Una canción
Las canciones del Indio Solari nos entrenaron en el arte de respirar bajo la superficie, de resistir los embates del espanto
La primera vez que vi al Indio Solari fue a fines de los ochenta y creí que se llamaba Patricio Rey, porque ese era el nombre de su banda, Patricio Rey y los Redonditos de Ricota. Fue en Buenos Aires, en uno de esos sitios repletos de humo en los que nos inyectábamos la noche en dosis masivas porque creíamos que era lo único que podía disolver la tristeza. Me llevó un hombre precioso. Yo no conocía a la banda, pero el hombre precioso me hablaba de Patricio Rey como si fuera un mesías tétrico. ...
La primera vez que vi al Indio Solari fue a fines de los ochenta y creí que se llamaba Patricio Rey, porque ese era el nombre de su banda, Patricio Rey y los Redonditos de Ricota. Fue en Buenos Aires, en uno de esos sitios repletos de humo en los que nos inyectábamos la noche en dosis masivas porque creíamos que era lo único que podía disolver la tristeza. Me llevó un hombre precioso. Yo no conocía a la banda, pero el hombre precioso me hablaba de Patricio Rey como si fuera un mesías tétrico. Así que fui. No recuerdo dónde era. Sé que en un momento, desde el escenario, brotaron chorros de luz que perforaron la negrura sucia de ese lugar sombrío. Lo que vi no era un hombre: era el peligro. Calvo, la mano alzada en un puño, empezó a cantar. Y yo me convertí, en ese instante, a la mitología de su voz, a esa amenaza que tenía en la garganta. La banda creció. Mucho. Nunca fui a verlos a grandes recitales porque me daban pavor. Se juntaban 300.000 personas, hubo heridos, muertos. Pero los seguí escuchando, adicta a esa voz de diablo remitido desde el paraíso. La banda se separó, el Indio Solari formó otra, Los fundamentalistas del aire acondicionado, con la que hizo discos fabulosos. Y, hace seis años, enfermó de párkinson. La semana pasada anunció su retiro. Últimamente, salgo a correr con una canción suya que me destroza. Es de 2021. Se llama Encuentro con un ángel amateur. Dice: “Yo ya no puedo cumplir/ hazañas que prometí/ Sólo seguir cantando (…) Sólo me falta saber/ la fecha y el lugar/ y allí iré, cantando”. Esa voz, ese alarido que no se queja, ese vagido lunar a la intemperie. La escucho en días en los que yo tampoco puedo cumplir hazañas que prometí. Pero él cumplió las suyas. Sus canciones nos entrenaron en el arte de respirar bajo la superficie, de resistir los embates del espanto. Se lo digo con lo único que tengo: esta canción mía que, por si no queda claro, es una canción de amor y de respeto.