El ‘rey(gate)’ de la regata

El debate no es si tiene derecho a tripular con los amigos, sino hasta qué punto deteriora la Monarquía y agudiza la división

El rey emérito Juan Carlos I junto a su amigo Pedro Campos a su llegada este viernes al Club Náutico de Sanxenxo.Lavandeira Jr. (EFE)

Están tan contentos los dirigentes de Sanxenxo y de Galicia por el subidón de publicidad que les da la visita del Rey, que parecería deseable una gira real en jet privado pagado por bolsillos anónimos para reflotar la España vacía, por ejemplo, o los ejes decaídos de la eco...

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Están tan contentos los dirigentes de Sanxenxo y de Galicia por el subidón de publicidad que les da la visita del Rey, que parecería deseable una gira real en jet privado pagado por bolsillos anónimos para reflotar la España vacía, por ejemplo, o los ejes decaídos de la economía. Los lobbies y entusiastas deberían pensárselo.

Pero no.

Ver al emérito levantar el pulgar para insulto de quienes pagamos impuestos mes tras mes, mientras él ha hecho todo lo contrario de lo que nos han vendido, es un sapo indigesto frente al pulpo gallego que acaso le están sirviendo. Un jet privado, financiación desconocida y un paseíllo por el photocall del club náutico como si fuera una estrella de cine a la entrada de una fiesta, poco tiene que ver con la institucionalidad que ha representado y que a su hijo —jefe de Estado— le interesa defender.

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Hay varias cosas que aprendimos de pequeños y que incluso nos creímos, como la igualdad de todos los españoles ante la ley fijada en la Constitución. Otra fue que el tráfico de influencias era delito. En la letra pequeña venía que el Rey era inviolable, por lo que unos son más iguales que otros, lo que le ha procurado una impunidad que los demás no disfrutamos. En esa misma letra pequeña seguramente venía también que el primo de un alcalde como el de Madrid podía intermediar para que un par de señores se llevaran comisiones millonarias por vender mascarillas caras y algo penosas. De pronto, hay normas que parecen efectivas para el común de los mortales, pero que, para algunos, solo funcionan cuando hay buena voluntad. Y gracias. Si falta esta, no sirven. La fijación constitucional de la inviolabilidad, aún en vigor, y la prescripción de los posibles delitos han procurado el archivo de las investigaciones que pesaban sobre el Rey emérito. Y el andamiaje legislativo y constitucional se tambalea cuando, a falta de esa buena voluntad, los poderosos estiran sus posibilidades sin que les ocurra nada.

Proliferaron ayer gritos de ¡viva el Rey! y ¡viva España!, abrazos emotivos, palmadas y gestos de bienvenida. Circularon las voces que defienden el viaje como ciudadano privado que es. Claro que está en su derecho. Pero el gran debate nacional no es si sale o no a faenar como un tripulante más, incógnita que centraba ayer algunas tertulias en las televisiones como si habláramos de una lesión de Rafa Nadal. El gran debate nacional es hasta qué punto el emérito sigue debilitando la monarquía y azuzando la división. Ese es el verdadero reygate de una regata que no está precisamente en las páginas de Deportes.

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