El vuelo de una mosca: elogio de la distracción

Es necesario perderse para descubrir lo verdaderamente importante, ahora que los móviles reclaman toda nuestra atención

Un niño y una mosca.Juan Millás

El móvil se ha convertido en un utensilio imprescindible para cualquier criatura del siglo XXI. Basta ver desde lejos la reunión de un grupo de amigos para comprobar que no tardan, tras los saludos protocolarios y los gestos de cariño, en volver de inmediato cada uno a sus respectivos cacharros (como si la vida les fuera en ello). Lo que de verdad importa ya no sucede ahí afuera, en el mundo. O mejor, solo ocurre de verdad si termina pasando por esas pantallas en las que se concentran todo el conocimiento, las referencias precisas y necesarias de cada asunto, la composición de las cosas, el or...

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El móvil se ha convertido en un utensilio imprescindible para cualquier criatura del siglo XXI. Basta ver desde lejos la reunión de un grupo de amigos para comprobar que no tardan, tras los saludos protocolarios y los gestos de cariño, en volver de inmediato cada uno a sus respectivos cacharros (como si la vida les fuera en ello). Lo que de verdad importa ya no sucede ahí afuera, en el mundo. O mejor, solo ocurre de verdad si termina pasando por esas pantallas en las que se concentran todo el conocimiento, las referencias precisas y necesarias de cada asunto, la composición de las cosas, el orden de la naturaleza. Suele decirse que estos dispositivos distraen a la gente, y la apartan de lo relevante, pero la filósofa Alessandra Aloisi se permite desconfiar de este tópico y se pregunta si no son más bien “modos de capturar y saturar anticipadamente nuestra atención”. Las nuevas tecnologías permiten recibir en tiempo real y allí donde estemos notificaciones de cualquier parte del mundo y nos someten a una situación de conversación continua y omnipresente que, dice Aloisi, “reduce las pausas de silencio y de distracción, monopoliza nuestra atención encauzándola hacia ocupaciones a corto plazo, y marca los tiempos de nuestras reacciones y respuestas, las cuales se acortan en función de la rapidez con que se produce la comunicación misma”.

Vaya, que estamos pillados, y que igual los móviles más que abrir horizontes, lo que hacen es cerrarlos. Y, más que hacernos crecer, nos vuelven diminutos, irrelevantes, previsibles, nos meten en moldes y nos fabrican en serie: ideas, emociones, argumentos, proyectos, pasatiempos. Aloisi sugiere que han terminado por secuestrar nuestra atención y que, por eso precisamente, hace falta “una mirada distraída”.

No se trata, sin embargo, de ponerse apocalípticos y de lanzar furiosas imprecaciones contra esos artilugios que nos han hecho la vida más fácil y que tienen una enorme utilidad para resolver las cuestiones más diversas. Lo que de verdad importa es El poder de la distracción, el libro que acaba de traducirse de Alessandra Aloisi y que recorre la obra de distintos filósofos, escritores y artistas para mostrar la verdadera importancia de dejarse llevar por el vuelo de una mosca. Pascal, Montaigne, Voltaire, Leopardi, Locke, san Agustín, el matemático Poincaré, Proust, Bergson, Rousseau, Deleuze… Va de uno a otro, tira de diferentes hilos, establece complicidades, muestra resonancias de unas obras en otras y, en definitiva, reflexiona sobre la importancia de la distracción.

“Pero a veces en el momento en que todo nos parece perdido”, escribe Proust en El tiempo recobrado, “llega la señal que puede salvarnos; hemos llamado a todas las puertas que no van a ningún sitio, y la única por la que podemos entrar y que habríamos buscado en vano durante cien años, tropezamos con ella sin saberlo y se nos abre”. Por eso es importante distraerse, para tropezar sin saberlo con lo fundamental. “He aquí por qué lo que es esencial y decisivo se revela más fácilmente al individuo distraído”, dice Aloisi, “el cual no mira aquello que todos miran ni escucha que lo que todos escuchan: como el niño aún inexperto que ve las cosas por primera vez, el distraído es más impactado por la diferencia que por las semejanzas”. Así que, ya saben, si están pegados al móvil y ven una mosca pasar, no lo duden: sigan a la mosca.

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