El dolor de la inflación

El BCE debe evitar verse arrastrado por el alarmismo de la Reserva Federal y extremar la cautela en la lucha contra el alza de precios

Jerome Powell hablaba el 26 de agosto con otros dos participantes en la reunión anual de Jackson Hole.Amber Baesler (AP)

Europa debe mantener la unidad y no perder los nervios. Los mensajes procedentes en los últimos días de la Reserva Federal en torno a la inflación pueden generar una atmósfera alarmista que el BCE haría bien en evitar, sin dejarse arrastrar por ella y sin acometer una subida excesiva y precipitada de los tipos de interés. El presidente de la Fed, Jerome Powell, enfatizó en la reunión anual de Jackson Hole la necesidad de acentu...

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Europa debe mantener la unidad y no perder los nervios. Los mensajes procedentes en los últimos días de la Reserva Federal en torno a la inflación pueden generar una atmósfera alarmista que el BCE haría bien en evitar, sin dejarse arrastrar por ella y sin acometer una subida excesiva y precipitada de los tipos de interés. El presidente de la Fed, Jerome Powell, enfatizó en la reunión anual de Jackson Hole la necesidad de acentuar las medidas de su giro restrictivo, aunque supongan “cierto dolor para los hogares y para las empresas”.

Eso implica el abandono de la “nueva estrategia monetaria” adoptada hace dos años y olvida que su mandato es doble: contener la inflación y fomentar el empleo. Quizá el carácter más avanzado del ciclo económico en EE UU justifique el sesgo arrepentido de la nueva y muy clásica táctica monetaria adoptada de forma improvisada. Pero no debería comportar una cancelación poco explicada de la estrategia expansiva solemnizada en 2020. Aunque las restricciones de Washington fortalecen al dólar en detrimento del euro (y de las demás monedas) el reequilibrio de los tipos de cambio no justificaría imitarlas sin más.

El alza de los precios en la eurozona se debe en un 39,6% (julio, datos de la OCDE) al incremento de la energía, mientras que en EEUU, más autosuficiente, influye en un 32,9% del total. Eso implica que en cuanto descienda su precio bajará el resto. Ese escenario no se antoja tan lejano. Ahora mismo, la comparación con las alzas del año pasado favorece su posible moderación (al registrarse diferencias decrecientes sobre los precios anteriores). Además, los contratos de futuros —aquellos en que se producen compraventas a fecha futura cierta pero con precio fijado desde su firma— constituyen anuncios verosímiles de descensos de cotización a medio plazo. En realidad, ya el petróleo, el hierro, el acero, el cobre y otras materias primas claves para la industria y la construcción están reduciendo su valor.

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El objetivo europeo de autonomía estratégica en la energía denota una vitalidad creciente, a pesar del pesimismo ambiental propio de las coyunturas bélicas y a pesar también del desgraciado historial de la política energética del club comunitario. En su momento, entendió como pilares de un mercado interior energético los bajos precios rusos y el establecimiento de un simplista mecanismo marginalista de fijación de precios, pero acabaron revelándose pilares más de barro que de mármol.

La cúpula del BCE se enfrenta ahora a la reedición del atávico pulso entre halcones y palomas. Entre los primeros, destaca el Bundesbank alemán reclamando “fuertes” alzas de tipos, y sus afines propugnan alzas súbitas incluso de un 0,75%. Entre las palomas, el economista jefe Philip Lane, irlandés, convoca acertadamente a “no sobrereaccionar”. La nefasta memoria de los intempestivos aumentos de tipos de 2008 y 2011, que precipitaron la gran crisis financiera europea, aboga en su favor.

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