No podemos publicar esta columna

La última parte de la biografía de Carme Chacón también tiene que ver con nosotros, las raíces de nuestro presente arisco y la lucha desde estas páginas

La ministra Carme Chacón da el pésame a la familia del sargento primero Joaquín Moya, en una fotografía de archivo.

Podríamos simular que este periódico no tiene nada que ver con el caso que plantea esta biografía. Sería fácil escribir una columna más. Sabemos cómo hacerlo. Es nuestro trabajo.

Empezaría recreando esa anécdota seminal que Joana Bonet desvela de su amiga en Chacón. La mujer que pudo gobernar. Cuando la protagonista era una niña, su madre ―funcionaria del Ayuntamiento y si...

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Podríamos simular que este periódico no tiene nada que ver con el caso que plantea esta biografía. Sería fácil escribir una columna más. Sabemos cómo hacerlo. Es nuestro trabajo.

Empezaría recreando esa anécdota seminal que Joana Bonet desvela de su amiga en Chacón. La mujer que pudo gobernar. Cuando la protagonista era una niña, su madre ―funcionaria del Ayuntamiento y sindicalista― la lleva de la mano al acto de constitución del primer consistorio democrático en L’Hospitalet. Viva de milagro con una enfermedad cardiaca desde el minuto cero, la historia de Carme Chacón contada por la periodista Bonet puede leerse también como una biografía de superación sincronizada con el desarrollo de la España democrática impulsado por el felipismo. Incluso nos valdrían las canciones que a ella le gustaba escuchar. Bisnieta de la represión golpista y conectada con sus orígenes en el sur, fue una joven lectora, metódica, cuidadosa de mil detalles, que convive en soledad con el recuerdo de un intento de agresión sexual. Se exige en el colegio, buenas notas en la carrera, amplía estudios en el extranjero. Es meritocracia y pronto compromiso. Un diamante en bruto para la federación del PSC del Baix Llobregat, el núcleo duro de poder duro del partido. Del Ayuntamiento de su pueblo, muy rápido, el salto al Congreso de los Diputados.

Siguiendo un libro lleno de interés, la columna fácil pasaría por situarla en la génesis del zapaterismo. Ambición personal fundida a la política, también ella, un personaje stendhaliano (como la caracterizó Enric Juliana). Noches de vinos y rosas y juventud entre la casa de Trinidad Jiménez y las reuniones en un hotel donde diputados sobradamente preparados imaginan una evolución orgánica e ideológica del PSOE para sincronizar el partido con la socialdemocracia del siglo XXI anterior a la crisis. Allí está ella, porque brilla y porque es la apuesta de José Montilla y el PSC para ocupar su cuota de poder en el partido. Y ella, que comprende la lógica del poder de Madrid y es integrada por ese poder, lo apuesta todo a la segunda transición de José Luis Rodríguez Zapatero. “Ya es hora de que los ministros catalanes vuelvan a ocuparse de temas de Estado”, le dijo el presidente al proponerle la cartera de Defensa. Pocas imágenes tan auténticas de la promesa de ensanchamiento democrático ―un cambio interrumpido― como una mujer embarazada ante el Ejército y dirigiéndose con voz firme y serena al capitán: “mande firmes”.

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Podríamos rematar la columna en ese instante, contrapunteándolo con su genuina empatía con los familiares de militares asesinados en misión de paz; esa carta que rompe el corazón, dirigida a los hijos de un soldado. Pero sería demasiado fácil. No deberíamos publicar solo esta columna. Porque la última parte de la biografía también tiene que ver con nosotros, las raíces de nuestro presente arisco y la deriva de El PAÍS.

Con la crisis económica, la aceptación resignada del diktat merkeliano y el colapso de la nueva socialdemocracia, el PSOE se descubrió gobernando en una encrucijada. Opta por ser un partido de Estado, también de statu quo. En esa disyuntiva, la alternativa regeneradora que Chacón ambicionó liderar, y que también era generacional, se neutralizó desde la cúpula. En esa operación de neutralización participaron poderes diversos, implicó abortar la convocatoria de unas primarias y el cuarto poder actuó entonces y actuó luego en la previa del Congreso. También desde estas páginas. Era la lucha por el poder orgánico. Fría, brutal, legítima. “La dinamitan”, escribe Bonet. “En Ferraz, soy la más odiada, seré sin duda la más combativa”, escribirá Chacón en sus cuadernos. Pero otra lucha se solapaba a esa, en la sombra, y podría definirse como una contraofensiva para defender unos intereses y un bloque que se había sentido amenazados durante la primavera del zapaterismo. De allí viene la fractura entre el partido y los jóvenes, en la línea de lo apuntado el viernes por Estefanía Molina. Es una de las fracturas no soldadas desde entonces. No la única. Nunca es sencillo pasar página.

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