Los nuevos zombis de Halloween

Más que los descerebrados vestidos de asesinos, me escandalizan otros especímenes. Como esas autodenominadas feministas verdaderas que llaman “tíos” a mujeres transexuales tras luchar con ellas por los derechos de todas

Evan Peters como Jeffrey Dahmer en un episodio de la serie de Neftlix

Estos días, vísperas de Halloween de Todos los Santos, las tiendas digitales globales y los bazares chinos de barrio se hinchan a vender disfraces de Morticia Adams, de Freddy Krueger y, oh escándalo, de Jeffrey Dahmer. Sí, mujer, el monstruo de Milwaukee: un tipo que mató a 17 personas en los ochenta ...

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Estos días, vísperas de Halloween de Todos los Santos, las tiendas digitales globales y los bazares chinos de barrio se hinchan a vender disfraces de Morticia Adams, de Freddy Krueger y, oh escándalo, de Jeffrey Dahmer. Sí, mujer, el monstruo de Milwaukee: un tipo que mató a 17 personas en los ochenta cuya biografía seriada en Neftlix ha convertido en icono pop para demasiados. Lo de siempre: la banalización del mal, blablablá. Personalmente, más que los descerebrados que se disfrazan de asesinos múltiples, me escandalizan otros especímenes que habitan entre nosotros. Por ejemplo, esos presuntos intelectuales que, en debates de gran audiencia, se quejan de que ellos, sintiéndose esbeltos y etéreos, siendo objetivamente gordos y toscos, no pueden ir al Registro a decidir cómo quieren ser percibidos por el prójimo, como gran argumento para expresar su oposición a la autodeterminación de género. O esas autodenominadas feministas verdaderas que, después de haber luchado con ellas codo con codo por los derechos de todas, llaman “tíos” a mujeres transexuales que llevan décadas con la M de mujer en su DNI. O esos economistas supuestamente progresistas que, sin haber pisado un tren de Cercanías a las seis de la mañana en su vida, sermonean en la tele a los jóvenes por aspirar a poder pagar un alquiler cerca de su trabajo y no irse a vivir a la periferia, como manda el sacrosanto mercado. O esos guardianes de las esencias culturales que pontifican que todo lo creado a partir de cierto umbral, coincidente casualmente con sus caducos días de whisky y rosas, es basura comparado con su época. O esos políticos que, queriendo y no pudiendo, ofenden a la chavalería llamándola floja y consentida.

Esos, y no las hordas de farsantes chorreando sangre de pega que veremos estos días pidiendo golosinas por las casas, son los nuevos zombis. Están muertos y no lo saben. El mundo ha cambiado y ellos ni lo han visto ni, peor, están dispuestos a hacer nada por verlo. Están en activo. Siguen en los consejos de gobierno, en los de administración, en los púlpitos mediáticos, en sus torres de marfil de Twitter. Aún pintan, y mucho. Según el poder y la influencia real que tengan, algunos dan miedo. Otros, risa. Muchos, vergüenza. Y todos, en el fondo, pena. Son muertos vivientes. No les hace falta disfraz. Lo llevan puesto.

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