Momento Petro

Colombia gira a una izquierda renovada con el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez

El presidente de Colombia, Gustavo Petro.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

Gustavo Petro tomó posesión como presidente de Colombia en medio de enormes expectativas de cambio tras un mandato, el de Iván Duque, que ahondó las heridas de una sociedad azotada por más de medio siglo de conflicto armado. El relevo en la Casa de Nariño, en esta ocasión, no tiene precedentes en el país en casi ningún sentido, empezando por la elección de Francia Márquez como vicepresidenta, proceden...

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Gustavo Petro tomó posesión como presidente de Colombia en medio de enormes expectativas de cambio tras un mandato, el de Iván Duque, que ahondó las heridas de una sociedad azotada por más de medio siglo de conflicto armado. El relevo en la Casa de Nariño, en esta ocasión, no tiene precedentes en el país en casi ningún sentido, empezando por la elección de Francia Márquez como vicepresidenta, procedente de los movimientos sociales y primera mujer en ocupar el cargo. También es la primera vez que un dirigente de izquierdas, más aún, un exguerrillero, alcanza el poder en el país sudamericano sin ocultar tanto sus distancias hacia gobernantes como Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua como sus evidentes afinidades con Boric como nuevo presidente de Chile. Petro tiene ante sí un panorama muy complejo y, bajo algunos aspectos, desolador. Lo prioritario es la reconexión con los colombianos, algo que el nuevo presidente asumió en su primer discurso, aunque el proyecto con el que Petro persigue su propósito tendrá que encajar también una difícil herencia, con frentes abiertos como la violencia, la economía o la lucha contra la pobreza.

Pasar página no significa empezar desde cero sino recomponer, avanzar y, donde se pueda, construir. La agenda medioambiental es uno de los ejes novedosos del presidente, con la que busca impulsar una transición energética y, a la postre, repensar el modelo productivo dejando a un lado las políticas extractivistas. Ese plan, que servirá para tejer puentes con Estados Unidos, hoy ya también sensibilizado con una visión ambiental, engarza con la recuperación económica en un contexto de preocupante aumento de la inflación y devaluación del peso frente al dólar. La elección de un economista socialdemócrata de prestigio, José Antonio Ocampo, al frente del Ministerio de Hacienda fue una primera señal de madurez que, junto a otros nombramientos, anticipa la voluntad de formar un gabinete plural, con experiencia en el sector público.

La llegada de Petro supone un espaldarazo también a la nueva izquierda que se abre paso en América Latina, que apuesta por la reivindicación del feminismo, la lucha medioambiental y se distancia de las violaciones a los derechos humanos de regímenes como Venezuela o Nicaragua. Pero, por encima de todo, representa el deseo mayoritario de cambio de una sociedad profundamente dividida. La vicepresidenta, Francia Márquez, encarna todo el simbolismo de ese giro y la ruptura con la vieja Colombia y sus élites: para empezar, el anhelo de lograr una “paz total”, como la bautizó el propio mandatario. Esto es, culminar, o al menos profundizar la aplicación de los acuerdos de paz con las extintas FARC firmados en 2016. El objetivo habrá de ser la desmovilización del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla activa en el país, y avanzar en la desarticulación y el sometimiento a la justicia del Clan del Golfo, el principal cartel de narcotraficantes que opera hoy en Colombia. Es un plan plagado de dificultades: Iván Duque deja el testigo con muchos vacíos y un descontento social profundo que explica en buena parte la elección de Gustavo Petro y señala también a su primer y fundamental desafío.

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