‘Eau’ de Feijóo
En una Europa que busca puntos de encuentro y frentes comunes en todas partes, a los españoles nos falta un Parlamento digno de su función, con legisladores que escenifiquen los grandes conflictos del país para buscarles una solución negociada, sin trágalas ni noes sistemáticos
Sería para celebrar que el PP apoyase el decreto del Gobierno con las medidas paliativas de la crisis de Ucrania, como ya es motivo de celebración que el Gobierno haya buscado el apoyo de los populares antes de llevarlo al Consejo de Ministros. Venimos de tan lejos, que la simple “disposición para dialogar” y la ap...
Sería para celebrar que el PP apoyase el decreto del Gobierno con las medidas paliativas de la crisis de Ucrania, como ya es motivo de celebración que el Gobierno haya buscado el apoyo de los populares antes de llevarlo al Consejo de Ministros. Venimos de tan lejos, que la simple “disposición para dialogar” y la apelación al interés común parecen triunfos. Ha tenido que estallar una guerra en Europa para que un leve —levísimo— sentido de Estado se manifieste al fin en ciertas molleras de ambos lados. No abran aún el vino, solo pónganlo a enfriar, porque falta un mes para que las Cortes validen el decreto, y en estos tiempos de acelerón histórico, un mes equivale a un año de los antiguos. Aún pueden clavarse en los ojos esos alfileres con los que se cogen las mayorías parlamentarias.
El viento del cambio sopla nordés gallego y huele a eau de Feijóo, una fragancia muy suave con notas moderadas, nada que ver con el pestazo a pachulí de Casado. Todo indica que el Gobierno quiere ponérselo un poquito más fácil a Feijóo y que Feijóo estaría dispuesto a hacer cosas que los PP anteriores casi nunca han hecho cuando les ha tocado bailar en la oposición, pero el cortejo es tan sutil y se manifiesta en indicios tan vagos, que uno no sabe si esto es el comienzo de una hermosa amistad o un parón entre trueno y trueno. Ahí están las canonjías de Vox en Castilla y León como recordatorio de que la polarización radical sigue dominando el paisaje político, aunque Feijóo siempre podrá aducir que él no estaba al mando cuando se firmó ese acuerdo vergonzoso.
Lo estará a partir del fin de semana, cuando el congreso de su partido lo aclame, y veremos entonces si cambia el ambiente o seguimos igual. Un síntoma de esperanza sería que el Congreso de los Diputados recuperase cierto vigor parlamentario y dejara de ser ese sitio donde el Gobierno presenta decretos ya pactados y la oposición pone en escena sus estrategias particulares en exclusiva para sus abonados de carné. En una Europa que busca puntos de encuentro y frentes comunes en todas partes, a los españoles nos falta un Parlamento digno de su función, con legisladores que escenifiquen los grandes conflictos del país para buscarles una solución negociada, sin trágalas ni noes sistemáticos. La democracia no resiste el frentismo eterno. Tampoco puede persistir la idea, a la que nos resistimos más gente de la que parece, de que hay dos países que no se hablan más que para increparse.