Hubo vida durante la moción de autocensura

Que haya uracilo en un asteroide puede significar que nuestro planeta tomó los componentes básicos de la vida de las ancestrales colisiones de asteroides

Superficie del asteroide Ryugu fotografiada por la sonda japonesa 'Hayabusa 2'.JAXA

En una cosa tiene razón Ramón Tamames: la Cámara debería acotar los tiempos de intervención. Drásticamente, añado yo. Seguir en directo la moción de censura —o de autocensura, visto el resultado— me ha dejado exhausto. Cualquiera que haya dado tres clases, dos charlas o una alocución de boda sabe l...

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En una cosa tiene razón Ramón Tamames: la Cámara debería acotar los tiempos de intervención. Drásticamente, añado yo. Seguir en directo la moción de censura —o de autocensura, visto el resultado— me ha dejado exhausto. Cualquiera que haya dado tres clases, dos charlas o una alocución de boda sabe lo extremadamente difícil que es sostener la atención del público durante 20 minutos, no hablemos ya de una hora. A menos que seas Cervantes o el mago Houdini, más vale que depongas tu verborrea y hagas un esfuerzo sincero por sintetizar y centrarte en lo esencial. La brevedad es un género. Para prolijo ya está el mundo.

Mientras duraba la moción de autocensura, y duraba, y duraba, descubro ahora que hubo vida durante esas eras oscuras, y a veces en sentido literal. Por ejemplo, unas muestras recogidas de un asteroide en pleno espacio contienen uracilo, una de las letras genéticas en las que se fundamenta toda la vida en la Tierra. Se trata de una pequeña molécula orgánica, basada en un hexágono de átomos de carbono y nitrógeno. Llamarla letra es una metáfora, pero muy certera, porque los genes son largas ristras de este tipo de moléculas, empalmadas como las cuentas de un collar, y en efecto conforman un texto que nuestras células leen como tú estás leyendo este, de izquierda a derecha, agrupando las letras en palabras y formando frases. El uracilo hallado en el asteroide es una letra, un fundamento esencial de nuestro código genético. Y nos puede haber llegado del cielo.

El sistema solar se formó hace 4.600 millones de años, y su infancia tuvo que ser difícil. Los planetas gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) se formaron lejos del Sol y después empezaron a migrar hacia él, lo que detuvo la condensación progresiva de nuevos planetas en la zona entre Marte y Júpiter, que es donde se halla ahora el cinturón de asteroides. Son, por lo tanto, larvas de planeta (planetesimales) que nunca llegaron a formar uno. Son testigos del pasado profundo de nuestra vecindad cósmica, y un escaparate del tipo de materiales con los que se formó la Tierra. Que haya uracilo (la letra u) en un asteroide puede significar que nuestro planeta tomó los componentes básicos de la vida de las ancestrales colisiones de asteroides que recibió en los tiempos duros. Los aminoácidos que forman las proteínas y hasta la misma agua de los océanos pudieron llegar por el mismo procedimiento. La fórmula de la vida llegada del espacio. Esta es la manera arrebatada de interpretar el hallazgo.

Hay, sin embargo, otro modo más flemático de mirarlo, por si la lectora lo prefiere. Que haya uracilo en un asteroide muestra que es una molécula fácil de formar. Muestra que la generación de los componentes moleculares de la vida es un suceso probable, y no una extravagancia irrepetible de nuestro planeta. Indica que los ladrillos químicos que nos construyen pueden surgir de forma espontánea allí donde las condiciones físicas lo permiten. Y apuntan a que la evolución de la vida a partir de la materia inerte puede ser un fenómeno común.

Ahí lo tienen. Hemos sembrado de vida la galaxia en menos de lo que Tamames llegaba al primer etcétera de su discurso.

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