La privatización de PDVSA

La inoperancia, el subsidio a la ineficiencia y la corrupción generalizadas justificó, a veces socarronamente, su privatización dolosa

Un camión de transporte de PDVSA en una calle de Caracas (Venezuela), el 2 de octubre de 2021.Valery Sharifulin (GETTY)

María Corina Machado, la bête noire de todos los chavismos y de la mayoría de los políticos de oposición venezolanos, ha dejado flotar la idea de privatizar Petróleos de Venezuela en una hipotética presidencia suya.

Sin obviar el no pequeño obstáculo de que el Tyrannosaurus rex todavía está allí, debo decir que la alacridad y la vehemencia de las reacciones a...

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María Corina Machado, la bête noire de todos los chavismos y de la mayoría de los políticos de oposición venezolanos, ha dejado flotar la idea de privatizar Petróleos de Venezuela en una hipotética presidencia suya.

Sin obviar el no pequeño obstáculo de que el Tyrannosaurus rex todavía está allí, debo decir que la alacridad y la vehemencia de las reacciones adversas provenientes de lo que, para agilidad discursiva, llamaré oposición, me han dado bastante en qué pensar. Esas reacciones, muchas de las cuales no intentan siquiera disimular su misoginia, se resumen en un “¡ha blasfemado!” colectivo.

El insumergible Henrique Capriles, con fraseología e inflexiones que recuerdan las de Hugo Chávez—”el petróleo es del pueblo”—, se pregunta, con ojos desorbitados de pura indignación, si lo que Casado propone no será arrebatárselo. En general, el tono escandalizado de los voceros de oposición, no invita a la discusión de una idea que, vista la sistemática destrucción de lo que fue una gigantesca y exitosa empresa estatal, merece al menos considerarse.

Las privatizaciones latinoamericanas de los años 90, fruto de las reformas dictadas por el Consenso de Washington, fueron ciertamente, en muchos casos, ocasión para el fraude a las naciones. La inoperancia, el subsidio a la ineficiencia y la corrupción generalizadas justificó, a veces socarronamente, su privatización dolosa. Admitamos, sin embargo, que si hubo alguna vez un ejemplo de empresa estatal exitosa fue, precisamente, Petróleos de Venezuela.

Su creación fue posible gracias al boom de precios que siguió al embargo a occidente de decretado por los países árabes de la OPEP como represalia a su apoyo a Israel durante la Guerra de Yom Kippur, en 1973.

Desde 1976, la empresa brindó recursos para el crecimiento y la prosperidad durante un cuarto de siglo hasta el momento mismo en que la más soberbia barbarie imaginable dispuso la liquidación de su recurso humano con el despido masivo de 20.000 personas.

Gustavo Coronel, cumplidos ya los 90, es decano de los geólogos petroleros venezolanos y también uno de nuestros mejores ciudadanos. En 1982, Coronel publicó una historia de la nacionalización petrolera.

Allí puede leerse cómo a partir de 1975, ante la declarada decisión del presidente Carlos Andrés Pérez de adelantar la nacionalización de los activos de las compañías concesionarias, se abrió en el país un debate intensísimo en el que, muy singularmente, la gerencia y los gremios petroleros y la academia tuvieron mucho qué decir y gran parte de sus observaciones debieron ser atendidas en la formulación final.

Fue aquella una transición sin estridencia antiimperialista, sin ocupación militar de los campamentos ni jubilosas concentraciones de masas ante las refinerías. El debate parlamentario que precedió a la promulgación de las leyes de nacionalización se condujo con urbanidad, el consenso público en apoyo a la medida fue abrumador y todas las compañías concesionarias fueron indemnizadas con justeza hasta el último centavo. La ceremonia inaugural de PDVSA fue sobria y republicana.

Todo ello recogía el desiderátum de la intelligentsia venezolana de la generación de Rómulo Betancourt desde los años 30 del siglo pasado: alcanzar la nacionalización plena del recurso petrolero sin el trauma de una confrontación con los Estados Unidos y el Reino Unido.

“Yo no sabia nada de petróleo, yo era un abogado especializado en sucesiones. Lo primero que me preguntó Rómulo Betancourt cuando lo conocí, allá por 1937, fue cuánto sabía yo del acuerdo [Dwight] Morrow - [Plutarco Elías] Calles mexicano”, recordaba, en 1978, un año antes de morir, Juan Pablo Pérez Alfonzo, el llamado padre de la OPEP.

Se refería Betancourt a un episodio de la historia del México moderno que condicionó la nacionalización petrolera decretada por el general Lázaro Cárdenas en 1938. Tenía solo 29 años, luchaba clandestino contra un Gobierno militar y aún debían pasar ocho más antes de ser presidente de Venezuela por primera vez.

En cuanto a PDVSA, ya no existe y nada hay que rescatar. A los candidatos de oposición escandalizados por María Corina Machado cuadra decirles lo que Betancourt a Pérez Alfonzo en la ocasión citada: “El petróleo es una vaina seria. Hay que ponerse a estudiar”.

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