Berlusconi y Belarra
Ante la invasión de Rusia a Ucrania hay diferentes grados entre los que no apoyan la respuesta europea. Están los que justifican y los seguidistas en el falso nombre del pacifismo
Entre colabos, hay grados. Los co-verdugos, los que ofrecen coartadas y los seguidistas. Conviene distinguirlos. Más ahora, en el balance al primer año de la invasión. Recordemos el pequeño detalle: no de las tropas ucranianas sobre Rusia, sino del Kremlin contra Ucrania.
Entre los co-verdugos de Vladímir Putin destaca Silvio Berlusconi. Lo justifica de punta a rabo. Ataca a los resistentes. Porque el invasor se top...
Entre colabos, hay grados. Los co-verdugos, los que ofrecen coartadas y los seguidistas. Conviene distinguirlos. Más ahora, en el balance al primer año de la invasión. Recordemos el pequeño detalle: no de las tropas ucranianas sobre Rusia, sino del Kremlin contra Ucrania.
Entre los co-verdugos de Vladímir Putin destaca Silvio Berlusconi. Lo justifica de punta a rabo. Ataca a los resistentes. Porque el invasor se topó en Ucrania con una “situación imprevista e impredecible de resistencia”, lo que provocó que “una operación de dos semanas” para la anexión “se convirtió en una de 200 años”. Si Volodímir Zelenski no hubiera resistido, la guerra no se habría producido: ese es su dislate.
Berlusconi es un ultra genético, y un funambulista abusón de niñas. También un líder del Partido Popular Europeo. Que fue cooptado por Alejandro Agag, el yernísimo business oriented de José María Aznar: al grupo parlamentario de Estrasburgo; al partido. Inició la ultraderechización de la democracia cristiana europea. Sin el PP español, sería nadie. Y pronto quizá lo sea, desbancado por la más fascista y menos orate Giorgia Meloni, candidata a sucederle en el otrora decente conservadurismo.
Entre los colabos que ofrecen coartadas al sátrapa del Kremlin destaca China, que le prometió amistad incondicional. Y que ahora ofrece un plan de paz etéreo: certero al condenar las violaciones de la integridad territorial de los Estados soberanos; pútrido porque ignora que Putin es el violador, el que ha destruido fronteras pactadas, anexionado territorios ajenos, bombardeado a quienes le hacen cosquillas. La historia juzgará a este sujeto no solo por sus asesinatos en masa, sino por un crimen quizá más capital: el de ser el primer miembro del Consejo de Seguridad de la ONU que conculca sus principios, invadiendo un país (lo hizo EE UU en Granada) y se lo anexiona a pedazos sucesivos (no lo había hecho nadie).
Y luego están los seguidistas en el falso nombre del pacifismo, fans de Chamberlin y Daladier, los genuflexos ante el expansionismo de Hitler. Como Ione Belarra, equidistante entre invasor e invadido; que se inquieta por una “escalada” eventual en tanques aliados y no por la de bombardeos del sátrapa; que inquiere, igual que el kremlinita, por las “consecuencias imprevisibles” de “armar” al masacrado, lo que declinaron las democracias liberales con nuestra República; que ironiza sobre si enviaremos soldados, escupiendo a la gesta de las Brigadas Internacionales; que aún no ha enviado un saludo o un paquete de arroz a los resistentes de Kiev. Sierva de Putin, esa caricatura de Stalin.