Ucrania, la guerra enquistada
El historiador Timothy Snyder ya mostró que en 2014 Putin empantanó su agresión a Ucrania como una estrategia para seguir debilitando al país
En una reunión celebrada el martes en Estambiul, Rusia anunció que reduciría drásticamente las operaciones militares en la zona de Kiev, y un día después sus bombardeos en los alrededores y en la propia capital de Ucrania continuaron como si nada se hubiera dicho, papel mojado, pura palabrería. ...
En una reunión celebrada el martes en Estambiul, Rusia anunció que reduciría drásticamente las operaciones militares en la zona de Kiev, y un día después sus bombardeos en los alrededores y en la propia capital de Ucrania continuaron como si nada se hubiera dicho, papel mojado, pura palabrería. Los hechos le importan poco a Vladímir Putin, las promesas todavía menos, las reglas de juego solo le sirven en la medida en que contribuyen a facilitar espacios para conseguir imponer su única verdad, que Rusia es inocente, y que el problema es el veneno de Occidente.
Ha pasado ya más de un mes de guerra y sigue existiendo un terrible peligro, que la situación termine por enfangarse y que el sufrimiento de los habitantes de Ucrania se prolongue todavía un largo e indefinido tiempo. Lo que ocurrió en 2014 tal vez sirva para intentar comprender los procedimientos que utiliza Moscú. El 24 de febrero de aquel año las tropas rusas invadieron Ucrania y poco después, en marzo, habían culminado de manera fulminante la anexión de Crimea. La propaganda de Putin incorporó en aquel momento una fecha de referencia: 1774. Lo cuenta el historiador Timothy Snyder en El camino hacia la no libertad: “Ese año, el Imperio Ruso derrotó al Imperio otomano y se anexionó los territorios de la orilla norte del mar Negro, varios de los cuales forman hoy parte de Ucrania. En el siglo XVIII, dichos territorios se denominaban Novorossiya, Nueva Rusia”. Putin, por tanto, y en función de su propio relato, no estaba haciendo otra cosa que recuperar lo que le pertenecía a esa gran Rusia que tanto anhela.
La propaganda del Kremlin empezó a bombardear a la población por televisión con esta idea y se puso a exhibir los mapas que dibujaban aquella Novorossiya sobre la que Putin había puesto los ojos y que comprendía los distritos de Crimea, Donetsk, Lugansk, Járkov, Dnipró, Zaporiya, Mikolaiv, Odesa y Jersón. Nada que ver con los territorios que los rusos habían arrebatado a los otomanos, si es que se tomaba en consideración esa leyenda que promocionaba Moscú, pero eso resultaba irrelevante: un tirano puede servirse de la historia para imponer el cuento que más le convenga. Lo que los rusos pretendían era conquistar ese enorme territorio con el objetivo de separar a Ucrania de sus puertos en el mar Negro y en el mar de Azov y unir la Crimea ocupada con la Federación Rusa. La jugada de 2014 se repite en 2022.
Los planes elaborados en 2014 por Moscú tras apropiarse de Crimea, explica Snyder, pasaban por “tomar por la fuerza las sedes de las administraciones regionales en ocho provincias más de Ucrania, ordenar a los seguidores que proclamasen la secesión desde el interior de los edificios y hacer que Ucrania se desintegrase desde dentro”. Las cosas no le salieron del todo bien a Putin, salvo en algunos lugares de Donbás. Así que en el verano de ese año, Moscú decidió cambiar de estrategia y convirtió los avances que había hecho en un “conflicto enquistado”. Hoy, basta ver los movimientos militares rusos para comprender que Moscú sigue obstinado en la reconquista de Novorossiya y, tal como están las cosas, igual termina volviendo a empantanar la guerra. Frente a ese escenario, y ante la envergadura de los medios empleados esta vez por Rusia, solo cabe confiar en la fortaleza de la resistencia de Ucrania. Y en la ayuda de Occidente.