Entre la incertidumbre y el anacronismo

El Círculo de Montevideo ha reunido en Ciudad de México a un conjunto de hombres de Estado que remiten a una América Latina que, por comparación con la de ahora, parece la Atenas de Pericles

Integrantes del Círculo de Montevideo durante una reunión en diciembre de 2021.Álvaro Ballesteros (Europa Press)

La agenda de la XXVII Reunión Plenaria del Círculo de Montevideo se tituló “Pandemia y guerra: destrucción humana, política y cultural”. Podría haber tenido una formulación alternativa. La que propuso su líder, Julio María Sanguinetti, en el espléndido discurso de apertura. El expresidente de Uruguay pintó un paisaje de la actualidad en el que conviven la incertidumbre de la innovación con el anacronismo de la violencia y de la peste. La observación y el análisis de esos dos factores dominaron, desde distintas perspectivas, las reuniones que se desarrollaron en la ciudad de México el jueves y ...

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La agenda de la XXVII Reunión Plenaria del Círculo de Montevideo se tituló “Pandemia y guerra: destrucción humana, política y cultural”. Podría haber tenido una formulación alternativa. La que propuso su líder, Julio María Sanguinetti, en el espléndido discurso de apertura. El expresidente de Uruguay pintó un paisaje de la actualidad en el que conviven la incertidumbre de la innovación con el anacronismo de la violencia y de la peste. La observación y el análisis de esos dos factores dominaron, desde distintas perspectivas, las reuniones que se desarrollaron en la ciudad de México el jueves y viernes de la semana pasada.

El Círculo de Montevideo es una institución fundada por Sanguinetti hace veintiséis años, que cuenta con la presidencia empresarial de Carlos Slim, quien este año ofició como anfitrión en su país. Además de ellos, los integrantes que participaron en esta oportunidad fueron el expresidente del Gobierno de España, Felipe González; el expresidente de Chile, Ricardo Lagos; el expresidente de República Dominicana, Leonel Fernández Reyna; el expresidente del BID, Enrique Iglesias; el superintendente ejecutivo del Instituto Fernando Henrique Cardoso, Sergio Fausto; la politóloga María Soledad Loaeza; el empresario Enrique Manhard; el diplomático Martín Santiago, y el economista Ignacio Munyo.

Sanguinetti describió un mundo desconcertante, dominado por el vertiginoso cambio tecnológico y en el cual los líderes trabajan sobre imprevistos. Slim se detuvo a examinar los temores y oportunidades que introduce en ese panorama la mutación de una institución estructurante: el trabajo. Explicó el impacto de la economía digital y propuso un reformulación de la jornada laboral y del régimen jubilatorio para preservar el nivel de empleo. El sistemático Manhard desarrolló al otro día con mucho detalle, las peculiaridades que presenta ese cambio de régimen productivo.

Felipe González volvería sobre las mismas perplejidades para referirse a la crisis de liderazgos. “Lo que se espera de un líder es que provea certidumbre. Pero ¿cómo proveer certidumbre cuando vivimos en un contexto en el que la única certidumbre es la incertidumbre?”. Confesó que, frente a este estupor, es capaz de aceptar “que los políticos metan la pata”, para no hablar de cuando “meten la mano”. Y reclamó con humor: “Eso sí, que cuando metan la pata, la saquen pronto. Porque es muy habitual que insistan en seguir metiéndola por pura obstinación”. Ricardo Lagos insinuó que es casi inevitable “meter la pata”, por una razón de largo alcance: estamos ante un cambio de época que deja atrás la sociedad industrial para abrir paso a la sociedad digital. Sin embargo, esa mutación no ha estado acompañada de un cambio conceptual. Seguimos pensando la vida pública con las categorías del orden anterior.

Sanguinetti hizo ver que, sobre este dinámico telón de fondo, en el que los liderazgos se vuelven inconsistentes, irrumpieron dos fenómenos regresivos. La pandemia y la guerra. “Una guerra napoleónica, de invasión territorial, de naciones y fronteras”. Slim agregó al día siguiente una visión de Vladimir Putin que hizo juego con la de Sanguinetti: “Tiene una mentalidad agrícola, en la que lo que prevalece es la conquista de más tierras”.

El esfuerzo analítico de los expositores estuvo puesto en advertir que el progreso político no está garantizado. Que el pasado puede volver. Sanguinetti citó las Cartas Persas en las que Montesquieu se aterra imaginando que podría llegar el día en que un arma destruya ciudades enteras. Una hipótesis mucho más certera que la que defendió Carlos Marx, un siglo y medio más tarde, según recordó el uruguayo: la idea de que la civilización había llegado a una etapa en la cual la guerra era un imposible.

El pasado puede, también, seguir siendo pasado. Sanguinetti sostuvo que es un error pensar la escena internacional como una nueva Guerra Fría, porque “China no quiere expandirse. Sólo busca un predominio comercial”. Al día siguiente, Enrique Iglesias, que a sus 92 años mantiene una juvenil frescura intelectual, hizo notar que en la competencia entre China y los Estados Unidos está apareciendo un criterio peligroso. Es el concepto de “seguridad”, que puede amenazar una de las experiencias más exitosas de la historia humana: el despliegue que registró el libre comercio a partir de 1945. Iglesias llamó la atención sobre un riesgo similar que, por otras razones, pesa sobre América Latina: la posibilidad de frustrar una estrategia de integración regional, entendida como vía al desarrollo, que fue elaborada en esa parte del mundo a lo largo de los últimos 70 años. Iglesias se refería a un proceso que lo tuvo como protagonista principal.

Estas alteraciones de la escena global imponen retos a la organización del poder y a la gestión de los gobiernos. Es decir, plantean interrogantes sobre la legitimidad de los que mandan. Lagos reflexionó sobre el impacto que la revolución digital tiene sobre la comunicación, que es una dimensión esencial a la acción política. María Soledad Loaeza analizó, desde la perspectiva académica, algunas de las prácticas que corroen a la democracia. El autoritarismo, la polarización automática y la tendencia de los electorados a votar en contra y no a favor de un proyecto o un programa. En el horizonte de esas preocupaciones, Sergio Fausto puso el foco en el Brasil que deberá gobernar Lula da Silva. Anticipó que el nuevo presidente no disfrutará de una luna de miel con los brasileños. Está debilitado por un sustento electoral muy fragmentario, que excluye a las capas medias y a las élites, y que resultó esquivo en las zonas más dinámicas del país. Esas limitaciones lo obligarán a negociar con mucha habilidad la constitución de una mayoría parlamentaria de la que hoy carece. Existe, entonces, un déficit en la legitimidad de origen que se volverá mortificante frente al incómodo inventario de cuestiones económicas que Lula deberá enfrentar: una sociedad con un largo listado de demandas por el largo estancamiento, que contrasta con un margen fiscal demasiado restringido.

Sanguinetti había rescatado el triunfo del candidato del PT como una demostración de la sensatez de los electorados. Se verificó también en los Estados Unidos, donde las profecías sobre un avance arrollador del ala republicana ligada a Donald Trump, al final, no se cumplieron. O en Chile, donde los votantes pidieron una reforma constitucional, pero rechazaron la que, al fin y al cabo, los constituyentes les suministraron. Son movimientos moderados que contrastan con algunos procesos de radicalización en la oferta política. Prevalece, en varios países de la región, una polarización asimétrica. La derecha busca un extremo, mientras la izquierda, forzada por el imperativo de la gobernabilidad, tiende al centro. El diseño parece acercarse al modelo recomendado por Felipe González: “Deberíamos buscar una centralidad en la que convivan el consenso y, a la vez, la competencia”.

Sanguinetti y González definieron el espíritu de este tiempo con el célebre aforismo: “Cuando teníamos todas las respuestas nos cambiaron todas las preguntas”. Es el problema de los ciudadanos; es, en especial, el problema de los líderes. En las sociedades latinoamericanas, esa desorientación está conduciendo a los dirigentes a buscar una orientación en los orígenes. En la Argentina se publican biografías sobre Raúl Alfonsín y se estudia su gobierno. El juicio a las juntas militares, que él impulsó, llega al cine, de la mano de Darín. En España, Pedro Sánchez busca recuperar la vitalidad del socialismo conmemorando el triunfo de 1982, encarnado en Felipe González. Otro de los asistentes a la reunión de México, Ricardo Lagos, se ha convertido en discreto consejero de su compatriota Gabriel Boric. En Brasil, Lula dio el primer paso de regreso hacia el poder durante un almuerzo con Cardoso. Y, en Uruguay, el gobierno blanco de Luis Lacalle Pou no sería posible sin el perseverante bordado del colorado Sanguinetti para formular una propuesta electoral competitiva. Aquí radicó la tácita riqueza del encuentro celebrado en México. La presencia de un conjunto de hombres de Estado que remiten a una América Latina que, por comparación con la de ahora, parece la Atenas de Pericles. Ejemplares de un género infrecuente. Líderes exitosos.

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