Putin, el gran inquisidor
Dostoievsi ya contó en el siglo XIX una historia donde el mayor objetivo del poderoso era liberar a las personas del desafío de batallar por la libertad
Ahora que hay una terrible guerra en Ucrania, y que cada día se conocen mejor las brutalidades que se están cometiendo en las ciudades conquistadas por los rusos, quizá sea bueno reunirse en torno al fuego y escuchar alguna historia para poner entre paréntesis durante un rato tanta desolación. Pongamos una del siglo XIX, una de Fiódor Dostoievski. Algo corto, por ejemplo el poema que concibió Iván, uno de ...
Ahora que hay una terrible guerra en Ucrania, y que cada día se conocen mejor las brutalidades que se están cometiendo en las ciudades conquistadas por los rusos, quizá sea bueno reunirse en torno al fuego y escuchar alguna historia para poner entre paréntesis durante un rato tanta desolación. Pongamos una del siglo XIX, una de Fiódor Dostoievski. Algo corto, por ejemplo el poema que concibió Iván, uno de los hermanos Karamázov, y que se lo contó a otro, Aliosha. Lo tituló El gran inquisidor.
Se desarrolla en Sevilla en tiempos de la Inquisición, cuando se quemaba a los herejes. Jesús decide entonces volver al mundo y llega cuando todavía arden las hogueras: acaban de ser quemadas unas cien personas por orden del Santo Oficio. Jesús quiere pasar inadvertido, pero la multitud lo reconoce y corre hacia él, lo rodea, lo acompaña en su paseo. En el atrio de la catedral, ante el féretro de una niña de siete años, pronuncia unas palabras y le devuelve la vida. Hay gritos, sollozos y emoción entre el gentío. Un anciano de cerca de 90 años, “alto y tieso, de cara chupada”, observa desde lejos lo que sucede. Alarga el dedo y ordena a la guardia que lo acompaña que prendan a aquel hombre y lo encierren. Es el cardenal de Sevilla, el inquisidor mayor.
Ya de noche, con calor en la ciudad, el gran inquisidor camina con un farolillo hacia el calabozo, lo deja sobre la mesa, se dirige a Jesús. ¿Cómo se te ocurre venir a estorbarnos?, le pregunta. Le recuerda que le confió al Papa el derecho de atar y desatar y que no puede aterrizar de pronto por ahí y quitarle esa tarea. Insistías, le dice, con una idea: “Quiero haceros libres”. Así que le comenta que llevan 15 siglos trabajando a propósito de este asunto y que ya lo tienen bastante controlado. “Pues has de saber que ahora, ahora precisamente, esa gente está más convencida que nunca de que es enteramente libre, y, sin embargo, ellos mismos nos han traído su libertad y sumisamente la han puesto a nuestros pies”.
Quisiste que fueran libres, que no solo de pan vive el hombre, y no te diste cuenta de que estaban hambrientos, le explica el gran inquisidor. Quisiste que su conciencia fuera compleja, y les dejaste preocupaciones y enigmas insolubles, y te respondieron adorando a los ídolos. Los quisiste independientes, pero no entendiste que lo que de verdad deseaban era unirse “en un común y concorde hormiguero”. El gran inquisidor le reprocha a Jesús que, por mucho que quisiera salvar a los hombres, se comportó como si no los amase al darles ese fardo intolerable de la libertad.
Está arreglado, continúa el gran inquisidor, y le cita tres palabras: “Milagro, misterio y autoridad”. Con eso es suficiente, es lo que quieren: el milagro de encontrarse grandes de nuevo, el misterio de no saber nunca cómo lo consiguieron, y la autoridad para que no cuestionen ni uno solo de los pasos dados para alcanzar ese designio. Lo de ponerse Dostoievski, y andar a vueltas con las grandes cuestiones que preocuparon al escritor ruso, no es propio del siglo XXI. Así que igual conviene escuchar este relato como si fuera un tratado de ciencia política y entender que Vladímir Putin igual opera con los mismos argumentos que el gran inquisidor. “Milagro, misterio y autoridad”, y arrastrar en pos de la gloria a los rusos a una guerra.