Estoy cansado de dar los buenos días

Los lectores escriben sobre el respeto entre ciudadanos, la sanidad, la importancia de tener políticos valientes y los incendios que asolan España

Colas ante las cajas de un supermercado en Murcia.Marcial Guillén (EFE)

Estoy cansado de entender al otro y a los demás. Estoy cansado de saber esperar mi turno en la cola sin alterarme ni meter el codo para acabar antes. Estoy cansado de cumplir con las normas que nos pertenecen a todos mientras otros interpretan que esas mismas normas no son de su correspondencia. Estoy cansado de dar los buenos días y de que nadie me responda. Estoy cansado de pensar en el otro antes de decir cualquier posible estupidez que le pueda causar daño cuando el otro se siente con d...

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Estoy cansado de entender al otro y a los demás. Estoy cansado de saber esperar mi turno en la cola sin alterarme ni meter el codo para acabar antes. Estoy cansado de cumplir con las normas que nos pertenecen a todos mientras otros interpretan que esas mismas normas no son de su correspondencia. Estoy cansado de dar los buenos días y de que nadie me responda. Estoy cansado de pensar en el otro antes de decir cualquier posible estupidez que le pueda causar daño cuando el otro se siente con derecho a decirme a mí cualquier estupidez aunque me pueda hacer daño. Estoy cansado de escuchar el yo una y otra vez sin que nadie quiera darse cuenta de que enfrente también hay otro yo. Estoy cansado de escuchar voces más altas que la mía con la enfermiza intención de quedarse con la razón. Estoy cansado de ser yo quien ceda siempre el paso en la entrada. Estoy cansado, de verdad. Estoy muy cansado.

Manuel I. Nanín. O Carballiño (Ourense)

Sanidad con dignidad

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“Mi padre ha muerto” es una frase que la pandemia ha convertido en repetitiva, aunque cada muerte es única. También es mi caso hoy. Mi padre fue médico. Luchó por la sanidad pública. A cada paciente, vecino, amigo y familiar le puso la oreja y su corazón en cada consulta de un ser humano que sufría. Él sufrió una enfermedad degenerativa. En este tiempo sus médicos, su médica de familia, la enfermera del ambulatorio, y cuando se lo llevaron de la cama de su casa en la que murió, los ambulancieros, hicieron que el final de su vida estuviera lleno de dignidad y cariño, tal como él había tratado a cada persona con la que se cruzó en su vida. Así pues, muchas gracias a cada uno. De corazón.

Mariana Urquijo Reguera. Las Rozas de Madrid

Necesitamos políticos valientes

No me creo que no se estén dando cuenta de la proximidad del precipicio hacia el que camina el género humano. Se la dan, pero no se atreven a tomar medidas drásticas contra la desertización del planeta, porque el poder real no está en ellos, sino en los tenedores del gran capital. Su ciega codicia condiciona sus decisiones hasta reducirlas a meros propósitos cuyo cumplimiento se aplaza una y otra vez. El mundo necesita ahora, quizás más que nunca, políticos valientes que se enfrenten a esos poderes con el apoyo incondicional de los pueblos. Si hace millones de años fue un meteorito el que fulminó a los dinosaurios, hoy, la ambición de unos pocos puede acabar con la vida humana en la Tierra.

Enrique Chicote Serna. Arganda del Rey (Madrid)

Medio rural herido

Entre todos lo mataron y él solo se murió. Este dicho puede aplicarse al medio rural español. A sus muchas carencias se suma la destrucción de una de sus principales riquezas: el bosque, el paisaje natural. Es verdad que los incendios veraniegos son consustanciales con el clima y el medio natural mediterráneo, pero también es verdad que su violencia crece cada vez más, quizás consecuencia de la crisis climática. En cualquier caso, urge una política global para el medio rural que evite estas catástrofes; sin esa actuación, desde todas las áreas, no se podrá parar el declive de ese mundo.

José M. Fernández Ros. Carcaixent (Valencia)

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