Jesús Quintero: el hombre que faltó a la cita

Esa noche, el periodista dejó una nota en el hotel: nos esperaba en las ruinas de Santiponce. Fuimos. Y él no apareció

Jesús Quintero en una imagen de 2006.PÉREZ CABO

Corrían los ochenta. Yo tenía 16, vivía en una ciudad pequeña de la Argentina. Una noche escuché en la radio a un español de voz extraordinaria entrevistando a un exlegionario. El hombre preguntaba con lujuria y con impunidad, haciendo silencios portentosos. Me quedé escuchando hasta tarde. Lo seguí durante años. Una vez empezó así la entrevista con un dealer: “La coca es mala pa la sexualidad, ¿no?”. Cuando cumplí 20, le dije a mi padre: “Vamos a Sevilla”, la ciudad desde la que el ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Corrían los ochenta. Yo tenía 16, vivía en una ciudad pequeña de la Argentina. Una noche escuché en la radio a un español de voz extraordinaria entrevistando a un exlegionario. El hombre preguntaba con lujuria y con impunidad, haciendo silencios portentosos. Me quedé escuchando hasta tarde. Lo seguí durante años. Una vez empezó así la entrevista con un dealer: “La coca es mala pa la sexualidad, ¿no?”. Cuando cumplí 20, le dije a mi padre: “Vamos a Sevilla”, la ciudad desde la que el hombre hacía su programa en la Cadena Ser. Yo había diseñado un mapa a partir de cosas que él había mencionado: la plaza cerca de su casa, el bar. Sabía dónde encontrarlo. Mi padre dijo: “Vamos”. Llegamos a Sevilla desde Buenos Aires. En el hotel pregunté si conocían la casa de Jesús Quintero, El Loco de la Colina, el hombre del programa. Me dijeron: “Es al lado”. Escribí una esquela: venía de lejos, quería conocerlo. La deslicé en su buzón. Había visto fotos suyas: capotes largos, rulos de peluquería. Cursi. Pero quería decirle cosas. Esa noche, Quintero dejó una nota en el hotel: nos esperaba en las ruinas de Santiponce. Fuimos. Y él no apareció. Pasó mucho desde entonces. Hubo viajes, vasos, besos, algo de daño. Me hice periodista. Un día, Quintero llegó a Buenos Aires y lo entrevisté. Me citó en un bar feo, muy caro. No le dije que, años atrás, había ido tras sus pasos. Pero debí decirle que su insolencia me insufló coraje. Que su locura me llevó a un sitio donde todo podía ser embestido, aniquilado, vuelto a construir. Que hubo noches en las que hizo que me sintiera más grande que yo misma. No le dije nada. Cuando supe de su muerte, hace semanas, hacía años que no pensaba en él. Fue sabio al no ir a Santiponce. Aquella noche, mi padre y yo nos emborrachamos. Cuando me dejó en mi cuarto, me dijo: “Hay que mantenerse alejado de lo que uno admira. Es por respeto”. Para todo lo demás está el amor. Y no era el caso.

Sobre la firma

Más información

Archivado En