De guerreros y comerciantes
Una derrota de Rusia a manos de unos ucranios equipados con armas occidentales sofisticadas será más fácil y eficaz para el futuro orden geopolítico que intentar hacerlo mediante unas sanciones que van a causar enormes daños colaterales al mundo occidental
El ataque y la guerra de Rusia contra Ucrania ya ha cumplido su cuarto mes, y da la impresión de que puede continuar durante muchos más meses e incluso años. Ante la invasión rusa, la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido, seguidos por muchos otros países, impusieron unas restricciones económicas a Rusia que la convirtieron en el país del mundo que más sanciones ha recibido; al mismo tiempo,...
El ataque y la guerra de Rusia contra Ucrania ya ha cumplido su cuarto mes, y da la impresión de que puede continuar durante muchos más meses e incluso años. Ante la invasión rusa, la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido, seguidos por muchos otros países, impusieron unas restricciones económicas a Rusia que la convirtieron en el país del mundo que más sanciones ha recibido; al mismo tiempo, los países occidentales abastecieron a Ucrania de moderno armamento y municiones y le proporcionaron una ayuda económica sustancial. Pese a todo, la agresión no se ha detenido, sino que, al contrario, los rusos parecen dispuestos a seguir batallando hasta que los ucranios cedan una parte considerable de su territorio o se rindan sin más a Moscú.
Al analizar este conflicto, me parece que hay dos elementos que han sido los que más han sorprendido a los occidentales. Por un lado, el hecho de que Ucrania sobreviviera a la primera oleada de la agresión rusa y fuera capaz de rechazarla, mientras la mayoría de los analistas europeos y estadounidenses preveían que Kiev caería en tres días y que el Gobierno ucranio huiría al exilio. En segundo lugar, que la economía rusa no se haya derrumbado a causa de las cuantiosas sanciones; la moneda nacional está más firme que al empezar la guerra y las exportaciones de los cuatro primeros meses de 2022 son el doble que las del mismo periodo del año pasado. Parece que Rusia está sufriendo pérdidas enormes en el campo de batalla (su Ejército ha perdido al menos tantos soldados y armamento pesado como perdió la Unión Soviética durante nueve años de guerra en Afganistán), donde las potencias occidentales no están demasiado involucradas, y, en cambio, se siente bastante cómoda en el ámbito económico, el objetivo principal de Occidente y en el que se esperaba que se tambalease al cabo de unos meses o incluso semanas. ¿Por qué ha ocurrido esto y cómo deben interpretarlo los responsables políticos?
Creo que ha llegado el momento de reconocer que las sanciones económicas contra una gran economía muy vinculada a quienes las imponen no solo no funcionan sino que, en cierto sentido, son hasta contraproducentes. Los europeos apostaron por el boicot energético y ahora parece que esa estrategia ha contribuido a la subida del precio del petróleo en un 30% del gas natural en un 50% desde el inicio del conflicto. Hay que subrayar que esto sucedió mucho antes de que se corte el suministro de petróleo y gas de Rusia a Europa; Europa no va a abandonar el petróleo ruso, y solo en parte, hasta dentro de seis o siete meses, y el gas natural, hasta 2024 o incluso más tarde. Por lo que parece, solo en 2022, Europa pagará por la energía importada un exceso de por lo menos entre 250.000 y 270.000 millones de euros, es decir, el 1,5% de su PIB, sin que ello suponga un gran problema para Moscú. Otro problema crucial es el aumento de los precios del trigo y otros productos agrarios y de los fertilizantes (han subido entre un 60% y un 300%). Eso significa que los países occidentales quizá tengan que dedicar alrededor de 40.000 o 60.000 millones de euros más a tratar de resolver los problemas de escasez de alimentos en los países “en desarrollo” y que, una vez más, Rusia será la principal beneficiaria de los problemas que ella misma ha creado.
En comparación con estos costes y gastos adicionales, el dinero destinado al Ejército y los refugiados ucranios parece bastante limitado: Estados Unidos ha donado el equivalente a 38.175 millones de euros, los europeos han dado algo más de 19.000 millones en ayuda a los refugiados y casi 9.550 millones en todas las demás partidas: bienes, material militar y dinero en efectivo. Yo añadiría que solo una parte de estos fondos —si somos optimistas, un tercio— se entregó directamente al Gobierno ucranio, mientras que el resto se ha utilizado para ayudar a los refugiados o para financiar diversos proyectos en los propios países occidentales. Pero, incluso aunque estos cálculos sean del todo correctos, de todos modos, la comparación entre la cifra de 38.000 a 57.000 millones de euros destinados a Ucrania y los 280.000 o 320.000 millones de euros que puede estar perdiendo Occidente a causa de las sanciones muestra una desproporción inquietante que es necesario analizar y tener en cuenta a la hora de que los gobiernos democráticos decidan las siguientes medidas.
Tal vez me equivoque, pero mi conclusión está muy clara. La guerra es la guerra y las cuestiones económicas son cuestiones económicas, así que hay que dejar de pensar que unas pueden sustituir a la otra. Incluso con un embargo total de petróleo y gas, el Gobierno ruso puede pedir prestado el dinero que necesita para continuar la guerra, en el mercado interno durante años, puesto que su deuda pública equivale a aproximadamente el 20% del PIB y la guerra no cuesta más que entre el 5% y el 6% del PIB al año. Por supuesto, conviene mantener algunas sanciones que perjudican a los rusos (como la desconexión de los bancos rusos del Swift, la interrupción de las transacciones con tarjetas de crédito y el cierre del espacio aéreo) y no causan grandes problemas a los occidentales, pero, en todos los demás aspectos, no hay por qué cortar los vínculos económicos entre Occidente y Rusia. Occidente debe seguir comprando petróleo y carbón, cereales y fertilizantes, gas y metales a Rusia, en la mayor cantidad y al menor precio posibles (incluso reabrir el gaseoducto Nord Stream 2 sería útil). Ahora bien, si ahorran en estos aspectos, los países occidentales deben destinar más fondos al rearme de Ucrania. Hay que rebajar las pérdidas derivadas de las sanciones económicas dirigidas a Rusia a 30.000 o 40.000 millones de euros y aumentar el gasto en ayuda militar a Ucrania hasta más de 100.000 millones de euros al año; en otras palabras, hay que dar la vuelta a la ecuación actual.
Algunos analistas occidentales ya han expresado la opinión de que es imposible derrotar a Rusia, por lo que Europa debe mediar para conseguir un alto el fuego y un armisticio entre Moscú y Kiev. Yo no estoy de acuerdo. Rusia, como cualquier gran potencia, puede sufrir una derrota militar si lleva a cabo una guerra imperialista en el territorio de otra nación. La Unión Soviética perdió en Afganistán, Estados Unidos perdió en Vietnam, Francia perdió en Argelia, y la lista puede ampliarse. Pero lo que sí es imposible es derrotar económicamente a un país grande, como demuestra el hecho de que Irán e incluso Venezuela han mantenido su rumbo político sin inmutarse pese a las sanciones. Para hacer cambiar de opinión a Vladímir Putin, el anticuado Ejército ruso debe sufrir en el campo de batalla una derrota humillante y destructiva. Eso sería más fácil de conseguir que “destrozar la economía rusa”, porque para hacerlo basta con aniquilar a un grupo de bandidos desmotivados, unos 150.000, mientras que para destruir la economía rusa hay que enfrentarse a decenas de millones de empresarios y empleados a los que les importa de verdad la supervivencia del negocio. A la mayoría de los rusos no les preocupa quién gobierna Ucrania ni lo que ocurre en Donbás, pero todos están obsesionados por sobrevivir día a día. Una derrota de Rusia en Ucrania y a manos de unos ucranios equipados con las armas y municiones occidentales más sofisticadas será más fácil y eficaz para el futuro orden geopolítico que enfrentarse directamente a Rusia mediante unas sanciones que van a causar enormes daños colaterales al mundo occidental.
Incluso en el siglo XXI, en el que la globalización determina el estado del mundo, y la economía y la política parecen totalmente entrelazadas, la guerra sigue siendo la guerra y la economía sigue siendo la economía. Para ganar una guerra, hay que luchar o ayudar a otros a luchar, no imponer embargos comerciales o restricciones financieras. Cuanto antes se den cuenta las autoridades occidentales de esto, mejor.