Marine Le Pen: el triunfo del ‘purplewashing’
El perfil de Twitter de la líder ultraderechista ofrece pistas sobre cómo ha logrado que la apoyen más mujeres que hombres en las últimas elecciones presidenciales francesas
Hace unos días, la eurodiputada socialista Lina Gálvez analizaba en EL PAÍS la ideología profundamente nacionalista y xenófoba sobre la que se sostiene el supuesto “feminismo” de Marine Le Pen, la candidata ultraderechista a las presidenciales francesas. A las puertas de una segunda vuelta que quitó el sueño a más de uno, Gálvez contaba ...
Hace unos días, la eurodiputada socialista Lina Gálvez analizaba en EL PAÍS la ideología profundamente nacionalista y xenófoba sobre la que se sostiene el supuesto “feminismo” de Marine Le Pen, la candidata ultraderechista a las presidenciales francesas. A las puertas de una segunda vuelta que quitó el sueño a más de uno, Gálvez contaba cómo Marine —así la llaman sus votantes— había conseguido revertir la brecha de género entre sus bases tras años de desdiabolización. ¿Se dejarían engatusar las electoras, como esa mujer que respiraba aliviada en un vídeo publicado por la líder extremista en su cuenta de Twitter cuando esta le contestó que si es lesbiana y está casada con otra mujer podía estar tranquila porque no “retiraría derechos a ningún ciudadano?”. La respuesta bien podría ser que sí.
Pese a que las francesas apoyaron en su mayoría a Macron (57,9% frente al 42,1% de su rival), Reagrupamiento Nacional (RN) recibió proporcionalmente más voto femenino que La República en Marcha, según una encuesta del instituto Harris Interractive del pasado domingo. Asimismo, el porcentaje de electoras que consideran a Le Pen “feminista” (49%) es mayor que el de quienes piensan lo mismo de Macron (30%), de acuerdo con otro sondeo de Ifop. Como afirma la politóloga Magali Della Sudda en un reciente artículo, estas elecciones han confirmado “la conquista del electorado femenino” por parte de una extrema derecha que ha cosechado el mejor resultado de su historia. El purplewashing (un lavado de imagen del feminismo) funciona en las urnas. Pero no se trata solo de un feminacionalismo al estilo de Zemmour, Vox o de la derecha alternativa estadounidense, que refleja muy bien Julia Ebner en La vida secreta de los extremistas (Temas de Hoy), sino más bien de una operación de fraude feminista mucho más sutil. Como explica Della Suda, Le Pen ha aprovechado la crisis de los chalecos amarillos para operar un cambio de estrategia y aparecer como “la defensora de las mujeres trabajadoras”.
Basta un breve repaso al Twitter de la política para asomarse a esta nueva imagen: fotos rodeada de enfermeras a las que promete la Luna, a sabiendas de que ninguna de sus propuestas se acerca de forma realista al objetivo de revalorizar esa profesión; selfis con mujeres jóvenes ―totalmente ausentes de los mítines de su padre Jean-Marie, donde apenas había presencia femenina― o vídeos donde confiesa sus dificultades como madre soltera a cargo de tres hijas. Un ejercicio al que se aventuró también, pero sin éxito, su principal competidor, Éric Zemmour, cuyos discursos misóginos y retrógrados llevan 25 años impregnando el espacio mediático francés.
La estafa ya había empezado años antes, al alejarse de la herencia del partido que fundó su padre, ese gran humanista que llamó a las mujeres a “asumir su función de reproductoras” cuando en 2014 el Gobierno del PP cuestionó el derecho al aborto en España. Pero se aceleró de forma notable y se hizo más visible después de que Twitter cerrara en enero de 2021 la cuenta de Donald Trump tras el asalto de sus partidarios al Capitolio. Si comparamos su estrategia en esta red social, donde la siguen 2,8 millones de personas, durante la campaña de 2017 y en estos comicios, el giro es radical. Tanto como el cambio de imagen conseguido en los últimos años, de candidata ultra a presidenciable. Antes, lo que le interesaba era aparecer como la candidata antisistema. Poco importaba el tono o el contenido de odio de sus tuits. Pero el riesgo de correr la misma suerte que su ídolo la ha obligado a adoptar un tono más políticamente correcto y a acudir a otras plataformas, como Telegram, Snapchat o TikTok, a la vez que trataba de reconstruir las pésimas relaciones de su partido con la prensa.
Un tono que, de haber sido elegida presidenta, probablemente no hubiese mantenido mucho tiempo. En el apartado del programa dedicado al mundo digital, Le Pen promete que las grandes tecnológicas “ya no podrán imponer sus reglas sobre los contenidos que difunden” en función de “una cultura extranjera” que distorsiona el debate público. Y es que no hay que perder de vista que en RN siempre está, por un lado, el discurso de fachada basado en la desdiabolización con el claro objetivo de conquistar el poder y, por otro, el programa que dictaría la política del Gobierno, como se ha podido ver con claridad estas últimas semanas en materia de política exterior (la salida de la UE enmascarada en “la Europa de las naciones”) o respecto a las medidas para mejorar la vida de las mujeres (limitadas al marco de la familia y de la inmigración). Una estrategia que le ha permitido a Le Pen lograr la estafa feminista del siglo.