El corrimiento francés
El declive electoral de la izquierda gala sugiere una tendencia presente en otras democracias europeas: una reducción de su espacio consolidada por plataformas de centro que ayudan a derechizar a unos votantes socialdemócratas frustrados
La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas del domingo 12 de junio se saldó con un titular escueto: “Mélenchon se impone a Macron”. Los candidatos de Nueva Unión Popular, Ecológica y Social (NUPES) obtenían un 26% de apoyo electoral, apenas un par de décimas por encima del conseguido por Ensemble (Juntos por la mayoría presidencial), la candidatura del partido del presidente francés. Todo un éxito tan aparenteme...
La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas del domingo 12 de junio se saldó con un titular escueto: “Mélenchon se impone a Macron”. Los candidatos de Nueva Unión Popular, Ecológica y Social (NUPES) obtenían un 26% de apoyo electoral, apenas un par de décimas por encima del conseguido por Ensemble (Juntos por la mayoría presidencial), la candidatura del partido del presidente francés. Todo un éxito tan aparentemente histórico como provisional, y por ello no necesariamente con mucho recorrido en un sistema mayoritario a doble vuelta: muchos de esos candidatos melenchonistas que quedaron primeros en su circunscripción no alcanzarán el apoyo suficiente para resultar elegidos. Incluso una mayoría absoluta macronista es aún verosímil. Es lo que tienen los sistemas mayoritarios: importa quién llega primero al final, aunque sea por un solo voto.
Sin embargo, a veces esa lógica mayoritaria oculta movimientos más de fondo. En este caso, uno de tono muy distinto al titular anterior: se encoge el conjunto de la izquierda francesa mientras que la extrema derecha alcanza un resultado —este sí— histórico en unas elecciones legislativas, quedando ambos espacios electorales separados por seis puntos escasos. Es un resultado sin precedentes en la V República francesa: ni siquiera en los momentos más complicados para la izquierda, como 1962 (en el momento álgido de De Gaulle, cuando el liderazgo electoral de la izquierda estaba en manos del partido comunista) o 1993, en pleno hundimiento del socialismo de Mitterrand.
Durante décadas, la extrema derecha francesa no fue capaz de superar el estadio de la testimonialidad en las elecciones parlamentarias, hasta que en 1986, la introducción de una ley electoral proporcional (rápidamente revertida) por la mayoría de izquierdas coincidió con un momento de fragmentación de la derecha y de recuperación del apoyo al Frente Nacional. Desde entonces, los de Le Pen (padre e hija), junto a algunas escisiones soberanistas, habían representado una porción estable en torno al 10%-15% de los votantes. El pasado domingo, las candidaturas de la derecha radical o extrema sumaron el 24%, uno de cada cuatro votantes, solo dos puntos menos que los de Macron o la coalición de Mélenchon.
La paradoja es que ese espacio electoral, en pleno ascenso, quedará prácticamente sin representación por la misma mecánica desproporcional del sistema electoral que dejará al que quede segundo (Ensemble o NUPES) el próximo domingo también en una situación parlamentaria precaria. Ni siquiera el demagogo Éric Zemmour ha logrado escaño. Un paso más en el proceso de deslegitimación del sistema mayoritario a doble vuelta, cuya reforma, tarde o temprano, deberá afrontar un dilema moral: ¿garantizar una representación política ecuánime a todas las fuerzas políticas, también a las que aspiran a romper el sistema?
Mientras llegue ese momento, hay reflexiones más inmediatas que se derivan de esta situación nueva, incluso en el improbable caso de que Mélenchon consiguiera convertirse en primer ministro. El declive electoral de la izquierda francesa sugiere una tendencia, también presente en otras democracias europeas. Que esto coincida con un momento de fuerza del centro, que resta muchos votantes socialdemócratas, no es una razón suficiente. Hubo otros momentos de la V República con candidaturas de centro fuerte, aunque siempre tendían a perjudicar a la oferta conservadora. En esta ocasión hay algo distinto: votantes socialdemócratas que han abjurado de su compromiso electoral para no votar a una izquierda vista como radical e ilegítima, a pesar incluso del esfuerzo de Mélenchon hoy (como ayer del PCI de Achille Occhetto, de la Syriza de Alexis Tsipras, incluso del Podemos de Pablo Iglesias) por virar hacia la socialdemocracia y renegar de un verdadero programa de ruptura. En todos esos precedentes, el resultado fue, con matices, similar: una reducción estructural del espacio electoral de izquierda, consolidada a menudo por plataformas electorales de centro que ayudaron a derechizar a esos socialdemócratas frustrados. Un corrimiento electoral que siempre fue de la mano con un aumento del apoyo a la versión más extrema de la derecha. El desenlace del próximo domingo en Francia no debería ocultar ese hecho.