Un socio incómodo para China

El acercamiento de Pekín a Moscú se ha producido más por la patosa política de Estados Unidos en los últimos años que por un claro interés del gigante asiático, pero las derivadas de la guerra en Ucrania dejan abierta cualquier opción

Vladímir Putin y Xi Jinping, en un encuentro bilateral durante una cumbre en Brasilia en 2019.REUTERS

En los últimos días, Estados Unidos ha alertado de que China podría apoyar a Rusia en su guerra contra Ucrania. Desde China se estará observando con detalle la respuesta de EE UU y la UE a la invasión de Ucrania. Sin embargo, tres factores hacen pensar que a la República Popular China no le interesa ni una guerra en Ucrania, ni mucho menos involucrarse en ella. Estos factores son: el actual sistema internacional...

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En los últimos días, Estados Unidos ha alertado de que China podría apoyar a Rusia en su guerra contra Ucrania. Desde China se estará observando con detalle la respuesta de EE UU y la UE a la invasión de Ucrania. Sin embargo, tres factores hacen pensar que a la República Popular China no le interesa ni una guerra en Ucrania, ni mucho menos involucrarse en ella. Estos factores son: el actual sistema internacional de Estados soberanos gobernados por instituciones y reglas globales conviene a China; el Partido Comunista y el presidente Xi Jinping necesitan estabilidad económica; y, la relación entre China y Rusia no parece suficientemente sólida.

En primer lugar, a China no le interesa participar en una guerra que ponga en entredicho la estabilidad del sistema internacional multilateral, que tanto ha beneficiado a su desarrollo económico. El país asiático lleva tres décadas creciendo al albur del sistema internacional multilateral, creado tras la Segunda Guerra Mundial. Ese sistema, en particular su entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001, ha permitido a China trazar la trayectoria de desarrollo más espectacular de la historia. Desde 1980, China ha sacado de la pobreza a más de 700 millones de personas. China es consciente de que el sistema internacional basado en las Naciones Unidas y la integración comercial le ha permitido llegar a ser la economía, en paridad de poder adquisitivo, más grande del mundo y el primer exportador mundial. China también parece saber que el tiempo corre a su favor. Su visión de convertirse en el país más poderoso del mundo es a largo plazo. Para ello necesita tiempo y un entorno global favorable. Un mundo dividido en bloques, sin reglas globales y con alta inestabilidad frenaría su necesario desarrollo.

El apoyo chino a Rusia en esta guerra haría peligrar este sistema multilateral compuesto por las Naciones Unidas y el ecosistema de organismos multilaterales. Este sistema sigue siendo relativamente efectivo a pesar de la competencia chino-americana. Un apoyo chino a Rusia partiría el mundo rotundamente en dos bloques —Occidente contra el eje Rusia/China— y haría el sistema completamente disfuncional. China cuenta con el sistema multilateral, a pesar de que quiera reformar las instituciones internacionales para tener la voz y el voto que se merece por su peso económico y demográfico. La guerra comercial con los EE UU de Trump y el giro autoritario y nacionalista del presidente Xi no han cambiado esta posición.

Además, un principio rector en la política exterior china es el de la soberanía nacional. Formalmente, China ha sido el gran valedor de la doctrina de no-injerencia en Estados soberanos. En general, ha sido un país relativamente disciplinado con la legalidad internacional —con alguna notable excepción como su no acatamiento de la sentencia del Tribunal Internacional del Derecho del Mar en lo que respecta al mar de la China Meridional. La agresión rusa a un país soberano legalmente reconocido se le hace a China muy incómoda de justificar o defender, como demuestra su ambigua retórica y sus declaraciones en relación al conflicto. A China no le conviene una equiparación conceptual entre Rusia/Ucrania y China/Taiwán. Taiwán no es un país legalmente reconocido por Naciones Unidas y jurídicamente es parte de China. A pesar del apoyo a Taiwán, incluso Estados Unidos mantiene su política de “una China” (es decir, que Taiwán es parte de China).

En segundo lugar, a corto plazo, China necesita una economía global que le permita seguir creciendo. El Partido Comunista y el presidente Xi se enfrentan a retos importantes. El contrato social en China que sustenta al Partido Comunista y su modelo de gobernanza se basa justamente en proveer progreso económico a la población china. Sin ese progreso, peligran la legitimidad y sostenibilidad del partido y del sistema. El presidente Xi pretende un tercer mandato a partir del 2023 y necesita, por tanto, la mejor coyuntura económica posible para China.

Como era de esperar, a medida que China ha incrementado su riqueza durante la última década, ha ido reduciendo progresivamente su ritmo de crecimiento económico. Ello hace que cada vez sea un poco más difícil incrementar la renta per cápita en el país y continuar ensanchando su clase media. Así, el modelo exportador empieza a tocar techo y su transición hacia una economía basada también en el consumo interior (la economía de circulación dual) es un gran reto a corto plazo. Igualmente, la ofensiva regulatoria en el ámbito financiero y contra los gigantes tecnológicos posiblemente tendrán efectos negativos inmediatos en la economía. Por último, la draconiana política de cero tolerancia con la Covid es otro elemento que obstaculiza la recuperación económica.

Por último, la relación de China y Rusia es probablemente más débil de lo que se interpreta en Occidente. Rusia y China han tenido una historia de vecindad complicada, donde comparten una larga frontera con una asimetría demográfica claramente a favor de China. Estados Unidos ya supo sacar partido de esta rivalidad, cuando tras la ruptura entre las dos potencias comunistas en los años cincuenta, Nixon y Kissinger se acercaron en los setenta a China para hacer frente común a la Unión Soviética.

Hoy, en cambio, existe una sintonía personal entre Xi y Putin, pero la relación comercial entre Rusia y China es irrisoria si se comparan los lazos de China con EEUU y la UE. China exporta casi 10 veces más a la UE y a EE UU que a Rusia, e importa el triple de la UE y de EE UU. Aunque las importaciones de petróleo y gas ruso son relevantes (alrededor de un 15%), no suponen una dependencia insalvable para China.

En cuanto a objetivos geoestratégicos entre ambos, existen zonas comunes, pero también contraposiciones. Rusia y China se oponen al liderazgo ideológico de Occidente, en particular reprueban los valores liberales promovidos por europeos y americanos. Militarmente, ambos desconfían de la presencia americana en el flanco oeste de Rusia y en el mar Meridional de China. Pero ahí acaba su alineamiento. Ambos países priorizan geografías distintas: este de Europa, uno y este de Asia, el otro. De momento ambos coexisten de manera pacífica en Asia central, mientras que Rusia se resiste a dar entrada a China al Ártico. A pesar de ser un deseo de China, ningún acuerdo político hasta la fecha entre ambos países cubre ese territorio.

La cooperación militar chino-rusa es asimétrica en lo tecnológico y comercial. China es un importador de armamento ruso. La cooperación técnica en torno a transacciones de armamento existe y han iniciado algún proyecto conjunto de desarrollo armamentístico. También ambas fuerzas militares ejecutan ejercicios bilaterales, así como patrullas navales conjuntas. Ambos Ejércitos mantienen además una comunicación estratégica entre jefes militares. Pero esta cooperación dista mucho de ser una alianza militar, como las que ostenta los Estados Unidos con sus socios europeos o con Corea y Japón. La cooperación militar entre Rusia y China carece de profundidad estratégica y operativa, debido también a la aversión china al aventurismo militar —todo lo contrario que Rusia.

Solo la patosa política de la última década de EE UU hacia China la ha acercado a Rusia. Pero no parece haber argumentos racionales suficientes, para que China apoye militarmente a Rusia en la guerra de Ucrania. Aunque se sabe que, cuando la política internacional la marcan los hombres fuertes, la razón no siempre se impone.

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