Para huir
Ante el cúmulo de catástrofes retransmitidas en directo con todo detalle a todas horas con imágenes de alta definición ya no sabes si tu vida se desarrolla dentro o fuera de la pantalla
Todos los días a la hora del telediario debo elegir entre la compasión que me producen las pobres gentes que huyen de los bombardeos en Ucrania y el equilibrio que requiere mi estómago para que me siente bien el almuerzo. He aquí el dilema, una de dos, los misiles rusos o la sopa de fideos. Todos los días antes de sentarme a la mesa apago el televisor, más que nada para que...
Todos los días a la hora del telediario debo elegir entre la compasión que me producen las pobres gentes que huyen de los bombardeos en Ucrania y el equilibrio que requiere mi estómago para que me siente bien el almuerzo. He aquí el dilema, una de dos, los misiles rusos o la sopa de fideos. Todos los días antes de sentarme a la mesa apago el televisor, más que nada para que las bombas sobre Kiev no caigan también en mi plato, pero ignoro si este hecho es una operación de salvamento o una cobarde deserción. Esta crueldad humana tan radiada y televisada remueve hasta tal punto la conciencia que dudo si es lícito mirar hacia otro lado. Llega un momento en que ante el cúmulo de catástrofes retransmitidas en directo con todo detalle a todas horas con imágenes de alta definición ya no sabes si tu vida se desarrolla dentro o fuera de la pantalla, si eres uno más que huye entre las ruinas de una ciudad bombardeada o un individuo sometido a un asedio informativo dispuesto por alguien que ha decidido incluirte también entre las víctimas. Todas las mañanas al despertar después de un sueño apacible la radio y la televisión te hacen saber con todo pormenor y reiteración los muertos y destrozos que ha producido la lluvia de misiles sobre Ucrania. Es un nutriente más que debes añadir a la bandeja del desayuno. Uno se pregunta si tiene derecho a que le siente bien el café, algo imposible si en cada sorbo se incluyen todas las desgracias que oyes junto con el canto de los pájaros. Y si para ahorrarte las imágenes de edificios humeantes, el testimonio agónico de los supervivientes, los hospitales incendiados, los niños aplastados bajo los escombros, los sustituyes por la Pastoral de Beethoven, no por eso estarás a salvo. Hoy todos los violines del mundo también están ensangrentados. ¿Qué hacer, si tampoco existe un corredor humanitario para salir huyendo?