El tuit que salvó la vida de Laura Rapp
Tras sufrir un intento de asesinato a manos de su pareja, una francesa decidió publicar su historia en redes para denunciar un sistema judicial incapaz de proteger a las víctimas de violencia de género
El pasado 8 de marzo, mientras aquí se debatía sobre la división del feminismo y sobre las grietas de la ley del solo sí es sí, al otro lado de la frontera, en Francia, una cadena de televisión pública reunía a seis mujeres en un programa titulado Feminicidios: el fracaso francés. De las presentes ―la portavoz de la Policía Nacional, una historiadora, la ex secretaria de Estado de Igualdad, entre otras― la que menos habló fue ...
El pasado 8 de marzo, mientras aquí se debatía sobre la división del feminismo y sobre las grietas de la ley del solo sí es sí, al otro lado de la frontera, en Francia, una cadena de televisión pública reunía a seis mujeres en un programa titulado Feminicidios: el fracaso francés. De las presentes ―la portavoz de la Policía Nacional, una historiadora, la ex secretaria de Estado de Igualdad, entre otras― la que menos habló fue Laura Rapp. Sin embargo, pocos casos como el suyo expresan mejor la situación que viven las víctimas de violencia de género en un país que duplica a España en el número de feminicidios sin tener el doble de población (67,7 millones de habitantes frente a 47,4) y donde el 80% de las denuncias se archivan sin seguimiento: tras sobrevivir al intento de asesinato de su expareja delante de su hija de dos años, en 2018, no le quedó más remedio que acudir a Twitter para hacer pública su historia ante el abandono que sintió por parte del sistema.
Pese a la detención de su excónyuge, Rapp se vio en una situación desesperada. Vivía con miedo, a la espera del juicio. Miedo a no lograr la privación de la patria potestad de su maltratador. Miedo a no poder sufragar los gastos en abogados que la estaban arruinando, obligándola a endeudarse con créditos (suma que hoy asciende a 75.000 euros). Miedo a las secuelas psicológicas de su hija, aterrorizada ante la idea de reencontrarse con su padre. Miedo, sobre todo, al enterarse de que el juez autorizó la liberación condicional de ese hombre alto y delgado, siempre bien trajeado y con aires de yerno ideal, aficionado al alcohol y a la estrangulación. Y ya terror cuando este apareció una mañana frente al domicilio de sus padres, a pesar de la orden de alejamiento. Fue la gota que hizo colmar el vaso y la animó, ante la inmensa sensación de desprotección, a acudir a las redes sociales: “¿Por qué un hombre violento, acusado de intento de asesinato, puede ser liberado antes de su juicio en detrimento de las víctimas? [...] Sólo quiero que me escuchen. ¡Protegedme! Proteged a mi hija hasta el juicio. No quiero engrosar la larga lista de feminicidios”, escribió en mayo de 2019.
El mensaje de Rapp, acompañado de una fotografía donde se ven las claras marcas que le dejó en el cuello un intento de asesinato del que se salvó de milagro, gracias a la intervención de sus vecinos, fue compartido más de 12.000 veces. Como cuenta en Tuitear o morir (2021), a los pocos días de la mediatización de su caso, el tribunal decidió enviar a su expareja de nuevo a prisión hasta la celebración del juicio.
De lo que no le salvó Twitter, ni que su caso saltara a los telediarios, fue de la culpabilización ejercida sobre las víctimas por un sistema judicial deficiente, incapaz de proteger a las mujeres a pesar de la promesa de Emmanuel Macron de endurecer la respuesta a la violencia machista durante su mandato. Un sistema cuya respuesta penal es “insuficiente”, como apuntaba en 2019 un informe del Consejo de Europa, que tiende a recalificar el intento de homicidio en violencia habitual y que, a diferencia de España, no cuenta con tribunales especializados ni con magistrados formados para atender este tipo de delitos. La violencia simbólica ejercida contra Rapp durante el juicio fue descomunal. Insoportable. ¿Por qué no se separó antes de su maltratador si sabía que era violento? ¿Por qué fue a verlo la noche que intentó matarla si era consciente de que estaba alcoholizado?, le preguntó en repetidas ocasiones el juez que instruyó el proceso.
“Si no te mata tu pareja, lo acaba haciendo la justicia”, sentenció Rapp, particularmente alterada, durante el programa de televisión. Cómo no estarlo: supo dos días antes del 8-M que su excónyuge, condenado a ocho años de cárcel, iba a ser liberado. ¿Tendrá un brazalete electrónico? ¿Le prohibirán acercarse a ella o a su hija? ¿Tendrá que mudarse de nuevo? Para ella todo son incógnitas porque en el aviso que recibió ninguno de esos puntos, tan vitales, está aclarado. Desesperada, volvió a acudir a las redes aunque dudo que esta vez eso le ayude a aliviar su calvario.
En 1997 tuvo que ser el asesinato de Ana Orantes, después de denunciar en televisión la violencia machista que sufrió tantos años en silencio, el suceso que sacudió la conciencia de los españoles y les convenció de la necesidad de combatir con mayor determinación esta lacra. ¿Qué tipo de tragedia espera la clase política francesa para despertar de una vez?