Estás cancelada

En este acto de aniquilar a quien sea poniéndole ‘mute’ como si fuera un aparato más que nos pertenece, estamos implícitamente declarando nuestra manera de pensar como la única justificada, la única con derecho a existir, la única válida

Una bailarina de ballet de la Ópera de Odesa que huyó del conflicto en Ucrania, ensaya con el cuerpo de ballet de la Ópera Nacional Rumana en Bucarest, Rumania, el sábado 5 de marzo de 2022.Alexandru Dobre (AP)

Hace algunos meses, después de un altercado, una persona me escribió por el chat: “Estás cancelada”. Casi tuve la pulsión de tocarme para asegurarme de que todavía estaba ahí. Recordé un capítulo de Black Mirror donde al cancelar a una persona, se la vuelve invisible. Sin duda, la idea de cancelar a otros me resulta más propia de una realidad distópica que la de vida real. Aunque, para ser francos, cada vez resulta más difícil trazar una línea entre lo uno y lo otro.

En este acto de aniqu...

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Hace algunos meses, después de un altercado, una persona me escribió por el chat: “Estás cancelada”. Casi tuve la pulsión de tocarme para asegurarme de que todavía estaba ahí. Recordé un capítulo de Black Mirror donde al cancelar a una persona, se la vuelve invisible. Sin duda, la idea de cancelar a otros me resulta más propia de una realidad distópica que la de vida real. Aunque, para ser francos, cada vez resulta más difícil trazar una línea entre lo uno y lo otro.

En este acto de aniquilar a quien sea poniéndole mute como si fuera un aparato más que nos pertenece, estamos implícitamente declarando nuestra manera de pensar como la única justificada, la única con derecho a existir, la única válida.

En términos filosóficos, si pensamos en Los Diálogos de Platón, volvemos a la conversación como dialéctica, como gimnasia de los argumentos en busca del aprendizaje, de la verdad. Por cuenta de la dialéctica, el discurso se aparta de su capacidad de grabarse en piedra, deja de ser sentencia y mandato de los más poderosos, para tender un puente hacia el otro. Así, la verdad se entiende como una construcción colectiva, no como una sentencia impartida desde la autoridad y el poder. En ese sentido, el diálogo está en el centro de la polis griega y por tanto en el corazón de la democracia.

Al interior de una sociedad participativa, la opinión de todos vale. Es decir, no se “cancela” el pensamiento del contrario simplemente porque no lo compartimos. Esto me lleva a pensar en la cultura de la cancelación en tiempos de guerra. No han faltado las voces alzándose para pedir el veto a la cultura rusa. Que dejemos de leer a Tolstoi y a Dostoievsky. Que no se proyecten las películas de Tarkovski en las filmotecas europeas, que no se presente el ballet de Bolshoi.

La lluvia de cancelaciones a festivales, conciertos y exposiciones no ha parado. Y es que, en el caso de las compañías y artistas vivos, la preocupación suele justificarse por el temor de que el apoyo a estas figuras repercuta en un respaldo al Gobierno de Putin. Y, sin embargo, no deja de ser contradictorio atribuirles una entidad política y por tanto instrumental a las artes, máxima manifestación de la libertad individual.

Acepto que somos, para bien y para mal, el resultado del país donde nacimos. Pero somos antes que nada individuos, seres libres y autónomos, con pensamientos, ideas y posiciones propias. Leo esta frase y me parece increíble que sea necesario ponerlo por escrito. Absurdo. Triste. Completamente anormal.

¿Es válido estigmatizar a la cultura rusa? ¿No es acaso una forma más de atentar contra la libertad de expresión? ¿Tienen la culpa los rusos de tener a un psicópata como presidente? En un mundo cada vez más intolerante, si queremos fungir de jueces de la ética y la moral para condenar a los ciudadanos de las naciones que violan los derechos humanos, ¿no tendríamos entonces que ser igual de tajantes con países como China, Venezuela, Corea del Norte, Libia, Somalia, Arabia Saudí, Azerbaiyán y Qatar, por mencionar solo a algunos?

Claramente eso sería absurdo. No obstante, por este camino, algunos movimientos feministas están a favor de cancelar obras y autores literarios constitutivos de la cultura occidental por considerarlos machistas. Y luego hay quienes han pedido cancelar la película Lo que el viento se llevó por considerarla racista. Y un largo etcétera.

Cancelar implica que podemos borrar de nuestras vidas aquello que nos causa rechazo o con lo que sentimos una incompatibilidad ideológica. Algunas de estas prácticas son colectivas. Pero es muy distinto dejar de comprar el petróleo que financia la máquina de guerra del Kremlin a dejar de escuchar a Tchaikovsky.

Y si bien como consumidores tenemos una responsabilidad en tanto que implícitamente patrocinamos a determinados actores, el peligro está en caer en la tentación de ir cancelando todo aquello con lo que no estamos de acuerdo hasta caer en la censura. Comencé esta columna con una alusión a Black Mirror. La termino con la imagen de Farenheit 451, donde el “bien pensantismo” de las mayorías lleva a la quema masiva de libros, supuestamente, por el bien común.

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Melba Escobar

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