Migas de pan
Podría sucederle a la ciencia lo mismo que a Pulgarcito si el ciego azar la llevara a adentrarse en el bosque de la inteligencia artificial
Hace 5.500 años en Mesopotamia el pensamiento fue inscrito por primera vez con los dedos en tablillas de barro. Desde entonces, a lo largo de la historia, los dedos nunca han dejado de participar en el desarrollo de la inteligencia humana. Hoy los niños golpean con sus yemas sonrosadas el teclado del iPhone, un nuevo cerebro que los adolescentes llevan con orgullo en el bolsillo trasero del pantalón. La cultura informática nos ha dejado en la entrada de un bosque animado donde se dice que está pob...
Hace 5.500 años en Mesopotamia el pensamiento fue inscrito por primera vez con los dedos en tablillas de barro. Desde entonces, a lo largo de la historia, los dedos nunca han dejado de participar en el desarrollo de la inteligencia humana. Hoy los niños golpean con sus yemas sonrosadas el teclado del iPhone, un nuevo cerebro que los adolescentes llevan con orgullo en el bolsillo trasero del pantalón. La cultura informática nos ha dejado en la entrada de un bosque animado donde se dice que está poblado de máquinas que piensan por sí solas y ya no necesitan aprender nada de los humanos. La inteligencia artificial no está muy lejos de ser una versión digital del cuento de Pulgarcito. Todo el mundo sabe qué le pasó a ese niño. Sus padres eran unos leñadores muy pobres y decidieron abandonar a sus siete hijos en el bosque porque no los podían alimentar. Así lo hicieron, pero Pulgarcito en el bosque les dijo a sus hermanos que no temieran nada porque había dejado migas de pan por el camino, de modo que siempre podrían regresar a casa si así lo deseaban. Al cabo de un tiempo de vagar por el bosque se sintieron perdidos y al intentar volver sobre sus pasos se encontraron con que las migas de pan se las habían comido los pájaros. Pulgarcito y sus hermanos quedaron en poder de un ogro, que los quiso devorar. Lo mismo podría sucederle a la ciencia si el ciego azar la llevara a adentrarse en el bosque de la inteligencia artificial. Si los pájaros se comieran las migas de pan que deberían devolverla a la realidad, podría quedar para siempre atrapada en un bosque virtual donde todo sería real y ficticio, verdadero y falso, bueno y malo a la vez, un juego divertido y diabólico, ejecutado con los dedos, pero sin ninguna posibilidad de retorno a la vida real. En este caso habría que pedirle a Pulgarcito que inventara algún plan para salvarnos del ogro y volver a casa.