¿Para qué ha servido el solo sí es sí?

La reforma de la ley puede ser un nuevo ejercicio de cara a la galería y probablemente alentará la confusión entre protección y punitivismo

La ministra de Igualdad, Irene Montero, rodeada el martes de periodistas a su llegada al pleno del Senado.Carlos Luján (Europa Press)

Es difícil llegar a buen sitio si partes de una premisa falsa. El consentimiento ya era central en el Código Penal de 1995, como ha explicado Mercedes García Arán: presentarlo como novedad es propaganda. El Convenio de Estambul no exige un solo tipo de atentado sexual; las conductas que describe como delito ya estaban penadas. La reforma nace en parte de la indignación producida por la sentencia de La Manada; con la ley a...

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Es difícil llegar a buen sitio si partes de una premisa falsa. El consentimiento ya era central en el Código Penal de 1995, como ha explicado Mercedes García Arán: presentarlo como novedad es propaganda. El Convenio de Estambul no exige un solo tipo de atentado sexual; las conductas que describe como delito ya estaban penadas. La reforma nace en parte de la indignación producida por la sentencia de La Manada; con la ley anterior, a los perpetradores se les sentenció primero a nueve años de cárcel y luego a 15. Hay alguna mejora —sobre la sumisión química, por ejemplo—, pero la nueva ley tiene problemas que ya habían señalado los expertos. El episodio apunta a un fallo en cadena y muestra los riesgos de la combinación de buenas intenciones, adanismo y demagogia. Ha revelado deficiencias en la esfera comunicativa: la indignación era más poderosa que las explicaciones. Expertos en derecho penal se desgañitaban, pero no siempre se les escuchaba. Dos ejemplos del clima: el ministro de Justicia del PP declaró que el juez que había emitido un voto particular en la primera sentencia tenía “algún problema”; el humorista Anónimo García satirizó el sensacionalismo de los medios y fue condenado por “trato degradante” a la víctima. Algunas falsedades del momento parecen inamovibles: la mentira alcanza el estatus de verdad cuando se convierte en tópico. Los errores técnicos dejan en mal lugar al Gobierno y a las Cámaras. Cambiar la norma parece sensato por sus defectos —las consecuencias no deseadas ya no tienen arreglo—, pero es inverosímil que el PSOE se desligue de su corresponsabilidad mientras hace la alucinante promesa de que la reforma se hará con rigor. La negación de la evidencia, las mentiras y las acusaciones a medios y jueces por parte de Unidas Podemos tienen un aire trumpista. La ministra de Igualdad ha presentado dos leyes estrella: la del solo sí es sí ha beneficiado a cientos de agresores sexuales y la trans ha fracturado el movimiento feminista. Cualquiera que destrozara así su campo y sus activos pensaría en cambiar de oficio, quizá buscando uno que no afectara directamente a otras personas, como la poesía o la papiroflexia. La reforma puede ser un nuevo ejercicio de cara a la galería y probablemente alentará la confusión entre protección y punitivismo que han denunciado Clara Serra y Nuria Alabao. El proceso ha sido muy desafortunado y revela fallos profundos en nuestro sistema informativo y legislativo: debería ser una lección si le importara a alguien.

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