¿Empieza a desmoronarse en Brasil el clan de extrema derecha golpista de Bolsonaro?

El movimiento de extrema derecha, con contornos fascistas y nostalgias del viejo nazismo que se había instalado en Brasil, se apoyaba no solo en Bolsonaro sino en su círculo familiar

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro (izquierda), y el comandante del ejército, Edson Pujol, durante una ceremonia para conmemorar el Día del Ejército, en Brasilia, el 17 de abril de 2019.SERGIO LIMA (AFP)

Uno de los efectos quizás más importantes de las elecciones brasileñas con la robusta victoria de Lula da Silva ha sido el posible desmoronamiento del clan del presidente, Jair Bolsonaro. Y es que el movimiento de extrema derecha, con contornos fascistas y nostalgias del viejo nazismo que se había instalado en Brasil, se apoyaba no solo en el personaje del excapitán expulsado del Ejército por indisciplina, sino en un clan familiar. Y ese clan se está deshilachando...

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Uno de los efectos quizás más importantes de las elecciones brasileñas con la robusta victoria de Lula da Silva ha sido el posible desmoronamiento del clan del presidente, Jair Bolsonaro. Y es que el movimiento de extrema derecha, con contornos fascistas y nostalgias del viejo nazismo que se había instalado en Brasil, se apoyaba no solo en el personaje del excapitán expulsado del Ejército por indisciplina, sino en un clan familiar. Y ese clan se está deshilachando, sobre todo después de la derrota electoral que no imaginaban.

Quizás Jair Bolsonaro no sea siquiera el principal actor del extremismo derechista que se había implantado en el país, sino sus tres hijos también políticos, el concejal de Río, Carlos, considerado un genio de las redes sociales, el senador Flavio y el diputado federal, Eduardo, el más ligado a la política y afectivamente al expresidente estadounidense, Donald Trump. Y últimamente, sobre todo durante la última campaña electoral, la actual esposa de Bolsonaro, (tuvo ya tres) Michelle, evangélica fervorosa con ribetes místicos que había permanecido estos años en el anonimato de la familia y ha despertado con fuerza, protagonismo y posibles sueños también de poder político en las últimas elecciones, desequilibrando al clan.

La derrota inesperada impuesta por la fuerza de Lula y su genialidad de crear un frente amplio de partidos democráticos, algo parecido al viejo Pacto de la Moncloa en España y que le dio la victoria, ha desconcertado y empieza a resquebrajar a la familia Bolsonaro, hasta ayer una piña.

Las fuerzas políticas más conservadoras que habían dado apoyo a Bolsonaro se han sentido derrotadas con la victoria de Lula y su equipo, y ya están pensando en sustituir a Bolsonaro como líder de una derecha no fascista por una de las figuras de la derecha no golpista. Se habla, por ejemplo, de los nuevos gobernadores de São Paulo y de Minas Gerais, dos bastiones de la política brasileña, mientras empiezan a conversar con el nuevo equipo de Lula en busca de un pedazo del nuevo poder.

La llegada al poder de Lula con su equipo, que abarca un abanico que va desde la extrema izquierda a la derecha moderada y que ha dado un alivio a las fuerzas democráticas, ha enseguida debilitado los intentos fallidos de Bolsonaro de dar un golpe con la paralización nacional de los camioneros y las solicitaciones de intervención militar. Y ello porque los militares hicieron oídos sordos a dichas peticiones y ya están conversando con los ganadores de las elecciones, sobre todo porque en los anteriores gobiernos lulistas, Lula mantuvo siempre un diálogo abierto y democrático con las fuerzas armadas.

En las desavenencias aparecidas en el clan familiar bolsonarista se comenta hasta la posibilidad de una separación matrimonial entre Bolsonaro y su esposa Michelle, recién convertida a la política activa, mientras el diputado Eduardo, amigo personal de Trump, aparece más interesado en participar al movimiento mundial de la nueva extrema derecha que a la pelea nacional.

Y es así que Bolsonaro puede acabar sintiéndose solo y traicionado hasta por los suyos. Y aunque sigue estos días con su manía de intentar impugnar el resultado de las urnas y de arrastrar a los altos mandos militares a sus sueños de poder, está empezando a entender que está más solo de lo que podía imaginar y que empieza a sentirse abandonado hasta por su propio clan.

Todo ello no puede resultarle positivo a Lula, quien, al revés, cuenta hoy con la mayoría de los electores y la euforia de las fuerzas democráticas preocupadas hasta ayer de que Bolsonaro consiguiera arrastrar en sus delirios golpistas no solo a sus seguidores más fieles sino a la masa de brasileños de la que él se presentaba como el salvaguarda de los valores tradicionales de Dios, Patria y Familia en su envejecida edición de una extrema derecha que, es cierto, crece en el mundo, pero que justamente en Brasil acaba de ser desbaratada y con entusiasmo popular por la fuerza renovadora y la inyección de los valores democráticos que empezaban a tambalearse.

Lo importante en todo este juego de ajedrez de la democracia brasileña que aparecía en crisis y en manos de los extremistas fascistas es que están fracasando cada 24 horas que pasan los delirios golpistas del bolsonarismo que las urnas parecen haber enterrado, mientras crece el acercamiento y el diálogo entre las fuerzas políticas de derechas que rechazan cualquier tentación extremista.

Se podrían resumir las turbulentas semanas de debate político en las que empezó a levantar la cabeza la serpiente nazista con sus manifestaciones callejeras y sus rituales trasnochados, en un inicio de fracaso político que duplica la responsabilidad del resucitado Lula.

Se trata de un líder político que parece haber llegado para disipar el ambiente ultraderechista que empezaba a ser irrespirable y amenazaba con envenenar a un pueblo que, con todos sus problemas, sigue firme en su vocación de felicidad, de encuentro, de ilusiones y de riquezas culturales amenazadas y despreciadas por los demonios del rancio bolsonarismo que empieza, felizmente, a deshilacharse como una pompa de jabón.

Esperar para ver y con la palabra al ave fénix del viejo Lula resucitado y llamado a hacer revivir dos palabras claves que parecían haber sido borradas del diccionario de este país: felicidad y esperanza. Y sobre todo el vocablo “hambre”, justamente en un país que sigue alimentando con sus productos a medio mundo.

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