Rishi Sunak, V.S. Naipaul y nosotros

Los libros de viajes de Naipaul y, en especial sus ficciones políticas, brindan certeras y muy actuales claves para entender a Venezuela

El nuevo primer ministro británico, Rishi Sunak.Getty Images

Dice mucho de los días que vivimos el que Rishi Sunak sea otra muy humana consecuencia de la descolonización de Asia y África que comenzó al terminar la Segunda Guerra Mundial.

Aunque haya habido forcejeo a lo Monty Python en los pasillos del Parlamento, el trance Johnson-Truss parece ser ya emergencia pasada. El virtual nuevo primer ministro, nacido en las islas británicas de padres indios, es ejemplar superlativo, ...

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Dice mucho de los días que vivimos el que Rishi Sunak sea otra muy humana consecuencia de la descolonización de Asia y África que comenzó al terminar la Segunda Guerra Mundial.

Aunque haya habido forcejeo a lo Monty Python en los pasillos del Parlamento, el trance Johnson-Truss parece ser ya emergencia pasada. El virtual nuevo primer ministro, nacido en las islas británicas de padres indios, es ejemplar superlativo, se diría un poster boy ilustrador de las oportunidades que a sus súbditos brinda la monarquía parlamentaria. Rishi tiene solo 42 años y el valor bursátil de su fortuna personal es mucho mayor que la del rey Carlos III.

Un remoto antecesor de Sunak en el cargo fue nadie menos que Benjamín Disraelí (1804-1881), judío converso que consolidó la llamada “democracia Tory” y también el imperialismo y el Raj: un régimen de total dominio británico sobre la India y Paquistán que solo terminó en 1947.

Esa fecha me lleva a pensar en el admirable, el valiente Salman Rushdie y en otros poscoloniales eminentes de lengua inglesa, como Derek Walcott, Chinua Achebe, Jamaica Kinkaid y la bestia negra del progresismo, Sir Vidiadhar Surajprasad Naipaul, el por muchos abominado V.S.Naipaul, británico de origen trinitario y ancestro indio. Uno de sus más brillantea detractores, el académico, ensayista y músico palestino-estadounidese Edward Said, escribió sobre él lo que sigue:

“Es [ Naipaul ] un hombre de Tercer Mundo que envía a casa despachos desde el Tercer Mundo a un auditorio implícito de desencantados liberales de Occidente que no se cansan de oír cosas suficientemente malas sobre todos los mitos del Tercer Mundo —sus movimientos de liberación nacional, sus propósitos revolucionarios, los males que dejó el colonialismo—, ninguno de los cuales, en opinión de Naipaul, explica en absoluto el lamentable estado de los países asiáticos y africanos que se hunden en la pobreza, la impotencia de los naturales e ideas occidentales mal aprendidas y peor asimiliadas, tales como industrialización y modernización”.

Yo jamás podría expresar mejor ni con mayor puntería buena parte de las razones, aunque no todas ellas, de mi afición a Naipaul desde que leí La pérdida de El Dorado. Sus libros de viajes y, en especial, sus ficciones políticas, ambientadas en África o las Antillas Occidentales me han brindado certeras y muy actuales claves para entender mi propio país, claves que no hallé nunca en los marxismos ni en las teorías de la dependencia.

Tratándose de Venezuela, su agudeza antropológica me resulta sencillamente prodigiosa y solo puedo atribuirla al hecho de que, mientras investigaba el pasado colonial de Trinidad —que fue parte integral de la Capitanía General de Venezuela hasta 1797—, Naipaul, que solo para ello había aprendido el español, viajó extensamente por el oriente de mi país: la península de Paria, la isla de Margarita y nuestra Guayana. De estos viajes, cumplidos con gran reserva, es poco lo que se sabe. Su biógrafo más autorizado, Patrick French, apenas da cuenta de ellos.

Para una de sus mejores novelas, The Mimic Men, publicada en 1967, ( Los simuladores, Seix Barral,1984), Naipaul adoptó la forma de un autobiografía: la de un político antillano poscolonial a quien bautiza Ralph Singh. El Singh de esta ficción discurre sobre los políticos de las excolonias británicas, trocados en demagogos de centroizquierda y “hombres de negocios”, todo al mismo tiempo, una vez les fue concedida la independencia.

Tratar la personalidad de Singh, sus sinrazones, su venalidad y, también, sus geniales, aristotélicos insights sobre el oficio de la política es lo que, de un tiempo a nuestros días, recomiendo a quien me pregunte por qué los políticos opositores venezolanos resultan, de cerca y de lejos, tan irremisiblemente insustanciales y destinados al fracaso.

Ese tipo de político que Naipaul llama “colonial”, y en quien yo hallo espejo de muchos opositores venezolanos de la hora actual, es, en palabras de Singh, “blanco fácil para la sátira. Deseo evitar satirizarlo, así que haré a un lado las anécdotas sobre su analfabetismo y su inocencia social. No es que quiera mostrarlo más grande de lo que es o más fallido. Ocurre que su situación se satiriza a sí misma, volviéndose de revés hasta un punto que roza ya el pathos y la tragedia”.

En otra parte: “La carrera del político [colonial] es breve y termina brutalmente. Carecemos de poder y no comprendemos que carecemos de poder. Confundimos las palabras y la aclamación de las palabras con el poder. En cuanto nos desenmascaran, estamos perdidos”.

Y en otra: “Acabo de cumplir los cuarenta y ya no tengo una carrera política”.

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