El blues de la democracia estadounidense
Lo que viene quedando claro en toda la literatura sobre la presunta muerte de las democracias es que esta no sobrevendrá de golpe, sino por una paulatina erosión de sus instituciones fundamentales
Lo que está en juego el martes en las próximas elecciones legislativas parciales de Estados Unidos no es si se mantendrá la mayoría demócrata en ambas cámaras, es la democracia misma. Así lo afirma Joe Biden, lo dijo también el expresidente Obama y la propia Pelosi, y no dejamos de leerlo en la prensa seria del otro lado del Atlántico. O sea, otras elecciones con el corazón encogido, ...
Lo que está en juego el martes en las próximas elecciones legislativas parciales de Estados Unidos no es si se mantendrá la mayoría demócrata en ambas cámaras, es la democracia misma. Así lo afirma Joe Biden, lo dijo también el expresidente Obama y la propia Pelosi, y no dejamos de leerlo en la prensa seria del otro lado del Atlántico. O sea, otras elecciones con el corazón encogido, como si no hubiéramos sufrido ya bastante con el recuento de las brasileñas del otro día. Lo endiablado en este caso es que creo que tienen razón, que la amenaza es real, pero que es a la vez un mensaje inadecuado sobre el que sostener la campaña. A ver cómo podemos explicar esta aparente contradicción.
Sobre lo primero basta con dar un par de brochazos. La mayoría de los candidatos republicanos, siguen sosteniendo la cantinela de que las anteriores elecciones presidenciales les fueron robadas; muchos de ellos afirman que impugnarán el resultado en el caso de que no ganen; otros han tomado medidas para garantizarse empleados fieles en la administración electoral de algunos Estados (para que esas impugnaciones resulten favorables, claro); y, en fin, los hay, como es el caso de Tim Michels, que afirma que si él sale elegido los candidatos del Partido Republicano ya siempre vencerán en el Estado de Wisconsin. Todo eso y mucho más sobre el trasfondo de la anterior toma del Capitolio y el previo reajuste territorial de cantidad de circunscripciones (gerrymandering) para potenciar los resultados de su partido. O sea, que no se trata de meras declaraciones de intención.
Como digo, la amenaza es más que verosímil, no estamos ante meras bravatas, y es bueno que así se diga. Pero el fijar todo a esta estrategia tiene un peligro, y es que, paradójicamente, el mensaje pueda interpretarse también como poco democrático. No hay democracia sin alternativas; si solo hay un partido al que poder votar porque el otro es “ilegítimo”, para qué molestarse en acudir a hacerlo. Y la reacción no se ha hecho esperar. Encuestas recientes muestran cómo la mayoría de los votantes independientes rechazan de plano estas acusaciones. No se creen o no quieren creerse la supuesta debilidad de sus instituciones y se resisten a aceptar el presunto peligro; lo ven más bien como una mera estrategia electoral de los demócratas. ¿Qué hacer entonces? Ojalá lo supiera. Lo que sí viene quedando claro en toda la literatura sobre la presunta muerte de las democracias es que esta no sobrevendrá de golpe, sino por una paulatina erosión de sus instituciones fundamentales. Y que esta se produce porque un importante número de ciudadanos no acude en su defensa. Cuando se produzca ya será demasiado tarde para reaccionar.