El último fracaso del secretario general

Con una guerra como las de antes, a lo grande, ha vuelto hoy a Rusia todo lo que Gorbachov combatió y detestaba

Mijaíl Gorbachov en San Francisco, en junio de 1990.David Longstreath (AP)

Ha sido el mayor héroe de nuestra época. El comunista que desmontó el comunismo. El dictador que abrió las ventanas a la libertad, soltó a los disidentes, permitió la expresión libre y plural, inició el desarme nuclear y se negó a utilizar la fuerza contra los suyos, los dirigentes comunistas, —como había sido tradición al menos hasta ...

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Ha sido el mayor héroe de nuestra época. El comunista que desmontó el comunismo. El dictador que abrió las ventanas a la libertad, soltó a los disidentes, permitió la expresión libre y plural, inició el desarme nuclear y se negó a utilizar la fuerza contra los suyos, los dirigentes comunistas, —como había sido tradición al menos hasta la muerte de Stalin— ni contra los ciudadanos soviéticos —como siguió siendo reglamentario en toda la esfera comunista, hasta la matanza de Tiananmen en 1989—. Fue un héroe de la retirada, según el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, en feliz expresión formulada cuando todavía tenía mando en plaza en el Kremlin.

Fracasó de forma monumental en el objetivo imposible que se había propuesto. Modernizar y democratizar el sistema comunista, una idea absurda y contradictoria en sus propios términos. Instruido y entrenado en el más dogmático y brutal de los maquiavelismos, quiso emprender esta titánica tarea sin utilizar la fuerza, el recurso necesario y obligado en la tradición comunista. No lo consiguió y, al contrario, sus esfuerzos fueron coronados por la desaparición de la Unión Soviética que presidía y la huida de un buen puñado de países de la cárcel de los pueblos soviética, digna y eficaz sucesora de la cárcel de los pueblos zarista. Y lo que es peor, la instalación en Moscú, a continuación, de un régimen policial y mafioso presto a recuperar la vieja idea imperial y a regresar a la autocracia.

Fue un breve paréntesis. El aire fresco sopló apenas unos años, entre Gorbachov y el primer Yeltsin. Quien inició la involución no fue Putin, sino quien le nombró a cambio de la inmunidad para sí y para su familia. El actual señor del Kremlin ha excavado como nadie en el viejo surco abierto por la ambición y la corrupción de Yeltsin, que ya utilizó la fuerza contra el Parlamento en 1993 y se enzarzó en 1994 en la primera guerra de Chechenia.

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La retirada, la operación más difícil en la guerra, adquiere tintes épicos cuando es victoriosa. La acción del viejo Kutúzov, general del zar Alejandro I y personaje de Guerra y Paz, es el modelo de esta enorme y rara maniobra con la que derrotó a Napoleón. No fue el caso de Gorbachov. La Unión Soviética no tenía remedio. Con retirada o sin ella, no había victoria posible. ¿En qué mano podía estar a la vez la preservación del inmenso imperio territorial, la construcción de un sistema democrático liberal y un Estado de derecho, la recuperación y modernización de la economía y el mantenimiento del rango internacional de Rusia? Y todo ello sin recurrir al instrumento habitual para los cambios, la fuerza bruta, según la doctrina oficial impartida en las escuelas del partido.

Así desapareció la Unión Soviética, sin violencia, habiendo nacido de la violencia. El último fracaso del último secretario general es el regreso de la violencia 30 años después, un regreso a lo grande, con una guerra como las de antes, y como idea motriz del orden internacional. Ha vuelto todo lo que Gorbachov combatió y detestaba.

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