¿El final del camino para Viktor Orbán?

El menosprecio del primer ministro húngaro por el Estado de derecho y su apoyo a Putin ha llevado al límite la paciencia de la UE. Veremos cómo el bloque y su primer autócrata natural continúan forcejeando

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, durante una rueda de prensa en Budapest, el 21 de diciembre.ATTILA KISBENEDEK (AFP)

El final del 2022 quedó marcado por una nueva escaramuza en la batalla entre Hungría y la UE, en la que los líderes europeos están reteniendo alrededor de 5.800 millones de euros en fondos de recuperación poscovid-19 a causa del retroceso democrático en el país gobernado por Viktor Orbán y su partido Fidesz. Esta decisión ha llegado tras años de advertencias por parte de grupos internacionales de la sociedad civil acerca de la represión organizada por parte del Estado a las operacion...

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El final del 2022 quedó marcado por una nueva escaramuza en la batalla entre Hungría y la UE, en la que los líderes europeos están reteniendo alrededor de 5.800 millones de euros en fondos de recuperación poscovid-19 a causa del retroceso democrático en el país gobernado por Viktor Orbán y su partido Fidesz. Esta decisión ha llegado tras años de advertencias por parte de grupos internacionales de la sociedad civil acerca de la represión organizada por parte del Estado a las operaciones de oponentes políticos, periodistas, universidades, organizaciones no gubernamentales (ONG) y medios de comunicación independientes, así como una creciente ola de preocupación entre los eurodiputados acerca de la dirección que seguirá Hungría en el futuro.

Pero, ¿cómo fue que llegamos a este punto? Este es un momento en que, a pesar de sus anteriores vacilaciones, la UE ha intervenido decisivamente en la política de uno de sus 27 Estados miembros. Para responder a esto, debemos mirar al partido de Orbán, Fidesz, que hace ya mucho tiempo renunció a sus principios fundacionales, como un movimiento de resistencia al régimen comunista. Siendo estudiante universitaria en Budapest a finales de la década de los ochenta —y habiendo crecido en un entorno de fuerte tradición anticomunista—, me atrajo la promesa de libertad política de la Federación de Jóvenes Demócratas (Fidesz). Me uní al partido con gran entusiasmo, y en cuestión de seis meses resulté electa para la junta directiva del partido y participé junto a Viktor Orbán en las elecciones de 1990, que fueron las primeras elecciones libres de Hungría desde el inicio del comunismo. Fidesz, que debutaba como miembro de la Asamblea Nacional de Hungría, estaba firmemente comprometido con los principios de la democracia liberal y las políticas de centro.

Sin embargo, las tensiones internas del partido resultaron evidentes desde el principio. Hubo un intento de llevar al partido hacia la derecha, con la convicción de que mejoraría sus posibilidades de ganar elecciones. Los centristas liberales que defendían los principios fundacionales del partido se convirtieron en una minoría cada vez más asediada y sometida a humillantes ataques verbales. La elección de Orbán como presidente del partido Fidesz en 1993 fue un punto de inflexión. Ese mismo año, Fidesz estuvo involucrado en un escándalo financiero a gran escala, en el que cientos de millones de forintos (la moneda húngara) en fondos del partido fueron invertidos en empresas vinculadas al asesor financiero y amigo personal de Orbán, Lajos Simicska. Este episodio sacó a la luz las faltas de conducta de índole financiera que habrían de volverse parte del estilo de gobernar de Orbán.

El escándalo fue un punto de quiebra para liberales como yo. Cuando nos retiramos, Orbán quedó con vía libre para reestructurar Fidesz y convertirlo en un partido de derechas que, según su opinión, podría rellenar el vacío político existente en la derecha. En pocos años, reformó al partido de acuerdo a una línea anticomunista, nacionalista y de mojigatería cristiana.

Décadas después, he sido testigo de cómo el poder transformativo autocrático de Orbán logró inspirar a políticos conservadores y de la ultraderecha radical tanto en Europa como en otras regiones. Durante su gobierno, Orbán ha erosionado sistemáticamente todas las instituciones democráticas, desde cambios a la Constitución y a las reglas electorales hasta obstaculizar el trabajo del Estado democrático y el poder judicial independiente. Ha garantizado el apoyo de la nueva y fiel élite empresarial del país mediante la canalización de miles de millones de euros de fondos de la UE hacia sus negocios. Estas transferencias financieras mantendrán a su partido en el poder durante décadas.

Orbán ha sido un auténtico camaleón político en la escena internacional, logrando preservar unas relaciones lo suficientemente sólidas con los líderes europeos como para mantener fluyendo los fondos europeos, y promoviendo a la vez una retórica antieuropea y entrando en conflicto con las instituciones de la UE. Se ha convertido en el partidario más activo de la UE en favor de Rusia desde la invasión ilegal a Ucrania, firmando un nuevo tratado de suministro de gas con Rusia en julio y oponiéndose a un paquete de ayuda a Ucrania. Su acercamiento al Kremlin está alineado con su análisis geopolítico de que la era del predominio de Occidente ha llegado a su fin.

Mientras forjaba alianzas con Vladímir Putin y Xi Jinping en el extranjero, en su propio país ha reescrito la historia nacional para redefinir el legado de Hungría como país participante en las dos guerras mundiales y en la revolución antiestalinista de 1956. Ha librado una permanente campaña de desprestigio contra las organizaciones occidentales liberales, partidos de oposición proeuropeos y ONG críticas, con el objetivo de radicalizar la base nacionalista de Fidesz. Miles de millones de euros en beneficios sociales se han redirigido a los hogares húngaros para garantizar apoyos para el partido. Estos factores se combinaron para ayudarle a garantizarse la victoria en las elecciones del mes de abril.

Pero la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto las grietas en la estrategia de Orbán. Al cortejar a autócratas en diversos países del mundo, ha quedado atrapado en una espiral de radicalización. Ha ratificado y reforzado su apoyo a Putin en un momento en que la posición de Rusia en el conflicto se está volviendo cada vez más insostenible. Su decisión de utilizar gas natural ruso, que resulta relativamente caro, está amenazando la seguridad energética del país, que además amenaza con entrar en una espiral inflacionaria. A la vez, Hungría se ha vuelto más dependiente que nunca de los fondos de la UE.

El menosprecio de Orbán por el Estado de derecho y su apoyo a Putin ha llevado al límite la paciencia de la UE. A la larga, veremos cómo el bloque y su primer autócrata natural continúan forcejeando. Durante muchos años, Orbán ha recorrido la fina línea que divide a los aliados occidentales y a los gobiernos autocráticos, logrando salirse con la suya con sus estrategias divisivas. La guerra en Ucrania podría ser el fin de sus maquinaciones.

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