Sumar europeísmo

La plataforma izquierdista española puede ser un valioso contrapunte al modelo con aroma soberanista y populista de Mélenchon para ese espacio político

Yolanda Díaz participaba el 19 de mayo en un foro en Madrid sobre el futuro del trabajo.Carlos Luján (Europa Press)

Europa asiste a relevantes movimientos en el espacio político a la izquierda de la familia socialdemócrata. En Francia, Jean-Luc Mélenchon se ha convertido ―tras su excelente resultado y la catástrofe del PS en las presidenciales de abril― en la figura hegemónica del ámbito progresista galo. ...

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Europa asiste a relevantes movimientos en el espacio político a la izquierda de la familia socialdemócrata. En Francia, Jean-Luc Mélenchon se ha convertido ―tras su excelente resultado y la catástrofe del PS en las presidenciales de abril― en la figura hegemónica del ámbito progresista galo. El vigor de su proyecto, que se verá con toda probabilidad reafirmado en las legislativas de junio, y la debilidad de las agrupaciones hermanas en los otros dos principales países de la UE, Alemania e Italia, le otorga cierta preeminencia en ese espacio político también a escala europea. Mientras, en España, cuarta potencia de la Unión, echa a andar la plataforma que la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, busca construir en ese mismo espacio. La semana pasada, quedó registrada Sumar, la asociación que es el instrumento legal para el proceso de escucha que Díaz quiere emprender como gran factor de impulso a su proyecto.

La presencia de formaciones a la izquierda de la socialdemocracia que abanderen un irreductible anhelo de justicia social es un factor de apreciable salud democrática en una Europa lastrada por el sobreponerse de graves crisis y fuertes desgarros que golpean con gran intensidad a ciertos sectores de la ciudadanía. Lo es mientras su planteamiento político prefiera el pragmatismo al populismo, el europeísmo al soberanismo y la madurez a ciertos idealismos infantilizados. Es por ello que la consolidación de ese espacio político en España supone no solo un factor de gran relevancia en el panorama nacional, sino también uno importante a escala europea.

Resulta fundamental fijar la mirada en algunos aspectos del ahora dominante modelo Mélenchon. Por un lado, impulsa la defensa de la justicia social a través de un ideario con aroma soberanista. Afirma su voluntad de buscar una profunda reformulación de la UE, pero señalaba en su programa presidencial su disposición a incumplir los tratados. Se trata de un planteamiento profundamente peligroso. Quien incumple las normas por un motivo puede y debe esperar que otros querrán hacer lo mismo por otros motivos. Pésima senda esa. Una vez sacados de las botellas, resulta complicado volver a meter ciertos genios donde conviene. Por otra parte, Mélenchon también es sostenedor de la salida de su país de la OTAN, posición realmente llamativa en los tiempos que corren. Además, su radicalismo y falta de pragmatismo le indujeron a negarse a pedir el voto para Macron frente a Marine Le Pen.

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Frente a ello, y frente a instintos similares que se detectan en parte de la izquierda española, Yolanda Díaz viene dibujando una trayectoria acertadamente alejada de esos extremismos y mucho más en sintonía con la gran corriente europeísta —concepto que trasciende las familias políticas particulares— en materia de respeto de tratados, de cómo frenar a la ultraderecha o cómo apoyar a Ucrania frente a la agresión rusa. También está acertadamente alejada de la contraproducente agitación de guerras culturales que, en vez de ensanchar la base social favorable a cambios de progreso —sumar—, tiende más bien a limitarla.

La consolidación de un espacio político izquierdista en esos términos en vez de los mélenchonistas será pues una buena noticia no solo para la democracia española, donde no falta instintos parecidos al del político francés, sino también para el proyecto europeo, que podrá tener en la plataforma española un contrapunto a la francesa, en muchos sentidos regresiva. En Alemania, La Izquierda no muestra síntomas de vitalidad; en Italia, ese espacio político está moribundo; en Grecia, Syriza mantiene cierto atractivo electoral, pero afronta una delicada tesitura entre el vigor de ND y síntomas de renacimiento del Pasok. Grecia no tiene el peso para asumir grandes protagonismos salvo si el partido regresara al poder. En Portugal, tras la exitosa experiencia de los últimos años con el apoyo al Gobierno socialista, un poco pragmático giro ha causado un grave retroceso del espacio político.

Ojalá en España pueda Sumar ―y lo que de ella derive― mostrar a la familia de la izquierda europea un camino distinto del melenchonista; un camino irreductible en la defensa de justicia social, feminismo, ambientalismo y otros valores, pero desde el europeísmo inequívoco. Buscando, como es perfectamente legítimo, cambios profundos en la UE, pero sin agitar el espantajo de la insubordinación. Apelando a la mejor veta de la tradición internacionalista de la izquierda frente a los instintos soberanistas de cierta izquierda. Subrayando la convicción de que la mejor opción de hallazgo de soluciones a los aspectos lesivos para tantos de la globalización, el capitalismo y la contaminación reside en la clave federal. Desde ahí, se puede ser un factor real de progreso; desde el otro planteamiento, al margen de vuelos retóricos, hay sabor terrenal a regreso, por el contenido de algunas ideas y por el riesgo de suscitar una potente, nefasta y mayoritaria reacción.

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