Mi barril

Chávez murió en 2013 y desde entonces Maduro ha prevalecido. La oposición solo ha sabido desperdiciar la victoria electoral de 2015, cuando arrambló con la Asamblea Nacional

El opositor Carlos Ocariz, en Caracas, en una conferencia de prensa.FEDERICO PARRA

Hace ya dieciséis años, cerca de diciembre de 2006, un candidato a la presidencia de Venezuela que disputaba el cargo al ocupante de Miraflores, Hugo Chávez, ofreció al electorado una tarjeta de débito con cargo al presupuesto ordinario de la nación.

El instrumento, destinado a pagar el arriendo, la cesta familiar, la factura eléctrica, la educación de los hijos, los gastos médicos y, en general, todo el combo, habría de llamarse, muy telúricamente, “...

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Hace ya dieciséis años, cerca de diciembre de 2006, un candidato a la presidencia de Venezuela que disputaba el cargo al ocupante de Miraflores, Hugo Chávez, ofreció al electorado una tarjeta de débito con cargo al presupuesto ordinario de la nación.

El instrumento, destinado a pagar el arriendo, la cesta familiar, la factura eléctrica, la educación de los hijos, los gastos médicos y, en general, todo el combo, habría de llamarse, muy telúricamente, “la negra”.

En el Caribe, es sabido, la expresión “mi negro” (o “mi negra”, según el cisgénero), proferida familiarmente, en trance festivo o amoroso, no entraña trato denigrante u opresivo. Al contrario, los más efusivos, como yo, llegamos a soltar ridiculeces como “mi negrita santa”.

A ese registro emocional quería apelar la oferta de una tarjeta mágica, prefiguración criolla de la renta básica universal finlandesa. Llamando “la negra” a una tarjeta de débito, la mercadotecnia electoral, buscaba “hacer conexión”, darle a la mayoría mestiza una friega de empatía.

Me importa decir que aquel candidato no elucubraba siquiera algo tan tecno reformista y escandinavo como una renta básica universal. Tampoco ofrecía sustento contable a su delirante ofrecimiento. No se paraba en naderías como esa de explicar de dónde saldrían los fondos de la tarjeta negra ni qué requisitos mínimos se exigiría para otorgarla. Se limitaba a vociferar “si votas por mí te doy una tarjeta de débito sin límite de gastos para que no andes por ahí preocupándote por pendejadas”.

Los spots publicitarios del candidato mostraban un modelo de la tarjeta: el logotipo evocaba la vaquita risueña de la conocida línea de quesos francesa, solo que era negra, negrísima, como el petróleo implícito en la campaña. Me parece escuchar al asesor electoral explicarle al candidato que la correlación “negra” y “petróleo” era una cosa más bien subliminal, doctor, no sé si me explico.

El candidato se ofrecía como la alternativa al petropopulismo de chequera relampagueante de Hugo Chávez, el hombre cuyos delirios estatistas llevaron a la quiebra al país más rico de Sudamérica.

Lo sorprendente, al mirar atrás, es que el candidato de la tarjeta de débito con cargo a los ingresos petroleros del país era apoyado por la comunidad empresarial, la banca y los medios de prensa, apóstoles todos ellos del equilibrio macroeconómico y la responsabilidad fiscal.

Si la idea era derrotar a Chávez en artes de embeleco redistributivo, ofrecer una improbable tarjeta de débito nunca superaría a ver al máximo líder, al original Corn Flakes de Kelloggs del populismo militarista y manirroto, expropiar a gritos a la Exxon Mobil en su programa de televisión. ¿En qué estaban pensando?

Chávez murió en 2013 y desde entonces Nicolás Maduro ha prevalecido. La oposición solo ha sabido desperdiciar miserablemente la clara victoria electoral de 2015, cuando arrambló con la Asamblea Nacional. Se dejó arrastrar por Leopoldo López a un aventura golpista cuyo mascarón de proa era un joven gesticulante de TikTok a quien Washington ha dejado al fin, como era previsible, en la estacada.

El Día de los Fieles Difuntos—lo hace notar el editorial de El Nacional de Caracas—arrancó la campaña para elegir, en una hasta ahora ininteligible elección primaria, al hombre o mujer que derrotará a Maduro y restituirá los usos democráticos.

Juan Guaidó, quien como “presidente interino” se comprometió a no dejar el cargo hasta no ver concretada una elección creíble, ha decidido no esperar más y participar como candidato en las primarias, sin despojarse de su, llamémosla así, magistratura.

Se calcula que pronto veremos una decena de aspirantes. Uno de ellos ha reeditado la oferta de la tarjeta de débito de 2006. No correrá el riesgo de ser malinterpretado y por eso le ha dado a la tarjeta negra la forma de un barril de petróleo de 42 galones. Por eso la campaña se llama “mi barril”. Da grima tanto acumen, tanto ingenio.

El candidato se llama Antonio Ecarri y afirma que “mi barril” no será lo mismo que la tarjeta negra de 2006, que en modo alguno está ofreciendo un irresponsable subsidio populista. No será dinero echado a la letrina, explica, sino la concreción del derecho ¿constitucional? Que nos inviste a todos los ciudadanos de un país cuyo mapa cubre 303.000 millones de barriles en reservas probadas de crudo.

Un barril de petróleo para llevar a casa. Ni más ni menos ofrecía el candidato Chávez en 1998. ¿Se entiende ahora por qué el mundo entero bosteza cuando oye hablar de la oposición venezolana?

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