Dinero incierto, armas certeras

Lo más sensato es ser imprecisos en las medidas económicas, sembrando de incertidumbre el futuro de Rusia, y a la vez ser cristalinos en las medidas militares

Un cartel con la imagen de Putin en Damasco, Siria, en marzo.Omar Sanadiki (AP)

Centenares de delitos, miles de víctimas, millones de refugiados. Nos sobran los motivos para sancionar al régimen de Putin, pero nos faltan los medios ¿Cuál es el mejor castigo para el sátrapa ruso?

Seguramente, lo más sensato es ser imprecisos en las medidas económicas, sembrando de incertidumbre el futuro de Rusia, y, a la vez, ...

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Centenares de delitos, miles de víctimas, millones de refugiados. Nos sobran los motivos para sancionar al régimen de Putin, pero nos faltan los medios ¿Cuál es el mejor castigo para el sátrapa ruso?

Seguramente, lo más sensato es ser imprecisos en las medidas económicas, sembrando de incertidumbre el futuro de Rusia, y, a la vez, ser cristalinos en las medidas militares, clarificando las certezas: la OTAN no actuará en Ucrania, ni abriendo terreno ni cerrando el espacio aéreo; pero, si Rusia ataca a un aliado, la respuesta será inmediata y contundente.

Según los estudios, las sanciones económicas tienen pocos efectos. No hace falta recordar el desafortunado embargo norteamericano a Cuba. Y es que, en prácticamente todo el mundo, los castigos económicos tienen costes humanitarios que pagan los ciudadanos de a pie, no los dirigentes. Aun así, las democracias occidentales insistimos en sanciones financieras a los déspotas, porque es un término medio —entre hacer la guerra y la nada— aceptable para los votantes, y calmante para las conciencias de los políticos. Pero no podemos olvidar que los castigos económicos son a menudo contraproducentes. En lugar de debilitar, o suavizar, a los dictadores, los refuerzan y endurecen. Y tras las sanciones suelen haber más, no menos, violaciones de los derechos humanos.

Es iluso pensar que imponiendo penas monetarias a un autócrata movilizaremos a sus ciudadanos, quienes, blandiendo banderas naranjas (o amarillas), desencadenarán una revolución democrática. El cambio hacia la libertad no puede venir de fuera, sino que debe emerger de la propia ciudadanía oprimida. Por eso, y como casi siempre, es más rentable ofrecer ayudas a los “buenos” que castigar a los “malos”. Es decir, hay que financiar y asesorar a Ucrania, y también a los opositores rusos a Putin.

Dicho esto, la invasión de Ucrania ha sido tan excepcional que las sanciones pueden ser efectivas, porque son particularmente imprevistas. Un día vienen del Pentágono y el otro de una cadena de cafeterías o de ropa. Sus efectos son desconocidos y ese es el peor escenario para una economía: no saber qué pasará mañana.

El equilibrio óptimo es pues desconcertar a Putin en el terreno económico y orientarlo en el militar. Para que la ciudadanía rusa, hastiada, acabe activando una revolución naranja. Y Putin no apriete el botón rojo. @VictorLapuente

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