Yo, gordófoba

Se supone que una señora de 55 años con la cabeza medianamente amueblada debiera tener aplomo de sobra para pasar de las opiniones ajenas sobre su cuerpo. Mentira. O verdad a medias

Una modelo de tallas grandes, en la feria Fashion Show de Madrid celebrada en febrero.

En el cole me llamaban La Casi: casi gorda, casi flaca, casi fea, casi guapa. Pertenecía, digamos, a la clase media de los pringaos del recreo. Como tenían blancos más fáciles —un tartaja; un mariquita; una gorda, gordísima— los matones y matonas del patio, que haberlas habíalas, me ninguneaban sin hacerme sangre, o no tanta como a otros. Ya me mortificaba yo sola. Para expiar la culpa de no ser perfecta, no me puse vaqueros ni minifaldas ni biquinis en toda mi adolescencia. Después vinieron las dietas más o menos salvajes, los subidones de la pérdida de peso, los bajonazos del efecto r...

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En el cole me llamaban La Casi: casi gorda, casi flaca, casi fea, casi guapa. Pertenecía, digamos, a la clase media de los pringaos del recreo. Como tenían blancos más fáciles —un tartaja; un mariquita; una gorda, gordísima— los matones y matonas del patio, que haberlas habíalas, me ninguneaban sin hacerme sangre, o no tanta como a otros. Ya me mortificaba yo sola. Para expiar la culpa de no ser perfecta, no me puse vaqueros ni minifaldas ni biquinis en toda mi adolescencia. Después vinieron las dietas más o menos salvajes, los subidones de la pérdida de peso, los bajonazos del efecto rebote y, sin darte ni cuenta, la interiorización profunda de que nunca dejas de ser la gordita de la clase por mucho que adelgaces.

Han pasado las décadas, con sus dichas y debacles. Se supone que una señora de 55 años con la cabeza medianamente amueblada debiera tener aplomo de sobra para pasar de las opiniones ajenas sobre su cuerpo. Mentira. O verdad a medias. Demasiadas veces, el juicio más severo es el propio. Así que, como me tiene más calada que mi ginecóloga, mi móvil ha concluido que otro año llego tarde a la operación bikini y lleva semanas bombardeándome con anuncios de dietas milagro y fotos del antes y el después de mujeres de todo pelaje, con mi consiguiente sentimiento de culpa. Lo de siempre, vamos. La novedad es que ahora, además, me saltan fotos de chicas de talla XXL que se autorretratan orgullosas disfrutando de la vida en vaqueros apretados, microminifaldas y biquinis de cortinilla. Ole ellas. No quiero pensar lo que han tenido y tienen que oírle al prójimo antes de decidir ser libres y ponerse lo que les da la gana. Por mi parte, admito que me admira y me asombra a la vez su osadía al vestirse tan bien o tan mal como se visten las flacas. ¿Soy gordófoba sin saberlo? Es posible, pero en mí está, está en nosotros, dejar de serlo. Otro día, si eso, hablamos de los hombres y sus complejos, que tenerlos los tienen, aunque los callen.

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