artificial (como diría Jorge Luis Borges: “Tú que me lees, ¿estás seguro de que esto no está escrito con ChatGPT?”). Mucho más deberíamos hablar del test de Hare, que evalúa el grado de psicopatía de las personas, y que, más allá del ámbito de la psicología, puede ser utilizado para realizar un retrato moral, no solo de los individuos, sino también de las sociedades.
El test de Hare está compuesto por 20 preguntas a las que se les da un valor de dos, uno o cero en función del mayor o menor grado de adecuación. Y la línea de corte es 30 (como para entrar en la carrera de ingeniería social). Esto es una demostración. ¡Intenten hacerlo en sus casas!
1. ¿Posee locuacidad y encanto superficial? Esto es, ¿echa mano en sus apariciones públicas de toda la panoplia de falacias, sesgos cognitivos, relatos y mitologías políticas, sin importarle tanto el contenido de lo que dice como el efecto, valorado siempre en número de votos?
2. ¿Miente con asiduidad? ¿Hace como esos tramposos que siempre tienen razón en los detalles, aunque nunca la tengan en el conjunto, de modo que cuando criticas el conjunto te remiten a un detalle, y cuando criticas el detalle, no puedes hacer más que darle la razón?
3. ¿Es manipulador? ¿Siendo su estrategia preferida la de sembrar la discordia, con el objetivo de que nos mordamos los unos a los otros, como aquellos perros que apaleaban después de haberlos metido juntos en un saco?
4. ¿Se siente superior a los demás? ¿Esto es, tiene un sentido exagerado de su propia valía, que le confiere, en su opinión, el privilegio de no tener que respetar las mismas normas o leyes que el común de los mortales?
5. ¿Carece de sentido de la culpa? Ni en su pecho late El corazón delator de Edgar Allan Poe, ni tiene los problemas de insomnio de un Raskólnikov. (Redúzcase medio punto de psicopatía por cada fracción de alprazolam que necesite para dormir.)
6. ¿Sus afectos son superficiales? ¿Muestra una cierta frialdad o superficialidad emocional en sus relaciones con la sociedad, con la que no pueden relacionarse más que mediante el entusiasmo o la ira? ¿Hace, como los niños, zumo de canario con lo que más ama?
7. ¿Carece de empatía? ¿El sufrimiento de las demás personas —sean o no votantes— no es una variable esencial en sus argumentos o decisiones? Como mucho, posee la empatía fría, o intelectual, que le permite meterse en la piel del otro para manipularlo, como un parásito, pero no la empatía caliente o emocional, que representaría un freno moral para sus acciones.
8. ¿Se niega a responder por sus propias acciones? ¿Ya sea por su narcisismo, que le lleva a sentir que las leyes no se hicieron para él, ya sea por su falta de empatía, que lo libera de todo lazo social, no se siente obligado a responder, ni moral ni legalmente, por sus acciones?
9. ¿Sus relaciones suelen ser breves? Especialmente consigo mismo, pues pasa sin problemas de ser un joven trotskista a ser un adalid del neoliberalismo o un nostálgico de los buenos tiempos pasados? (Si sucede lo contrario, pellízquese el brazo para comprobar si está soñando.)
10. ¿Tiende hacia la promiscuidad? ¿Intentando, por ejemplo, ser y no ser a la vez de ultraderecha, o seguir siendo de izquierdas mientras comulga con el credo neoliberal o nacionalista?
11. ¿Su estilo de vida es parasitario? ¿Ya sea porque ha hecho del mero mantenimiento en el poder su modus vivendi, ya sea porque la manipulación de los miedos y las esperanzas de los votantes es una de las formas más básicas del parasitismo humano?
12. ¿Tiene metas poco realistas? ¿Le cuesta aceptar el carácter imperfecto, cambiante y mezclado de la sociedad real, que promete depurar, simplificar y fijar, haciendo caso omiso a los obstáculos o resistencias que le opone, coriácea, la realidad?
13. ¿Su carácter es impulsivo? ¿Promete soluciones finales e inmediatas, considerando todo pacto o concesión como una traición, infligiéndonos de este modo, tras esperanzas desaforadas, depresiones excesivas?
14. ¿Es irresponsable a la hora de actuar? ¿Pues, debido a su falta de empatía, no realiza una valoración moral de las consecuencias que puedan derivarse de sus palabras o acciones? (Réstense mil puntos de psicopatía por cada ocasión en las que haya reconocido un error.)
15. ¿Tiene reacciones poco meditadas? ¿Presenta una baja tolerancia a la frustración, la crítica o el rechazo, lo cual puede llevarle a tener explosiones de ira, que se traducen en improperios, decisiones precipitadas e incapacidad para el diálogo y la alianza (especialmente cuando se acercan unas elecciones)?
16. ¿Necesita ser estimulado por su tendencia al aburrimiento? ¿En el fondo es un nihilista que se siente vacío, y busca el poder, o el dinero, para llenar una falla narcisista que es más profunda que la de San Andrés, y más inflamable que las de Valencia?
(Como no somos jueces, podemos dejar a un lado los últimos cuatro ítems, que se preguntan por la precocidad, diversidad y orígenes de su historial delictivo, en caso de que lo hubiere o hubiese.)
Mi intención no es, claro está, sugerir que todos los políticos respondan a estos rasgos. Primero, porque la demonización de la política es la primera de las estrategias del psicópata político. Segundo, porque todos somos políticos, en tanto que ciudadanos que participan, por activa o por pasiva, del poder. De modo que todos deberíamos plantearnos, cuando votamos o dialogamos, en qué punto intermedio nos situamos entre Albert Camus y Adolf Hitler, o entre Hannah Arendt y Margaret Thatcher. Tercero, porque el bien y el mal son transversales, estoy convencido de que los políticos de extrema derecha, nacionalistas y de izquierda antidemocrática, que haberla hayla, presentan de forma orgánica muchos de estos rasgos. Y cuarto, porque creo que, más allá de los individuos, nuestra misma sociedad tardocapitalista pretende naturalizar muchos de estos rasgos a través de propaganda ideológica, contenidos audiovisuales, violencia burocrática y mucha precariedad.
No hay soluciones mágicas, pero qué menos que preguntarse honestamente qué puntuación sacarían en el test de Hare, no solo aquellos que tenemos pensado votar, sino también nosotros mismos, como individuos, y como sociedad. Heilt!