Montevideo aéreo

Aterrizamos. La mujer guardó su ejemplar del libro de Enrique Vila-Matas en el bolso; yo, el mío, en la mochila. Y desaprovechamos la ocasión de intercambiar impresiones sobre la lectura compartida

El escritor Enrique Vila-Matas, en Madrid en 2020.Samuel Sanchez

A veces ocurren hechos intrigantes o curiosos de los que cierto tipo de escritores sabe extraer provecho literario. El caso es que, por no haber vuelo directo, tuve que hacer transbordo en el aeropuerto de Fráncfort. En el segundo avión me tocó un asiento al lado del pasillo. A mi izquierda, en el centro de la fila, no se sentaba nadie y más allá, junto a la ventanilla, una mujer distraía las horas del viaje leyendo el mismo libro que yo: ...

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A veces ocurren hechos intrigantes o curiosos de los que cierto tipo de escritores sabe extraer provecho literario. El caso es que, por no haber vuelo directo, tuve que hacer transbordo en el aeropuerto de Fráncfort. En el segundo avión me tocó un asiento al lado del pasillo. A mi izquierda, en el centro de la fila, no se sentaba nadie y más allá, junto a la ventanilla, una mujer distraía las horas del viaje leyendo el mismo libro que yo: Montevideo, de Enrique Vila-Matas.

Sospecho que, si se hubiera tratado de otra obra, no me acordaría de la coincidencia; pero sucede que el libro de Vila-Matas abunda en comentarios y digresiones sobre acontecimientos casuales en la vida de un hombre que se siente o se intuye personaje fuera de una historia escrita, aunque paradójicamente el lector se entere de ello a través de un texto. Esto de existir en modo literario tiene su aliciente. Torrente Ballester consideraba que no otra cosa había hecho Alonso Quijano al ataviarse de caballero andante y salir por esos campos de Dios a interpretar literatura. ¿Qué decir de Borges, que incluso para el hecho más común disponía de una cita pertinente, el recuerdo de un verso, una etimología aclaratoria? A este género de autores pertenece con perfil propio Enrique Vila-Matas.

Aterrizamos. La mujer guardó su ejemplar de Montevideo en el bolso; yo, el mío, en la mochila. Estoy seguro de que ella, tal vez de reojo, se había percatado de la coincidencia. Comedidos ambos, desaprovechamos la ocasión de intercambiar impresiones sobre la lectura compartida. Pudiera ser que nos coartase la certeza de que sólo había una persona en el mundo capaz de aclararnos el verdadero y acaso profundo sentido de que dos desconocidos volasen el mismo día al mismo destino, en la misma fila y leyendo el mismo libro. Esa persona es Enrique Vila-Matas; pero, lamentablemente, no iba en el avión.

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