Envidia de sufrimiento

El caso de George Santos, el candidato republicano descubierto como un mentiroso compulsivo, ejemplifica hasta qué punto pertenecer a minorías que han sufrido opresión y discriminación cotiza al alza

El congresista republicano por Nueva York George Santos, en el Capitolio, en Washington, este martes.MANDEL NGAN (AFP)

En casa, cuando éramos pequeños, nos caía una buena si se nos ocurría jugar a tener una discapacidad o una enfermedad. Con eso no se bromea, nos decían; con el sufrimiento de otros, no, no os gustaría estar en su lugar. Frivolizar las desgracias ajenas era una de esas líneas rojas marcadas a fuego en nuestra educación y hace ya tiempo que en las esferas públicas a nadie se le ocurre soltar gracietas de este tipo (bueno, menos a Risto, al que parece se le ha pegado algo del papel de sádico ...

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En casa, cuando éramos pequeños, nos caía una buena si se nos ocurría jugar a tener una discapacidad o una enfermedad. Con eso no se bromea, nos decían; con el sufrimiento de otros, no, no os gustaría estar en su lugar. Frivolizar las desgracias ajenas era una de esas líneas rojas marcadas a fuego en nuestra educación y hace ya tiempo que en las esferas públicas a nadie se le ocurre soltar gracietas de este tipo (bueno, menos a Risto, al que parece se le ha pegado algo del papel de sádico que viene interpretando como juez desde hace tanto tiempo). Lo que sorprende es que el respeto por las víctimas haya acabado siendo algo que a algunos les parezca deseable e incluso envidiable. El caso de George Santos, el congresista republicano al que se ha descubierto como un mentiroso compulsivo, es un claro ejemplo de hasta qué punto la pertenencia a minorías que han sufrido opresiones y discriminaciones cotiza al alza. No le bastaba con ser hijo de inmigrantes brasileños o abiertamente homosexual; tenía que inventarse que además es judío y que sus abuelos huyeron del Holocausto, cosa que ha desmentido una investigación de The New York Times.

En este caso ha quedado expuesto el engaño, pero la elevación de la condición de víctima a categoría moral superior que tanto nos llega desde Estados Unidos y el mundo anglosajón acaba provocando la perversión de lo que en principio son buenas medidas de reparación y reconocimiento. Desde esta perspectiva, haber sufrido te convierte en alguien necesariamente mejor, más sensible con lo que les pueda pasar a otros, sólo por haber tenido determinadas experiencias. Lo cierto es que de lo primero no se desprende lo segundo porque la compasión, como la psicopatía, vienen en el carácter de cada uno. Se puede ser víctima de discriminación y no tener ni un ápice de compasión. No hay más que ver cómo trata el Estado de Israel a los palestinos de los territorios ocupados para darse cuenta de que ni siquiera quienes padecieron las más terribles atrocidades están exentos de convertirse en verdugos.

En realidad, nadie quiere ser víctima como nadie quiere ser minoría oprimida, tener una discapacidad o ser excluido, aunque algunos puedan envidiar tales condiciones. De hecho, cuando se ha sido víctima de verdad, lo único que se quiere es dejar atrás las terribles experiencias y zafarse de los maltratadores, opresores y discriminadores. Y seguir viviendo con la dignidad restaurada.

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