Bolsonaro se mira en el espejo de Maduro

Los ataques del presidente brasileño a la legitimidad del sistema electoral amenazan con sumergir a la mayor democracia de Iberoamérica en una crisis institucional

El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, este lunes en San Pablo.CARLA CARNIEL (REUTERS)

Un argumento recurrente de los candidatos de derecha en América Latina ha sido, en los últimos años, reprochar a sus rivales de izquierda que convertirían a su país en una “nueva Venezuela”. En Brasil, esa polémica está girando en U. El que amenaza con venezuelanizar a esa nación es el ultraderechista Jair Bolsonaro. La semana pasada, el presidente brasileño dio un nuevo paso en su marcha hacia una eventual impugnación del resultado de las elecciones del próximo 2 de octubre. Fue un paso larguísimo. ...

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Un argumento recurrente de los candidatos de derecha en América Latina ha sido, en los últimos años, reprochar a sus rivales de izquierda que convertirían a su país en una “nueva Venezuela”. En Brasil, esa polémica está girando en U. El que amenaza con venezuelanizar a esa nación es el ultraderechista Jair Bolsonaro. La semana pasada, el presidente brasileño dio un nuevo paso en su marcha hacia una eventual impugnación del resultado de las elecciones del próximo 2 de octubre. Fue un paso larguísimo. Bolsonaro reunió a 70 embajadores acreditados ante su gobierno para denunciar supuestas deficiencias de un sistema electoral electrónico que permitiría el triunfo de Lula da Silva, del PT, mediante el fraude. La entrevista tuvo un resultado inverso al que esperaba el anfitrión. Los representantes de varios países aprovecharon que desde la presidencia se los había invitado a participar en el debate y declararon su confianza en el método por el cual los brasileños eligen a sus gobernantes. Ese respaldo al funcionamiento de los comicios instala una hipótesis dramática sobre el futuro: si pretende ignorar un resultado favorable a Lula y, en consecuencia, si se resiste a entregar el poder, Bolsonaro deberá enfrentar un peligroso aislamiento internacional. Comenzaría a mirarse, entonces, en el inesperado espejo de Nicolás Maduro.

Las advertencias del presidente de Brasil sobre la posibilidad de que las elecciones sean manipuladas están acompañadas de una catilinaria permanente en contra del Poder Judicial. Los brasileños, a diferencia de otros latinoamericanos, han confiado el proceso de selección de representantes populares al Tribunal Superior Electoral, que se integra con tres ministros del Superior Tribunal Federal, dos ministros del Superior Tribunal de Justicia y dos juristas independientes. Cuestionar la pureza del sufragio es atacar a esos magistrados. Bolsonaro lo ha venido haciendo desde hace muchos meses, y lo repitió ayer en un acto partidario: se preguntó, en un sentido amplio, qué legitimidad tenían los jueces el Superior Tribunal Federal para administrar justicia. Y respondió con la consigna que suelen reiterar los líderes populistas frente a esa cuestión: “Solo el pueblo es soberano”. Es inútil tratar de clasificar este planteo en las categorías de izquierdas o derechas. Bolsonaro expresa una concepción antiliberal en la que comulga con Maduro y tantos otros dirigentes que reniegan de la independencia judicial. Solo hay un poder, el poder que otorga el voto. Cualquier limitación a ese poder es antidemocrática. La única voz debe ser la del caudillo. Maduro lo logró colonizando a la Justicia.

Bolsonaro comenzó a mediados de 2019 a cuestionar la independencia judicial. Cuando, el año pasado, las encuestas le sugirieron dificultades para la reelección, incorporó a sus diatribas al sistema de voto electrónico. En aquel momento intentó introducir en el Congreso una reforma que restituyera la boleta de papel.

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El tribunal electoral reaccionó con una campaña de divulgación sobre la calidad del proceso. En mayo de este año los jueces convocaron a los embajadores extranjeros para despejar cualquier duda sobre la votación de octubre. Bolsonaro lo tomó como un agravio personal, una intromisión en su facultad de conducir las relaciones exteriores del país.

El lunes de la semana pasada fue él quien abrió las puertas del palacio de Planalto al cuerpo diplomático. Solo se invitó a los embajadores extranjeros. Salvo en el caso de los Estados Unidos, cuya representación es ejercida hoy por un encargado de Negocios. En ese encuentro el presidente volvió a denostar el sistema electoral. Sin embargo, como en las ocasiones anteriores, no logró presentar evidencias que avalen sus sospechas. El corolario que muchos diplomáticos y analistas extrajeron de ese encuentro de Estado es que Bolsonaro está dispuesto a jugar muy fuerte en una posible impugnación a los comicios.

Varios participantes de la reunión creyeron necesario pronunciarse sobre el problema para no dejar la sensación de que convalidaban las prevenciones del presidente. El suizo Pietro Lazzeri tuiteó que estuvo en el encuentro y que le desea a los brasileños “que las elecciones sean una celebración más de la democracia y las instituciones”. La embajada del Reino Unido fue más allá con un comunicado: afirmó que da fe de la seguridad de las urnas electrónicas que “fueron reconocidas como un ejemplo internacional por su celeridad y eficiencia” y, en un mensaje con destinatario previsible, expresó su deseo de que “todo el país esté comprometido con el respeto a la democracia a través de elecciones libres y justas”.

La embajada de los Estados Unidos emitió una declaración todavía más contundente, en la cual afirmó: “Las elecciones brasileñas, conducidas y testeadas a lo largo del tiempo por el sistema electoral e instituciones democráticas, sirven como modelo para las naciones del hemisferio y el mundo. Estamos confiados en que las elecciones brasileñas de 2022 van a reflejar la voluntad del electorado”.

Dado que en Brasilia la embajada estadounidense está vacante, es muy posible que el encargado de Negocios haya consultado con Washington antes de emitir ese comunicado que clausura cualquier controversia sobre la legitimidad de quien resulte vencedor en octubre. Y, por lo tanto, cualquier controversia sobre la seriedad del Poder Judicial que conduce ese proceso.

Por si esta manifestación no hubiera quedado clara, tomó la palabra un vocero informal del Departamento de Estado: el exembajador en Brasil Thomas Shannon, que está retirado pero es uno de los diplomáticos más experimentados en la relación de su país con la región. Shannon concedió varias entrevistas en las que confesó su presunción de que Bolsonaro está copiando la operación de Donald Trump para impugnar los resultados electorales y corroer la legitimidad de Lula da Silva, si el líder del PT fuera el ganador.

La querella electoral brasileña es, para los americanos, un debate cifrado sobre su propio país. En principio, porque quien que está impugnando las reglas con las que deberá jugar en octubre declaró en su momento que Joe Biden había robado la elección norteamericana y que el ganador había sido Donald Trump. Convalidar una denuncia de fraude de Bolsonaro implica, por lo tanto, una convalidación subliminal retroactiva. Y, acaso, prospectiva: nadie puede estar seguro de que en los Estados Unidos no vuelva a repetirse ese entredicho sobre los comicios.

Aquel dictamen del presidente de Brasil sobre la legitimidad de Biden no fue neutral. Los Bolsonaro tejieron un vínculo estrechísimo con Trump a través del asesor Steve Bannon, a quien se aproximó 03, que es, en el orden numérico con que el presidente designó a sus hijos, Eduardo Bolsonaro, diputado federal por San Pablo. Según Shannon, los Bolsonaro han estudiado las razones por las que el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 terminó en un fracaso. Quiere decir que, para este diplomático, el presidente de Brasil podría estar pensando en una rebelión parecida.

Para calibrar la gravedad de la crisis que puede estar incubándose en Brasil hay que prestar atención a otro dato del contexto: el modo en que Bolsonaro intenta reforzar su alianza con los militares. Eligió como acompañante en su fórmula a quien fuera su ministro de Defensa, Walter Souza Braga Netto. Y designó como ministro de Defensa al jefe del Ejército, general Sergio Nogueira. A pesar de que hace tres meses Nogueira prometió al Superior Tribunal Electoral que las Fuerzas Armadas respetarán el veredicto de las urnas, entre los observadores es cada vez más frecuente esta pregunta: ¿qué límite tendrían estos uniformados si se los invita a un “asalto al Capitolio”? Es muy probable que el secretario de Defensa de los Estados Unidos, Lloyd Austin, busque la respuesta en estos días, mientras participe de la reunión continental de ministros de Defensa que se estará desarrollando en Brasil.

La selección de Braga Netto como candidato a la vicepresidencia frustró las expectativas de los aliados que Bolsonaro tiene entre los políticos más conservadores del país, el llamado “centrão”. Sobre ellos también flota la incógnita sobre el grado de solidaridad que tendrían con el presidente si este se abraza a las columnas del templo, declarándose víctima de un fraude electoral. Es un interrogante complejo, porque muchos de esos dirigentes habrán obtenido sus bancas como parlamentarios en los comicios denunciados. En Brasil hay que prestar cada vez más atención a los miembros del Congreso. En el intento de seducirlos, Bolsonaro les ha entregado ya el manejo de la cuarta parte del presupuesto nacional. Será un gran desafío para Lula, si vence en los comicios, retrotraer ese poder a los niveles tradicionales.

La verosimilitud de las eventuales acusaciones de un Bolsonaro derrotado dependerá de la distancia que le saque Lula. Las últimas encuestas, como la de FSB Pesquisa, realizada para BTG Pactual, que se publicó este lunes, consigna que en primera vuelta Lula sacaría 44% de los votos y Bolsonaro 31%. Otra, de Ipespe, de la misma fecha, otorga a Lula 44% de las preferencias y a Bolsonaro 35%. Si el resultado termina siendo similar a estos pronósticos, sería difícil imputar a una manipulación del voto una distancia de 13 u 11 puntos.

La perspectiva de que el desconocimiento de los resultados por parte de Bolsonaro sumerja a la mayor democracia de Iberoamérica en una crisis institucional está encendiendo alarmas en los principales centros de poder. Es un escenario que pone en evidencia un problema recurrente de muchas expresiones de derecha en la región: su apego a las reglas del mercado, pero su baja sensibilidad frente a la calidad de la política. En Brasil esa deformación se expresa en la contradicción entre el liberalismo económico del ministro Paulo Guedes y las insinuaciones golpistas del ultraderechista Bolsonaro.

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