La palabra en el ojo de Rushdie

Claudicar ante los radicales es renunciar a lo que uno es, morir en vida. Pero en este caso no solo muere el escritor, muere la sociedad entera

Salman Rushdie en Barcelona una foto de archivo.Reuters

Acostumbrados como estamos a la banalización de la palabra escrita, tan usada para no aportar nada o para alimentarnos con contenidos basura que buscan captar la atención de forma rápida o entretenernos con estúpidas frivolidades, tal vez hayamos olvidado su verdadero valor. No recordamos ya que no siempre hemos tenido al alcance la letra impresa y que durante milenios leer y escribir fue patrimonio exclusivo de las clases privilegiadas. Tal vez sea esta la forma que ha adoptado ...

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Acostumbrados como estamos a la banalización de la palabra escrita, tan usada para no aportar nada o para alimentarnos con contenidos basura que buscan captar la atención de forma rápida o entretenernos con estúpidas frivolidades, tal vez hayamos olvidado su verdadero valor. No recordamos ya que no siempre hemos tenido al alcance la letra impresa y que durante milenios leer y escribir fue patrimonio exclusivo de las clases privilegiadas. Tal vez sea esta la forma que ha adoptado en Occidente la paulatina aniquilación de la literatura: alfabetizar a todo el mundo para luego vaciar de contenido lo que la mayor parte de la población acaba leyendo, neutralizándola así de cualquier posibilidad contestación política.

Salman Rushdie, desde su recuperación física cargada de dignidad, nos da una lección de entereza y hace más viva la verdad que no pocos hemos conocido de primera mano: que la palabra libre sigue estando amenazada. En muchos países de forma explícita con encarcelamientos, amenazas, acoso y hostigamientos de todo tipo a escritores, poetas y periodistas. En otros casos no hay noticia pública de los castigos infligidos a quienes osan romper la ley de lo que no se puede decir y menos publicar, pero los autores, muchas de ellas mujeres, bien pueden dar cuenta de exilios familiares, destierros, y violencia. En este sentido, las honestas palabras del escritor británico en la entrevista que le hizo Eduardo Lago insuflan un aliento de vida a todos los que no pueden evitar jugársela para contar, para decir, para escribir lo que sus conciencias y su creatividad les dicten. La pregunta que me ronda desde el apuñalamiento de Rushdie es: ¿acaso podemos evitarlo? ¿Podemos evitar escribir lo que queremos escribir? ¿Podemos atender a los riesgos que todavía a día de hoy supone este oficio? Cuando la libertad de expresión es amenazada de forma tan radical como lo hacen los fanáticos, no hay mucho donde elegir, en realidad. Son ellos los que nos ponen en una encrucijada con dos posibles caminos: o hacerles caso y callar o seguir escribiendo. Las consecuencias de la segunda opción son de sobra conocidas: que atenten contra tu persona de una u otra forma, incluso acabando con tu vida. No son tan obvias las derivadas de la primera, pero a la corta y la larga, claudicar ante los radicales es renunciar a lo que uno es, morir en vida. Pero en este caso no solo muere el escritor, muere la sociedad entera.

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